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El presidente acaba de hacer una alocución presidencial para desmarcarse del escándalo de la Ungrd. Un escándalo que es particularmente grave porque, por donde se le mire, golpea su símbolo del cambio.

Durante la alocución, Petro lo atribuyó a una “corrupción estructural” que viene de gobiernos anteriores y que fue para “enriquecimiento personal” de los funcionarios.  Y exaltó su lucha de toda una vida contra la corrupción. 

Aunque evadió la autoincriminación de los implicados de que fue para sobornar a los congresistas en plena época electoral y con la presunta participación de altos funcionarios de su gobierno, el solo hecho de que hiciera una alocución específicamente sobre el escándalo muestra que ha acusado el golpe.


El golpe a su bandera del cambio

Y es que a diferencia de otros presidentes, Gustavo Petro no ha priorizado inaugurar obras. Cortar cintas no ha sido lo suyo. Como lo explicó claramente en una celebración del Premio Simón Bolívar para periodistas en 2022, él ve en gran parte su labor como la de un comunicador social.  Para él es importante cambiar paradigmas. La forma en que los colombianos ven el progreso o el equilibrio entre el Estado y el mercado, el papel de los ricos o el capitalismo o el riesgo que plantea la crisis climática.

De ahí, que sea un presidente particularmente interesado en el uso de símbolos como estrategia de gobierno. Arrancó su mandato ordenando a Casa Militar que le trajeran la espada de Bolívar que el M-19 había robado en el Cantón Norte; nombró a una líder indígena en la Onu y a otro que llevaba su vida luchando por la restitución de tierras en la entidad encargada de su distribución; optó por no seguir el protocolo del vestido cuando se reunió con el rey de España; cambió los requisitos para que un sindicalista de la Uso estuviera en la junta directiva de Ecopetrol. Los ejemplos abundan.

Por eso, por la importancia que le concede a los símbolos, es que el escándalo de la Ungrd golpea tanto a su gobierno: le abre un hueco a su narrativa sobre la hecatombe que se avecina por el cambio climático pues la Ungrd es la entidad encargada de la atención de desastres, pone en duda su compromiso con el territorio guajiro que ha priorizado en su discurso pues se desvió plata del agua y crea serias dudas sobre su compromiso con hacer una política contra las mafias y no con ellas.

“Este escándalo marca un punto de inflexión”, dice el politólogo César Caballero, dueño de la encuestadora Cifras y Conceptos. “Hace un daño autoinfligido del que será difícil recuperarse porque golpea cerca y a las banderas más simbólicas”.

Los otros escándalos lo golpean

Este no es el primer escándalo que toca las banderas centrales del presidente. 

El escándalo revelado por La Silla Vacía según el cual el gobierno le entregó al contratista Euclides Torres millonarios contratos para la transición energética con potenciales sobrecostos, favorecimientos e indicios de corrupción empaña su bandera de apostarle a las energías renovables.

El escándalo de su hijo y de la financiación de su campaña le abre grietas a su discurso contra las mafias.

La historia del séquito de Verónica Alcocer plantea el interrogante de si parte de los impuestos de los colombianos en cambio de destinarse para los “nadies”, por los que abogaron en campaña, se están yendo a privilegios nepotistas.

Y la imagen del polígrafo de la niñera de Laura Sarabia, en un sótano, y quien no tenía al día el pago de su seguridad social devuelve como un bumerán el discurso empático con los empleados abusados por “los jefes esclavistas”.

Pero el escándalo de la Ungrd condensa todos los elementos en uno solo, y por eso pone tan en juego los símbolos del cambio.

El cambio: una noción ambigüa

“Uno de los problemas de Petro es la ambigüedad del cambio como símbolo porque significa muchas cosas”, dice Andrés Parra, profesor de filosofía de la Universidad de los Andes. “Para gente de izquierda como yo el cambio significa un viraje ideológico, de contenido hacia temas de distribución de la riqueza y equidad social. Para otro sector que votó por él, el cambio se entiende como hacer política de otra manera”. 

Precisamente por esta idea ambigua del “cambio” que representa Petro no todos los escándalos lo golpean por igual, y por lo menos los del pasado no le han hecho mella en la izquierda más organizada que salió masivamente a marchar con él el primero de mayo y que cree en el cambio más de contenidos ideológicos.

Lina Álvarez, profesora de ciencia política, dice que hay un lugar simbólico que no es pequeño, y es el de ver un gobierno “que entiende las problemáticas y que las voces de las comunidades en los territorios pueden ser escuchadas”. 

Hay cientos de organizaciones que llevan años demandando una reforma agraria, priorizar el agua, poner los derechos de los trabajadores por delante, que la policía no reprima la protesta social. Y que un presidente asuma como propias esas banderas y además ponga personas del movimiento social en el poder para intentar llevarlas a cabo compensa el que haga la política sucia que han hecho los anteriores.  

De ahí, que las irregularidades o ilegalidades en la financiación de la campaña, las alianzas con políticos cuestionados como Armando Benedetti o incluso la entrega de burocracia a cambio del apoyo a las reformas no merma su apoyo al presidente. Lo entienden como la forma de lograr el cambio en un contexto transaccional en el que así se han hecho las cosas.

Para el otro sector, por el contrario, representado por gente como Carlos Carrillo, el nuevo director de la Ungrd o un influencer como Levy Rincón, el cambio sí es no hacer política como lo hicieron los políticos tradicionales. Aunque por ahora son lo suficientemente pragmáticos para quitarle responsabilidad al presidente por los escándalos que su mismas políticas de alianzas ha creado.

 “Hay una corrupción asqueante en la sociedad colombiana; está en lo público, en lo privado y también estaba en la Ungrd. El Gobierno es un reflejo de la sociedad. Esta es una sociedad que está corroída por la corrupción”, dijo Carrillo en Blu Radio sobre el escándalo de la entidad que dirige.

“Pareciera que hoy lo más importante para diferenciarse es cómo se gobierna y cómo se hace política”, dice el analista político Carlos Franco. “Se acepta que para triunfar y gobernar hay que hacer alianzas; la pregunta es: ¿alianzas para que los aliados (tipo Bennedetti, Roy Barreras, Lizcano) impongan al gobierno sus vicios y formas de gobernar clientelistas y corruptas, o para que los alternativos les impongamos los criterios y prácticas para gobernar?”

Así como muchos en el establecimiento y muchos tecnócratas como Alejandro Gaviria se subieron al bus de Petro con la idea de que con ello podrían “moderar” al presidente, muchos en el círculo petrista pensaron que podrían aliarse con políticos corruptos para ganar y que luego los podrían marginar. Al final, ambos han descubierto lo equivocados que estaban.

En el escándalo de la Ungrd, al parecer se les quitó plata a los indígenas sin agua para sobornar a los congresistas con el fin de que aprobaran las reformas sociales. La plata, además, se movió entre septiembre y octubre, en la recta final de las elecciones regionales, cuando los congresistas empujan a sus candidatos. Para ello fueron instrumentales políticos como Olmedo López, sin ninguna trayectoria en prevención de desastres pero cercanos a congresistas clave para el gobierno como el paisa Carlos Trujillo, clave para los votos en el partido conservador.  

“La corrupción se da en temas que afectan el derecho a la salud, el derecho a la vida por niños que mueren por falta de agua y alimentos. Afecta a las poblaciones más desprotegidas”, dice la politóloga Elizabeth Ungar. “En el tema de la financiación en la política es un tema muy crítico que Petro cuando era senador denunció mucho. Y está pasando exactamente lo mismo que en los anteriores gobiernos que tanto criticó”.

¿Qué viene ahora?

La reacción del presidente Petro ante este escándalo que hiere el corazón de su proyecto ha sido doble: distanciarse de su mismo gobierno como si la corrupción de sus funcionarios no tuviera nada que ver con él y, al mismo tiempo, denunciar que se trata de un “golpe blando” de los que lo quieren tumbar.

Por un lado puso a Carlos Carrillo en la Ungrd para que destape la olla podrida y el presidente y sus alfiles critican la corrupción que van encontrando como si no fuera producto de sus alianzas para pasar las reformas. “Estoy seguro de que lo que estoy haciendo implica remover las bases del poder político del país”, dijo en su alocución.

También ha dicho que no toleraría que ningún funcionario bajo sospecha estuviera en su gobierno. Pero la realidad es que ha mantenido a todos los hombres salpicados por supuestamente dar las órdenes, como el ministro del Interior, Luis Fernando Velasco y Carlos Ramón González, director de la Dirección Nacional de Inteligencia. Sólo ha prescindido de la mujer que presuntamente sirvió de enlace para pagar los sobornos, la consejera Sandra Ortíz.

Y por el otro lado, Petro insiste cada vez más en que todo se trata de un complot para tumbarlo, parte de la tendencia latinoamericana del ‘lawfare’, la teoría según la cual los opositores montan procesos judiciales por corrupción en contra de mandatarios de izquierda en el continente para sacarlos del poder vía judicial.  Lo hicieron con Lula, Kirchner, Pedro Castillo, y Petro sería el siguiente, según la narrativa que está fortaleciendo por las investigaciones por volarse el tope de financiación de su campaña presidencial.

“El ataque contra el gobierno es fuerte e incluye la acción para algunos del golpe”, dijo en su alocución, repitiendo la idea de la guerra jurídica o lawfare con la que explica las investigaciones que hay en contra de la financiación irregular de su campaña.

“El lawfare es un tema con el que puede evadir responsabilidades y el costo tal vez para él no es tan alto, pero la polarización se va a incrementar en la medida que siga ese discurso”, asegura Ungar.

Petro reconoció que “ser de izquierda no es una vacuna contra la corrupción”.  El escándalo de la Ungrd ha dejado eso en evidencia.

Soy la directora, fundadora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía. Estudié derecho en la Universidad de los Andes y realicé una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York. Trabajé como periodista en The Wall Street Journal Americas, El Tiempo y Semana y lideré la creación...