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El mayor éxito de la administración de Gustavo Petro en materia de política exterior es la recuperación de las relaciones diplomáticas, consulares y comerciales con Venezuela, el establecimiento de una dinámica relación bilateral marcada por los cinco encuentros presidenciales, a los cuales hay que sumar tres más en espacios multilaterales, y la constante comunicación entre las autoridades de ambos países. En menos de dos años, la recomposición de las relaciones colombo-venezolanas avanza positivamente.
Sin embargo, la situación política interna del hermano país demanda un abordaje ponderado y la construcción de un delicado equilibrio entre el mantenimiento de una armoniosa relación bilateral y la defensa de los valores democráticos frente a las próximas elecciones presidenciales del 28 de julio.
El régimen venezolano es extremadamente sensible ante las apreciaciones de las autoridades colombianas frente al proceso político interno, pero a la vez es terriblemente grosero en sus declaraciones con la institucionalidad y las autoridades colombianas. Conservar un diálogo propositivo en medio de una agenda tan compleja que incluye la participación del presidente Nicolás Maduro en el proceso de negociación de la paz total con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las disidencias de la Segunda Marquetalia y el Estado Mayor Central (EMC) de las viejas FARC, es retador.
La mayoría de los pronunciamientos públicos realizados por el presidente Petro priorizan la recuperación de la relación comercial, pero el gobierno colombiano debe ser mesurado y realista ante las posibilidades de recuperación de dicha relación. Es preciso estudiar e identificar las oportunidades, retos y riesgos de una relación económica con un Estado dominado por un modelo político-económico que subordina las decisiones a las interpretaciones y conveniencias del proyecto de la Revolución Bolivariana. Los compromisos en materia comercial tienen que ser ponderados y equilibrados, apuntando al mutuo beneficio y consciente con las verdaderas capacidades en el corto, mediano y largo plazo de Venezuela.
El gobierno colombiano no puede dejarse instrumentalizar y convertirse en la caja de resonancia de las narrativas de la Revolución Bolivariana: “que Venezuela está mejorando, que la emergencia humanitaria compleja fue causada por las sanciones internacionales, que los migrantes están regresando” son algunos de los relatos que el madurismo busca promover para exculpar su responsabilidad en la crisis. Sin entrar a controvertir o confrontar el discurso de las autoridades venezolanas, los responsables del Estado colombiano deben guardar distancia de dicho discurso. No se puede olvidar que varios actores del gobierno autoritario de Venezuela son investigados por la justicia internacional por la violación sistemática de los Derechos Humanos.
Venezuela es el vecino más importante de Colombia y la relación bilateral siempre ha resultado compleja. Desde la llegada del Chavismo en 1999 la relación se ha vuelto más difícil y empeoró cuando Nicolás Maduro asumió la presidencia en 2013. A pesar de que hoy gozamos de un alto nivel de entendimiento entre los gobiernos, el verdadero reto de la administración del presidente Petro será construir una relación bilateral sólida, aunada a una política de defensa de la democracia y de respeto a los Derechos Humanos, que perdure más allá del 7 de agosto de 2026.
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