“Una periodista en las entrañas de la política” (Planeta), se titula el libro que publicó Marisol Gómez luego de haber cumplido su periodo en una de las 45 curules del Concejo de Bogotá, el más grande de Colombia. Gómez es una curtida periodista del conflicto que en 2019 aceptó la invitación de Carlos Fernando Galán para hacer parte de su lista al Concejo.
Llegó como primípara al cabildo municipal, y después de cuatro años durante la alcaldía de Claudia López, decidió no buscar la reelección. En cambio, escribió este libro que cuenta, desde adentro, cómo su aspiración de cambiar la política chocó con el sistema de intereses y privilegios que tienen los políticos en Colombia. Incluyendo los del actual alcalde, Carlos Fernando Galán, quien fue su colega en el Concejo, y de Claudia López, la alcaldesa que llegó ondeando la bandera de la lucha contra la corrupción.
La Silla Vacía: En su libro denuncia muchas irregularidades en el Concejo. Pero quisiera arrancar con una pregunta básica para que nuestros lectores entiendan, ¿qué hace el Concejo?
Marisol Gómez: La principal tarea del Concejo es hacerle control político al alcalde de turno. Tiene una segunda tarea, yo diría más accesoria, que es hacer proyectos de acuerdo para la ciudad, pero como estos no tienen carácter de ley, la aplicación de esos proyectos termina siendo prácticamente discrecional.
A juzgar por su libro, pareciera que esa labor de control del Concejo se ejerce muy poco
Algunos concejales hacen esa tarea. Pero realmente lo que yo quiero mostrar en el libro es cómo la relación entre el alcalde y el Concejo termina pervertida por todas las ambiciones políticas. Lo que importa en muchos casos es el beneficio personal del concejal y no lo que le importa a la ciudad. Realmente los proyectos de acuerdo importantes que llegan al Concejo son los que manda la Alcaldía.
Usted cuenta que cuando decidió lanzarse a la política el exalcalde, Paul Bromberg le dijo que la función más importante de un concejal es reelegirse. Y que al final, usted entendió que era así.
Cuando Bromberg me lo dijo a mí me impactó mucho y nunca se me olvidó. Lo que yo comprobé durante los cuatro años es que precisamente la reelección termina siendo el trasfondo de todos los problemas que tienen las corporaciones de elección popular. Un grupo de personas elegidas por los ciudadanos encuentra en esas corporaciones tantos privilegios y tanto poder que termina todo completamente distorsionado porque cada quien está tratando de maximizar su beneficio y no el del ciudadano que lo eligió.
¿Por qué cree que sucede eso? Uno podría pensar que el incentivo de reelegirse podría llevarlos a esforzarse por prestar un mejor servicio a la ciudad.
Hay varias razones. La primera es que no hay control del ciudadano al político, tampoco de los medios de comunicación. Entonces, ellos encuentran un ambiente perfecto para buscar la reelección por el camino más fácil: que no es diciéndoles a los ciudadanos ‘yo he hecho esto o esto por la ciudad’, sino buscando los empleos en el Distrito para un montón de personas que luego les garanticen su voto y el de otro grupo de personas.
Porque en el Concejo lo que se dice es que, más o menos el cálculo de un concejal, es que por cada empleo que consigan en el Distrito exigen 50 votos. Los exige y los controla.
Dos, como me lo dijo uno de los secretarios de la de la entonces alcaldesa, Claudia López, no solo van por los puestos sino que también van por los contratos, y me lo dijo textual para el libro. Vienen, por ejemplo, por los contratos para el mantenimiento de los vehículos de las secretarías. ¿Y eso qué quiere decir? Es un contrato que buscan para un amigo que luego les da un porcentaje o que los financia en la siguiente campaña. Entonces todo gira alrededor del manejo de una burocracia y el manejo de unos negocios distritales.
¿Y los que dan el voto no hacen control a la promesa de que les iban a llevar el acueducto, por ejemplo?
Es que como todo tiene que pasar por el debate de control político, entonces cuando alguien los busca, y les dice por ejemplo, “en tal zona hay una calle sin pavimentar tanto tiempo”, hacen un debate de control político. Pero lo más impactante de eso es que todo se queda en la vitrina. Y cuando yo digo en la vitrina es, sí, ellos pueden mostrar un debate de control político; ellos pueden demostrar que presentaron un proyecto de acuerdo; pero lo que no ve el ciudadano, lo que no ve nadie y yo tuve la oportunidad de ver ahí en primera fila durante cuatro años es que a veces eso se convierte en una fachada.
Cuando yo empiezo a ver que ellos públicamente hacen un discurso contra un proyecto de la Alcaldía, pero luego ellos mismos votan a favor el proyecto a la Alcaldía, una colega del Distrito me dice: “No te preocupes Marisol, que aquí el uso de la boca es tuya, pero el voto es mío”.
Es decir, que el gobierno distrital les da el derecho a criticarlo públicamente, pero detrás está el negocio y la componenda. Todo eso es muy difícil de ver para cualquier ciudadano. Incluso para los medios de comunicación. Eso solo se logra ver estando ahí sentado cuatro años, viendo cómo transcurren las cosas todos los días.
Usted dice en su libro que su campaña costó 35 millones de pesos, pero que en promedio los concejales se pueden gastar 1500 millones. ¿En qué es que se gastan esa plata?
Los concejales, como cualquier candidato, tienen un tope económico de gasto en la campaña. Pero obviamente ellos gastan un dinero y reportan lo que legalmente pueden reportar, como pasa en el Congreso. Lo que ellos cuentan es que algunos se pueden gastar hasta 1.500 millones de pesos, incluso me mencionaron cifras mucho más grandes. ¿En qué se las gastan? Los costos más altos tienen que ver con el pago de los líderes. Un colega del Concejo que leyó el libro me dijo: “a un líder comunal que trabajaba conmigo le pagaron los 300 millones de pesos para que diera la vuelta en la última elección”. Él sabe que se pagó y fue alguien de su partido. Todo esto lo digo porque hice la reportería. Yo lo que trato es de demostrar hechos. Hasta a mí en campaña, como cuento en el libro, llegaron líderes a venderme sus votos.
Lo más importante de este libro es denunciar que se ha normalizado lo anormal. En Colombia se ha normalizado lo anormal en la política y ese es el punto central que yo quiero poner sobre la mesa.
¿Qué pone el líder al que le pagan esos millones de pesos, y de dónde surgen esos líderes?
Son los líderes locales, gente que tiene un liderazgo en los barrios. En Kennedy, en Barrios Unidos, en Teusaquillo. Este líder va y se presenta donde el concejal con la garantía de unas carpetas llenas de cédulas y dice: “yo vengo de esta localidad y tengo control sobre estos votos”. Son líderes que efectivamente trabajan por las cosas de la comunidad, pero luego abusan de ese liderazgo para obtener beneficio propio. ¿En qué se gastan parte de la plata que les entregan? En hacer reuniones y comprar refrigerios, básicamente, para la gente que invitan a las reuniones.
Luego, ¿cómo hace el control el político al líder? A mí me contaban los mismos concejales que les pagan una parte antes de la votación, pero el resto después cuando hayan verificado que las cédulas que prometían los líderes en esas mesas de votación sí votaron efectivamente por ellos. Es un sistema.
¿Cuál es el incentivo de la gente que le da su cédula y su voto al líder?
El concejal le ofrece al líder ayudarlo a conseguir empleo. El líder local va y consigue empleos para la gente con el concejal y luego, según dicen, también cobra plata por eso. Es como un círculo que se ha normalizado.
Es impresionante la cantidad de cosas que se hacen y se sacrifican por un puesto en Colombia.
Hay mucha necesidad y mucha gente desempleada. Hacerse amigo de un político es clave para tener trabajo también en el sector público, independientemente de que tenga capacidades para ejercer el puesto. Los contratos de prestación de servicios son el botín, contra el cual es muy difícil luchar mientras no haya voluntad política, porque a los políticos les sirve.
Si uno mira Bogotá, que fue lo que yo estudié, más del 70 por ciento de los trabajadores son por contrato de prestación de servicios. Igual pasa a nivel nacional. El pretexto es que no hay dinero para legalizar a tanta gente con contratos laborales, pero la propuesta que yo hago es que esa carga se invierta, más empleo fijo y menos contratos de prestación de servicios.
Por otro lado, también es importante que exista una evaluación de los empleados de carrera también, por lo menos cada tres años, porque también pueden ser un obstáculo para el progreso de una entidad.
Son soluciones que se pueden buscar, pero los alcaldes no han tenido la voluntad política, porque es muy cómodo vivir de la necesidad de la gente que busca empleo. Es la clientela cautiva a la que yo sé que le doy empleo. La que va a votar por mí y a la que luego le digo tiene que traer a votar a otros tantos.
¿Y los concejales buenos que perdieron, no hicieron esto?
Precisamente porque es gente que no va con las viejas costumbres de armar clientela a punta de puestos en el distrito, chantajeando a los secretarios con abrirles investigaciones, como a mí me cuentan en el libro, si no les dan puestos o contratos en el Distrito. Es que el que no entra en eso no sobrevive. Es así de simple. El voto de opinión es muy escaso.
La gente está acostumbrada a que eso pase en Soledad, Atlántico. La realidad no es diferente en Bogotá
No es diferente. No es solo la manera de operar para conseguir los votos y los contratos con el sector público, sino en el tema de los relevos en el Concejo. Es que es increíble que en la capital del país, donde se supone que hay más voto de opinión que en cualquier otro lugar de Colombia, suceda que la esposa le deja el cargo al esposo, y este al hijo.
Usted dedica una buena parte del libro a explicar el tema de las camionetas blindadas para los concejales. ¿Por qué le pareció que ese caso era tan icónico para explicar el Concejo?
Cuando yo llego al Concejo veo que el parqueadero está lleno de motocicletas de la Policía y camionetas blindadas, y me doy cuenta de que son los escoltas de los concejales. Yo no entendía por qué las necesitaban si las Farc ya habían hecho un proceso de paz, ya los paramilitares habían entregado las armas y Bogotá no era una ciudad de gran peligro. O sea, no, esto no era el Bajo Cauca o el Catatumbo.
Hay un decreto que dice quiénes tienen derecho a una camioneta blindada y los concejales no están. Y en el 2012 solo tres concejales tenían camioneta blindada con un esquema de protección otorgado por la Unidad de Protección. Pero después de 2014, a todos los concejales que se les hacía estudio de riesgo resultaban con camioneta blindada. ¿Qué pasó?
Al indagar, encuentro que en la alcaldía de Petro, la Secretaría de Hacienda quiso comprar 45 camionetas blindadas para todos los concejales. Pero como hubo toda una denuncia ante los medios, esa medida se echó para atrás. Entonces, hacen un convenio para que sea la Unidad Nacional de Protección la que haga el estudio de riesgo y le transfieren los recursos. Y, curiosamente, la UNP encuentra a partir de ese momento que todos tienen un riesgo extraordinario. Por eso lo planteé como una pregunta en el libro: ¿protección o negocio?
Porque cuando ya la Secretaría de Hacienda desde el 2014 decide destinar un presupuesto fijo –el de Bogotá es el único concejo del país con presupuesto fijo para que la UNP haga que estudio de seguridad a cada concejal– resulta que los 44 concejales de Bogotá en el 2014 salieron con riesgo extraordinario. Solamente el concejal Juan Carlos Flores dijo que no le interesaba hacerse el estudio y no tuvo camioneta. Eso es muy sospechoso.
¿Y usted sí decide someterse al estudio de riesgo cuando le llega el turno?
Yo me someto al estudio de riesgo por pura curiosidad periodística y encuentro irrisoria la justificación que dieron para decir que yo necesitaba camioneta blindada, escolta y chaleco antibalas. Ahí es donde yo empiezo a poner en duda si eso era protección o negocio. Es un privilegio al que no está dispuesto a renunciar nadie. A la UNP, a su vez, la han investigado por los contratos con las blindadoras. Ahí hay un negocio de por medio. ¿Por qué en 2012, cuando no había plata fija y destinada para eso, solo tres concejales necesitaban camioneta blindada y cuando ya hay plata se le asignan a todo el que se hace estudio? Pues ahí hay un negocio.
Primer problema, aquí no hay un alcalde que se haya dado la pela, y voy a decirlo, no se dio la pela ni Petro, ni Peñalosa, ni Claudia, ni Carlos Fernando Galán de decir ‘no va a haber plata para hacer estudios de seguridad en la UNP’. Ningún Concejo del país tiene esa prebenda. Yo encuentro que había 57 concejales del país con esquema de protección y camioneta blindada y de ellos 41 estaban en Bogotá. Los otros 16 eran del Bajo Cauca, del Catatumbo, de Nariño, del Putumayo, o sea zonas donde realmente hay un riesgo más alto.
Por cada carro se paga una mensualidad. Dependiendo el modelo vale entre 11 y 15 millones de pesos al mes.
Cuando comenzó a hacer ese debate recibió mucha hostilidad de sus compañeros.
En el Concejo de Bogotá pasa como en el Congreso, nadie quiere renunciar a un privilegio, como bajarse el sueldo. Y no va a pasar. Todo se ha vuelto tan normal que lo anormal es que alguien haga ver como anormal algo que no es normal. ¿Pero de verdad es normal que yo chantajee un secretario para que me entregue tantos puestos? Y que si no, le haga abrir una investigación en la Contraloría, porque allá el contralor delegado y su secretaria son cuota mía. ¿De verdad, así funciona el mundo? Pues yo me fui porque si esa es la normalidad, yo no quiero hacer parte de ella.
La otra anécdota en la que usted profundiza es en la elección del personero. ¿Por qué esa elección es tan clave para los concejales?
Un personero es una especie de veedor oficial de los funcionarios del distrito. Investiga disciplinariamente a los funcionarios de las secretarías de la alcaldía de turno. ¿Por qué es tan clave? Primero, por la burocracia. Los políticos negocian los puestos a cambio de los votos. ¿Cuáles son los puestos más peleados? Las personerías delegadas porque se entregan a amigos.
Por decir: la personería delegada para lo ambiental está pendiente de lo que haga el Secretario de Medio Ambiente. Y entonces, si el secretario de Medio Ambiente no entrega los puestos que yo le pido o incluso los contratos del distrito que yo le sugiero que me dé, pues yo lo amenazo con abrirle una investigación, porque el personero delegado para el tema es amigo mío o de mi partido.
Seis secretarios y altos funcionarios de la alcaldesa Claudia López me mencionaron la palabra extorsión y chantaje al referirse a la manera como era su relación con varios concejales. Esa sola expresión de ellos le dice mucho a uno.
Claudia López se ve como frentera, y su cruzada era la anticorrupción. Es sorprendente que se quedara callada frente a esto.
En la política, hay un exceso de pragmatismo. Hay gente que genuinamente quiere llegar a la política para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. Y creo que a Claudia López la acompañó ese sentimiento. Yo creo que el problema de la gran mayoría es que o se acomodan a como funciona el sistema o se quedan por fuera de ese sistema político. Hay una frase que yo le escuché a Olmedo López, que me pareció patética porque creo que es lo que pasa, y es: “nosotros los del Pacto Histórico llegamos a gobernar para cambiar las cosas, y al final nos cambiaron a nosotros”.
Entonces, ¿hay que resignarse?
Yo entrevisto a la primera secretaria de Gobierno de Antanas Mockus, y dice que Mockus nunca les dio nada. O sea, ¿es posible? Sí, claro que sí. También hay una decisión política.
Pero la bandera de Claudia López es el tema anticorrupción. ¿Fue para usted una decepción ver que se hizo la de la vista gorda con esto?
En el libro yo digo lo que escucho. Yo hablo con secretarios y altos funcionarios de Claudia López y encuentro que seis de los secretarios se sintieron extorsionados y chantajeados, incluso algunos me dijeron: “yo sufrí emocionalmente porque aquí había concejales que llegaban literalmente en una actitud de amenaza cuando no obtenían lo que querían”.
Quiero saber qué tanto de esto supo la alcaldesa Claudia López y más que deducirlo prefiero que ella conteste a las preguntas que le hice. Y pues que cada lector, a partir de las respuestas que da la alcaldesa, puede sacar sus conclusiones.
Pero usted lo vivió y le hizo las preguntas, ¿cuál fue su conclusión frente a ella en particular, que aspira a la presidencia?
Quedé con muchas dudas. Porque me preguntaba, será que si yo soy el secretario x, yo no voy a poner en evidencia todo esto Yo me preguntaba ¿será que los secretarios cada uno marcha a su manera para conseguir lo que hace de manera aislada?
De todas maneras me voy muy decepcionada con todo lo que pasa. Yo por eso me voy de la política honesta, porque vuelvo y digo, el pragmatismo es la salida de todo el que quiere permanecer en política. Cuando hablo de pragmatismo, hablo la actitud de en vez de ir a cambiar cosas, preferir que lo cambien a uno.
¿Qué concejales le parecieron admirables?
Los que compartían completamente la preocupación que yo tuve desde el comienzo fueron Diego Laserna, Javier Ospina, Martín Rivera. De alguna manera Mafe Rojas. Hay concejales que yo sé que hacen control político, como María Victoria Vargas, una concejala que se lo hizo a Claudia López todo el tiempo.
Incluso Diana Diago, apartándose también de su partido, en muchas ocasiones. Uno ve a veces a concejales de la Colombia Humana o a los del Centro Democrático haciendo control político, pero algunos cambiaban el voto. Y uno se enteraba luego que había cosas de por medio.
La anécdota que cuenta alrededor del cupo de endeudamiento aprobado a Claudia López también revela rasgos del carácter del actual alcalde, Carlos Fernando Galán.
Ese no fue un capítulo fácil de escribir. Porque este libro no es un libro de señalamientos. De hecho, yo solo menciono las personas cuando voy a mostrarlas como personas que hicieron las cosas bien. Cuando no, omito nombres.
He escuchado distintas impresiones de los lectores a partir de lo que leyeron. Usted me dice: “yo siento que él no confronta”, y yo eso sí lo digo explícitamente. Carlos Fernando no es una persona que confronte, no le gusta el conflicto y eso puede ser bueno o puede ser malo, depende del momento.
A veces puede no ser tan bueno porque el debate hay que darlo. Y yo lo que quiero es que cada lector, al ver los hechos, deduzca lo que quiera deducir sobre los personajes que yo menciono.
Entonces, cambio la pregunta. ¿Cuál fue la posición que asumió Galán, frente a la ponencia de ampliar el cupo de crédito de la ciudad?
La diferencia de los hechos es que yo salgo elegida como ponente. Obviamente, este es un tema muy delicado, porque era una situación excepcional para Bogotá en medio de la pandemia, que creó una crisis social económica muy grande.
El cupo de endeudamiento era el más alto de la historia de Bogotá para aprobar en un solo proyecto. Ante la magnitud de la propuesta de la Alcaldía, en medio del encierro, empecé a indagar con expertos. Llamé a José Antonio Ocampo, y él me dice: “usted tiene que analizar la capacidad de endeudamiento que tiene la ciudad y la capacidad de pago”.
Después de una larga conversación él me dijo que Bogotá sí necesita eso hoy. Luego hablé con Fedesarrollo, con Fitch, y también lo vieron necesario. Entonces yo juntando todo eso, digo, Bogotá necesita este cupo de endeudamiento, y mi ponencia lo aprueba.
Ahí me llama Carlos Fernando y dice que hay que hacer una reunión dos días antes de que yo ponga mi ponencia, horas antes, cuando ya yo había decidido. Él me dice que no está de acuerdo con ese cupo tan alto, que porque un eventual alcalde del futuro se va a quedar sin margen fiscal. Yo le digo, van a ser las cinco y yo tengo mi ponencia lista.
Después, por unas maniobras de algunos concejales, ese proyecto ni siquiera llega a debate. Entonces lo que hace la alcaldesa es volverlo a presentar. Y vuelvo y salgo yo como ponente, una decisión que se toma con unas balotas al azar. Ahí no hay una conversación con Carlos Fernando, pero él termina votando negativo a mi ponencia. Yo entonces entendí que era nueva en ese mundo. Por eso titulé ese capítulo, “Carlos Fernando Galán y la Realpolitik”, porque ahí fui aprendiendo que el político realmente verdadero, el que sabe de política y el que hace política y el que vive para la política, pues está pensando más en sí mismo y en su partido que en la necesidad que tenía la ciudad en ese momento. Carlos Fernando seguramente estaba pensando en su siguiente alcaldía.
A mí me pueden llamar ingenua, pero yo ratifiqué todos los días que no, no era ingenuidad, era el sentido original de la política: trabajar por la gente y por el ciudadano.
Yo por eso digo que este libro está dirigido a los ciudadanos para que voten de manera más consciente, porque yo sé que yo no voy a cambiar la política.
Usted tiene una serie de propuestas al final del libro ¿Cuáles son las dos más importantes?
Creo que las sesiones del Concejo no deberían ser pagadas a través de honorarios. Porque ahí hay una perversión de que para hacer las 20 sesiones que se necesitan para completar un honorario, que es alto, las sesiones se hacen solo para ir a registrarse y salir, solo para completar las 20 que hace falta. Yo incluso digo en el libro, pues que se le pague solo a quien asista al 50% de la sesión. Hoy en día la gente va, se registra y se va.
Y también, aunque es algo que le corresponde al Congreso de la República, es la reelección. Yo creo que la reelección definitivamente no puede ser más de una sola vez, porque hay gente que aprendió a vivir de la política, tiene en la política un negocio.
¿Vale la pena que exista el Concejo?
Una persona que por razones de su oficio debe estar diariamente en el Concejo me lo dijo de esta manera: “el Concejo de Bogotá desaparece y a Bogotá no le pasa nada. Antes se ahorra un montón de dinero”. Con eso te resumo todo.