Overview:De qué democracia hablan?
La democracia está en una grave crisis. En Europa y USA ascienden las fuerzas políticas de ultraderecha. En América latina ganan espacio presidentes como Bukele y Milei
Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
La defensa de la democracia liberal no puede basarse solamente en la defensa de unos valores que han sido incorporados en una determinada constitución, ni puede fundamentarse en la pertenencia histórica de nuestro país a una tradición que se ha definido a sí misma como liberal, pacífica, abierta y cosmopolita, ni tampoco reducirse a la frase formal “una democracia digna de ese nombre solo existe entonces si se garantizan los derechos fundamentales”, como lo afirma Rodrigo Uprimny.
Los derechos individuales, civiles y políticos pueden ser entendidos como esencias constitucionales, como lo hizo John Rawls, pero ellos deben cumplir aquello que el liberalismo igualitario estableció: la libertad real no es solamente un formalismo vacío, requiere que las personas tengan los poderes, las oportunidades, y los recursos que les permiten actuar como libremente lo elijan. En nuestro país no es posible aceptar la broma de Anatole France “de que en Francia todos son iguales y son libres, pues tanto el rico como el pobre tienen la libertad de dormir bajo los puentes”.
Para comprender y pensar los problemas de la democracia actual es necesario salir de una pura reflexión normativa, abstracta, basada en modelos de democracias exitosas del primer mundo que se proyectan a los demás países, como lo hicieron Daron Acemoglu y James Robinson en “Por qué fracasan las naciones”, y entrar a un análisis situado, como lo propone Laura Quintana.
Así, lo primero a lo que hay que referirse es a los hechos. La democracia vive un profundo retroceso a nivel global. El índice de democracia de The Economist del 2023, que analiza el estado de la democracia en 165 países, refleja que menos de la mitad de la población del planeta, cerca del 46%, vive en algún tipo de democracia, aunque solo un 8% lo hace en alguna de las 24 democracias plenas. Existen 59 regímenes autoritarios que aglutinan a más de un 39% de la población mundial, debido principalmente a la situación que vive China y sus cerca de 1.400 millones de habitantes.
Y aunque los Estados europeos –especialmente los nórdicos– son los que lideran el indicador de democracia, Europa vive una profunda crisis como resultado del ascenso de las fuerzas políticas de ultraderecha en las últimas elecciones europeas, especialmente en Francia y Alemania, que abogan por destruir el modelo actual de la Unión Europea. La extrema derecha busca el debilitamiento de todas las estructuras democráticas, empezando por una reestructuración del Estado de bienestar, con ataques al poder judicial independiente y a los medios de comunicación críticos.
Lo que está causando esta situación en Europa y en los Estados Unidos es cómo contener la migración. En Estados Unidos el número de migrantes en 2020 era de 50.6 millones, en Alemania 15.8, en Francia 8.5, en Arabia Saudí 13.5. La solución que se está implementando en estos países —la reacción extrema— es el retorno de un nacionalismo atávico, políticas de rechazo, legislaciones severamente restrictivas, abandono de gente que busca refugio, muros, alambradas, vallas electrificadas.
El segundo hecho que debemos analizar para entender el problema del retroceso de la democracia en América Latina y África es la relación entre el rechazo a la migración y las causas que la producen. Es decir, las migraciones son el resultado del fracaso de la economía en los países del sur global, que también se producen por la guerra, la explotación, la miseria, la falta de oportunidades, la inseguridad, la falta de trabajo. Las migraciones son la consecuencia de la forma como se han articulado las relaciones de poder en el sistema económico y político global. Estas situaciones las generó, en gran parte, el capitalismo —aunque hay también causas internas— que desde la época colonial hasta el presente ha dominado y ejercido un control total mediante la extracción de los recursos naturales de sus colonias y la explotación de los sujetos colonizados.
Estas relaciones de dominación y explotación se han extendido y mantenido hasta el presente y afectan profundamente la formación de las estructuras políticas democráticas en los países del sur global. Las condiciones económicas que ha impuesto el capitalismo en su etapa neoliberal impiden que la ciudadanía pueda participar activamente en la vida política y reducen el estatus de ciudadanía, se podría decir, a un nivel de aseguramiento de libertades económicas que, sin embargo, solo pueden ser aprovechadas por unos pocos, entonces como ahora.
Muchos de los países de América Latina y África, han sido obligados a lo largo de los siglos XX y XXI a aceptar las condiciones de intercambio económico que han impuesto los países más ricos y se les ha impedido construir formas más amplias de democracia. “La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”, escribió Eduardo Galeano.
En América Latina —Nicaragua, Venezuela, Perú, Argentina y El Salvador— la democracia vive también un profundo retroceso. El modelo de Nayib Bukele ha permitido frenar la inseguridad y la violencia, pero a un coste altísimo en violaciones de los derechos humanos. Este modelo de conservadurismo radical o neofascismo se extiende con mucha fuerza por América Latina como lo estamos viendo con Javier Milei y con los cambios propuestos por el legislativo peruano que ha introducido una norma para limitar la aplicación de la justicia interna en casos de delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra cometidos en Perú antes del año 2002, promoviendo así la impunidad para los responsables de crímenes atroces.
Una excepción a estos retrocesos lo representan los gobiernos de orientación izquierdista de México, Chile, Brasil, Guatemala y Colombia, que avanzan, con muchas insuficiencias y problemas, pero también con algunos logros concretos, en el proceso de construir un Estado social. Sus presidentes —López Obrador y Petro— se han centrado en la consolidación de grandes programas sociales —reformas a la salud, pensiones, laboral, tributaria— aumentando el salario mínimo, entregando tierras y fertilizantes gratis a los campesinos, poniéndole fin a la subcontratación, introduciendo reformas laborales que han mejorado la situación de los sectores populares, y han entregado también apoyos significativos para millones de ancianos, que permiten que salgan de la miseria.
El triunfo arrollador en las elecciones en México de Claudia Sheinbaum indica que si se avanza en la consolidación de una política social, los gobiernos de izquierda pueden fortalecer la democracia, avanzar en la igualdad y evitar el retorno de la política de la aniquilación del enemigo. Pero hay que trabajar.