El final de abril marca el plazo para las metas que se puso la alcaldía de Carlos Fernando Galán al principio del racionamiento de agua. Aunque el consumo ha bajado, Bogotá sigue sin lograr la meta que se planteó el alcalde de consumir solo 15 m³ por segundo, en cambio de los 15,61 actuales. Y los embalses del sistema Chingaza están en el 17%, en lugar del 20 con el que la administración quería acabar el mes.
El tema de los bajos niveles de los embalses pasó de agache en el empalme y al principio de la administración. Pero la situación actual abre un debate sobre el futuro del abastecimiento en un escenario en donde el cambio climático y la deforestación de la Amazonía están perjudicando a los páramos, la principal fábrica de agua con la que cuenta la ciudad.
“Agua hay la que hay, no se produce a voluntad, no hay cómo sembrarla, no hay más. Para estas regiones hay unos niveles de agua, y ya desde hace más de 25 años era claro que estábamos llegando a los límites”, dice Carmenza Saldías, directora de planeación de las alcaldías de Antanas Mockus y “Lucho” Garzón.
El agua que llega a Bogotá
Cuenta la leyenda muisca que la sabana de Bogotá se inundó tras varios días y noches de lluvias, que le siguieron a la ira del dios Chibchacum. Las fuertes lluvias terminaron creando los ríos Tivitó y Sopó, que se juntan en el río Funza. El mismo que después pasaría a llamarse río Bogotá. Ante las tormentas, los muiscas recurrieron al dios Bochica, quien con un bastón de oro abrió el Salto del Tequendama, por donde se drenaron las inundaciones.
Desde el mito fundacional, la ciudad siempre ha contado con una gran riqueza hídrica porque está ubicada entre dos páramos y el cauce de más de nueve ríos. A partir de esos recursos, Bogotá creó tres sistemas de abastecimiento de agua potable.
El más importante para la ciudad es el sistema Chingaza, que está compuesto por dos embalses, el de San Rafael y el de Chuza. Entre los dos almacenan cerca de 300 millones de metros cúbicos de agua. De ahí salen un volumen de 13 m³ por segundo por la Planta de Tratamiento de Wiesner, ubicada en La Calera, para convertirse en el agua potable que llega a las tuberías de la ciudad.
El embalse de Chuza, que es el más grande, alimenta el flujo de agua que llega al de San Rafael. La particularidad de este sistema es que Chuza está ubicado en la cuenca del río Guatiquía, que nace en el páramo de Chingaza. Su cauce original se dirige hacia el departamento del Meta, no hacia Bogotá. Además, este sistema tiene una temporada de lluvias monomodal. Es decir, tiene un gran pico de lluvias en el año, que suele ser hacia mitad del año. Con ese pico de lluvias, los embalses reciben el agua que suministrarán a la ciudad durante el resto del año.
El segundo sistema más grande es el Norte, compuesto por los embalses del Neusa, Sisga, Tominé y Aposentos. En total, estos almacenan 860 millones de metros cúbicos de agua. Aunque tiene mayor capacidad, la planta de tratamiento de este sistema, la de Tibitoc, solo tiene una capacidad de 10 m³ por segundo.
A diferencia del sistema Chingaza, este hace parte de la cuenca del Río Bogotá, que sí fluye naturalmente hacia la ciudad desde el norte. Estos embalses se alimentan de dos picos de lluvia en el año, lo que se conoce como un sistema bimodal. Por eso, entre los sistemas de Chingaza y Norte, Bogotá tiene un suplemento de agua durante todo el año.
El sistema de abastecimiento está pensado para que cuando uno de los sistemas tenga menos agua, el otro pueda suplir esa necesidad. Pero usar el agua que viene del sistema Norte no es tan fácil.
Por un lado, los embalses no solo los maneja la Empresa de Acueducto de Bogotá, como sí ocurre con los que hacen parte del sistema Chingaza. Los embalses del Neusa y el Sisga están manejados por la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR) y el de Tominé por el Grupo de Energía de Bogotá.
Entonces, usar el agua de estos embalses para hacerla potable implica una constante negociación entre varios actores. Porque el agua que corre en ese sistema no se usa solo para potabilizarse, sirve también para llenar el embalse del Muña, ubicado hacia el suroriente de la capital. Este embalse se nutre de aguas negras y grises, y es el encargado del 8% de la producción de energía del país.
Por eso, aunque tiene mayor capacidad de almacenamiento, el sistema Norte solo suministra el 25% del agua potable de Bogotá.
El último sistema es el Sur, que reúne el agua en los embalses La Regadera y Chisacá. En este sistema funcionan las plantas de tratamiento Vitelma, El Dorado y La Laguna, que juntas procesan cerca de 0,6 m³/segundo, las más pequeñas de todo el abastecimiento.
El lío en este momento es que el sistema Chingaza, que suministra el 70 por ciento del agua potable de Bogotá, está por debajo del 20% de su capacidad de almacenamiento por las intensas sequías y la falta de lluvia por el fenómeno de El Niño que llegó en el primer trimestre de este año.
Bogotá vende agua a otros municipios
Además de suministrar el agua de la capital, estos sistemas también llevan agua a 11 municipios vecinos de Bogotá. En Soacha y Gachancipá opera el Acueducto de Bogotá, que sirve a unos 203 mil usuarios.
En los otros nueve, el Distrito vende agua potable en bloque a las empresas de acueducto y alcantarillado de los municipios, que luego la reparten entre sus usuarios. También funciona así en dos zonas de Bogotá y Soacha el Acueducto: les vende en bloque a las empresas Cojardín y Emar, que a su vez le venden a sus usuarios.
La creciente demanda
Cada año a Bogotá entran más de 552 millones de m3 de agua potable, sumando la cantidad que entra a través de los tres sistemas.
Según datos del Acueducto, en 2023 se consumieron 353 millones de metros cúbicos entre Bogotá, Soacha, Gachancipá y los municipios que compran agua en bloque. Es decir, 64% de la cantidad que entra anualmente de los embalses.
Por eso, el tema de la oferta y la demanda del agua en la ciudad se ha convertido en la punta de lanza del debate político sobre el ordenamiento territorial de Bogotá. Así fue como la ministra de Ambiente, Susana Muhammad, dijo que desde 2021 la demanda superaba el agua disponible en la ciudad. El tema pasó rápidamente a una pelea política en la que entraron la exalcaldesa Claudia López y el presidente Gustavo Petro sobre la falta de preparación del Distrito para enfrentar la escasez.
Más allá de la pelea política, el sistema tiene fallas estructurales. Por ejemplo, las pérdidas que tiene por fugas, fallas técnicas o robos. En 2022, se perdió el 36% del agua de todo el sistema. Esta situación es particularmente grave en Soacha, en donde se desperdicia el 50% del agua.
Otro problema técnico es la medición del gasto. En este momento, se calcula manualmente: cada dos meses un funcionario del Acueducto va a los contadores de agua y calcula la diferencia entre el gasto pasado y el actual. Por eso, no hay una medición en tiempo real del consumo de agua. En entrevista con La Silla, el concejal Juan Daniel Oviedo, quien hizo su tesis de doctorado en redes de abastecimiento, explicó que “no hemos podido resolver la medición”. “Tecnológicamente, las redes no han avanzado a sistemas de medición electrónica para poder ser más precisas”, dice.
Las dificultades del sistema Norte también están asociadas a aspectos técnicos, porque además de las negociaciones que tiene que hacer el Acueducto para poder potabilizar el agua, la calidad de líquido que llega a Tibitoc es más baja que la de Chingaza, por lo que es más caro potabilizarla en comparación con la que llega del páramo.
La administración de Galán planea entregar la ampliación de la planta de Tibitoc —la que potabiliza el agua del sistema Norte— para final de año. El proyecto empezó en 2019, pero ha tenido retrasos y por eso no se ha entregado.
El rol de los páramos
Aunque la mayor parte del agua potable de Bogotá entra desde Chingaza, el futuro del rol de los páramos en el abastecimiento es incierto. Son ecosistemas muy vulnerables frente al cambio climático, particularmente a los incendios y la deforestación en el Amazonas, que se disparó en el primer trimestre del 2024.
La selva es clave para la conservación de los páramos por un fenómeno que se conoce como “ríos voladores”. Estas son corrientes en el aire que transportan humedad de la selva hasta las montañas de la cordillera, generando las lluvias que alimentan los pozos de agua y las plantas de los páramos que almacenan agua, como los frailejones.
El riesgo de la deforestación es que la selva húmeda en la Amazonía se convierta en una sabana tropical, un ecosistema más seco, que no produciría la misma humedad y afectaría a los páramos a cientos de kilómetros de distancia.
Por eso, los páramos podrían no servir en el futuro para abastecer la misma cantidad de agua la ciudad. “Los modelos hidrológicos, que estudian la cantidad de agua disponible, muestran que a futuro se espera mayor precipitación en la cuenca del río Bogotá y menos en Chingaza”, explica Diego Restrepo, consultor en ciencias del agua de la Fundación Riparia, que hace investigaciones sobre la relación entre sociedad y recursos naturales.
El lío es que el Acueducto cuenta con un Plan Maestro desde 2006, que es el documento base con el que se orientan las labores de la empresa. Ese plan incluye la discusión sobre crear más embalses en el Sistema Chingaza, como el que estaba pensado en los proyectos de 2006 y que no se hizo porque la posterior alcaldía de Gustavo Petro se opuso al plan, aunque ahora reconozca la importancia de construir nuevos embalses.
La idea era construir una estructura que desviara el río Guatiquía —el mismo que abastece de agua al embalse de Chuza— con una presa de 90 metros de altura, para construir un embalse que tuviera una capacidad de 135 millones de metros cúbicos.
Este proyecto, conocido como Chingaza II, es a largo plazo, pues empezaría a dar agua para la ciudad en 2076.
El debate sobre la urbanización del occidente
Como no es claro qué pasará con los páramos si se sigue calentando el planeta, el abastecimiento de agua potable para Bogotá podría terminar comprometido si no se fortalecen otras fuentes de agua. Por eso, la cuenca del Río Bogotá regresa al centro del debate.
El río es la cuenca natural de la ciudad, entra por el noroccidente y su cauce continúa hacia el municipio de Soacha. Sin embargo, se ha convertido en el vertedero de los bogotanos. Se calcula que recibe 800 toneladas diarias de residuos y alrededor de 16 mil litros de aguas residuales por segundo.
El río Bogotá también se enfrenta con el crecimiento urbano, particularmente en el noroccidente de la ciudad. En ese sector está ubicada la Reserva Thomas Van der Hammen. A pesar de que hoy en los terrenos hay canchas de fútbol, parqueaderos y cementerios, la reserva cumple con el rol de hacer una conexión ecológica entre los Cerros Orientales y el Río Bogotá.
“La reserva tiene una función de regulación hídrica. La conexión de los cerros hasta el río tiene que ver con las aguas superficiales, subsuperficiales y subterráneas”, explica Sabina Rodríguez, quien hace parte de la veeduría de la Reserva que lleva el nombre de su abuelo. Esa conexión, además, es importante por el corredor de nubes que existe en el boquerón de Torca, que se convierte en uno de los puntos en los que más llueve en la ciudad.
Pero en la zona también hay grandes proyectos urbanísticos que buscan construir viviendas para suplir el déficit habitacional de la ciudad, que es del 9,8 por ciento. Para Alejandro Callejas, el gerente de Lagos de Torca, uno de esos proyectos, la idea de construir es mantener la conectividad de manera efectiva. “Esa conectividad no existe, con intervenciones en nueve quebradas, el humedal Torca-Guaymaral y el parque metropolitano, buscamos recuperar esa conectividad ecosistémica”, dice el urbanista.
Más allá de este debate, que lleva más de una década, hoy la reserva está virtualmente ausente del plan de desarrollo que presentará la alcaldía de Galán en el Concejo. “Se necesitan una serie de acciones y unas metas muy ambiciosas, más en tiempo de crisis de agua. Ni la reserva, ni el río, aparecen con nombre específico con una meta que le apunte a acciones y recursos del Distrito”, dice la veedora Rodríguez.
Las soluciones más creativas
Además del debate sobre urbanización, las alteraciones del ciclo del agua implican soluciones nuevas y creativas para la recolección y uso de nuevas fuentes.
Una de las opciones alternativas para el suministro de Bogotá son las aguas subterráneas, que es agua dulce que cae de las lluvias y queda almacenada en el subsuelo, en grietas de rocas o poros, que se llaman acuíferos.
Según los expertos consultados por La Silla, en las aguas subterráneas podría haber una alternativa para obtener agua potable. Sin embargo, en cifras, la extracción de estos acuíferos ha ido en picada desde 2008. El agua subterránea extraída en la ciudad ronda los 2 millones de metros cúbicos, en comparación con los más de 48 millones de metros cúbicos que se consumen en la ciudad.
“El conocimiento que tenemos sobre el tema es muy reducido, necesitamos más estudios de hidrología isotópica para entender mejor el agua subterránea”, explica Camilo Prieto, profesor de cambio climático de la Javeriana. Sin embargo, ese estudio implica la aprobación de la ley nuclear en el país, que incluye las técnicas necesarias para ver qué tanta agua hay en esos depósitos subterráneos.
Otra iniciativa novedosa es la de recoger agua lluvia, en una ciudad en donde caen en promedio 797 mm de agua al año. La iniciativa no es nueva. En la Bogotá Humana de Petro se propuso un sistema de drenaje que recogía el agua lluvia, evitando así las inundaciones, al tiempo que permitía que conjuntos residenciales, empresas, entidades públicas, almacenaran agua, que no terminó de hacerse realidad.
Sin embargo, para usar bien la lluvia debe existir una pedagogía para evitar que se llenen de insectos o bacterias que transmitan enfermedades, dice Damaris Rozo, directora de la academia de cambio climático y derechos humanos de la Fundación Grothendieck.
Invertir en infraestructura natural es otra opción. Esta se refiere a invertir en aquellos ecosistemas o paisajes que producen agua, como páramos o bosques. Según un estudio de Conservación Internacional y World Resources Institute (WRI), la restauración de ecosistemas podría reducir costos de abastecimiento. “Si se invierte en infraestructura natural 5 millones de dólares, a 30 años el Acueducto podría ahorrarse 40 millones de dólares en el tratamiento de agua”, concluye el consultor Restrepo, uno de los autores.
Las primeras nubes negras sobre Bogotá indican que se acerca una nueva temporada de la ira del dios muisca Chibchacum. Será cuestión de tiempo saber si esas lluvias son suficientes para llenar los embalses de agua potable, o si nos meten en otro lío de inundaciones del que ni siquiera Bochica podrá defendernos.