Parecía que esperaban a una estrella de rock. “Pronto llegará el alcalde”, repetía la voz de la funcionaria a una decena de periodistas y fotógrafos en la sala central de la estación de la Policía Metropolitana, en el centro de Medellín. Estaban convocados para un gran anuncio. La noche anterior, el 3 de julio de 2018, la Policía había atrapado a dos jefes de las bandas criminales de Altavista, en el occidente de la ciudad: Chatán, líder Los Chivos, y Diego Pájaro, cabecilla de Los Pájaros.
Ambos estaban en el organigrama de los más buscados del alcalde Federico Gutiérrez. En 2016, cuando asumió el cargo, Gutiérrez comenzó a compartir en sus redes sociales un tablero con las fotos de los líderes de las bandas criminales. Cada que atrapaba a uno, ponía una X sobre la foto en el tablero. En dos años había tachado 102 fotos.
“En cualquier momento llegará”, repetía la comunicadora. “¿Cuándo empieza la obra de teatro?”, le susurró uno de los periodistas al fotógrafo que lo acompañaba. Los dos detenidos estaban en la estación, pero no habían dejado que la prensa los viera. El alcalde había dado la instrucción de que antes quería hablar con los cabecillas en privado.
Pasó más tiempo y entonces se abrió una puerta. Los detenidos salieron. Diego Pájaro apenas llegaba a los 25 años y Chatán tenía 21. Cruzaron el patio central de la estación de Policía con las manos esposadas y sostenidos a cada lado por un hombre de uniforme. Desfilaron en medio de la multitud de periodistas y funcionarios, con la mirada hundida en el suelo, sin decir nada, hasta un salón contiguo al patio donde estaba el alcalde.
Federico —el pelo largo hasta los hombros, la camisa blanca con el primer botón desabrochado y las mangas remangadas en los codos— los esperaba de pie. Invitó a Chatán y a Diego Pájaro a sentarse, aún esposados. El alcalde se quedó erguido. Se inclinó y apoyó una mano sobre la mesa, se puso la otra en la cintura y les dijo: “Bueno, ¿cómo hacemos para que sus hijos no sean como ustedes?”.
Las palabras heredadas, para la victoria y la derrota
“Hay pocas cosas en la vida que son buenas en exceso, y una de ellas es la gratitud”, dijo Federico el 9 de diciembre de 2021, cuando entregó casi un millón y medio de firmas ante la Registraduría. Entonces, competía para ser el candidato presidencial de una coalición de centro derecha, en la que también pujaban el exalcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa; el nuevamente alcalde de Barranquilla, Alejandro Char; y el conservador David Barguil.
Lo del agradecimiento en exceso se lo heredó a su mamá, Amparo Zuluaga. Y esa herencia la usó en la Registraduría, en plena carrera por la Presidencia; cuando ganó la Alcaldía de Medellín por primera vez, en 2016; y sobre el agradecimiento volvió el 29 de octubre pasado, cuando se convirtió nuevamente en alcalde de la ciudad. “Esta no es una discusión de izquierda, derecha o centro. Esta es una discusión sobre el sentido común, que primará en nuestro gobierno. Pa’ fuera la corrupción, pa’ fuera con el odio. Que llegue la esperanza y que vuelva la confianza”, dijo Gutiérrez primero.
Y luego volvió sobre su herencia. “Y gracias al país por acompañarnos con tantos candidatos a alcaldías, concejos, gobernaciones y asambleas con nuestro partido Creemos. Gracias a mi papá y a mi mamá. Lo que soy es gracias a ellos, que me están guiando desde el cielo”. En ese momento, “Fico” mencionó a un amigo, también fallecido. Guardó silencio y miró por varios segundos al cielo. Se convertía de nuevo en alcalde de su ciudad. Venía de quemarse en la primera vuelta presidencial.
La última semana de la campaña está grabada en la memoria de Verónica Suárez, quien le escribía los discursos a Federico y quien será gerente de Proyectos Estratégicos en su segunda alcaldía. “Esto se nos salió de las manos”, dijo la comunicadora cuando una encuesta ubicó al ingeniero Rodolfo Hernández segundo antes de ir a las urnas. Y en los días previos hizo los sondeos de rigor en cada taxi que tomó. “Venga”, decía, “usted por quién va a votar”. Por el “viejito”, respondían los conductores. Ese fue el medidor definitivo.
—Muchachos, yo les quiero agradecer —dijo Gutiérrez cuando la tendencia ya lo dejaba por fuera de la segunda vuelta—. No cruzamos la línea ética en esta campaña.
Minutos antes, cuando empezó el conteo, “Fico” y Verónica intercambiaron chats: “Tenemos que estar preparados”, escribió el aún candidato. “Yo estuve a su lado ese día. Y entonces lo quise y lo admiré más. Su entereza emocional yo no la había visto en nadie. Tenía dos discursos, uno para la victoria y otro para la derrota”, dice Verónica. En ambos estaba la herencia de sus padres. El único exceso que le permitieron en casa.
—El país ya habló —dijo Federico en su primer discurso tras la derrota.
Le acompañaron su esposa, Margarita Gómez, y Rodrigo Lara, su fórmula presidencial. Entonces leyó, se apoyó en la certeza del papel, y hubo menos desparpajo. Tampoco se filtraron los chascarrillos con los que le saca risas frecuentes a la prensa.
—En muy poco tiempo, siendo dos caras nuevas de la política nacional, hemos logrado mucho. Para nosotros, siempre estará por encima el país —continuó “Fico”.
Le dijo a Verónica que en el discurso debían tomar postura, que el país no estaba para tibiezas. “Me dijo: ‘no confío mucho en ese señor Rodolfo, pero no voy a votar por Petro ni en blanco. Seré coherente. Anunciaré mi voto ahorita. Hacemos un discurso corto. Y ya’”. Así fue el discurso, preciso, pero a dos bandas y con una fecha: un espaldarazo a Hernández; una declaración de “guerra” a Petro; y la mira en el 19 de junio, día de la segunda vuelta.
“No hemos hablado con Rodolfo”, aclaró Federico en su salida a medios el 29 de mayo de 2022. “No queremos perder el país y no vamos a poner en riesgo su futuro, el de nuestras familias y el de nuestros hijos. Por eso, votaremos por Rodolfo y Marelén. No seremos indiferentes”, sostuvo. Y luego recogió lo aprendido durante la campaña, en la que fue un claro opositor de Petro y de quien lo seguiría siendo una vez regresara a casa derrotado, pero con más de 5 millones de votos bajo el brazo.
“Gustavo Petro, por todo lo que ha dicho, y todo lo que ha hecho, no le conviene a Colombia. Sería un peligro para la democracia, para las libertades, para la economía, para nuestras familias y para nuestros hijos”, sentenció Gutiérrez en su discurso de entonces, aún con papel en mano.
Pero la derrota no siempre es derrota, dice Orlando Uribe, amigo y mano derecha de “Fico” en temas económicos, quien además repetirá en Hacienda en esta administración. Lo de Federico fue una gesta, afirma, porque nadie lo conocía por fuera de Antioquia y tuvo que armar equipo de forma vertiginosa. “La de él es la política del sentido común; la de las necesidades de la gente. Estudió mucho para entender los problemas del país, las dinámicas económicas y rurales. Y la gente se lo agradeció”, sostiene.
Y aunque Gutiérrez llegó a la Alcaldía como independiente en 2016 y soportó su intento presidencial en la recolección de firmas, la suya no fue una campaña sin músculo. En el camino se convirtió en el candidato de una coalición de centro derecha con ecos en los partidos tradicionales y políticos de vieja data. También recibió el respaldo de grandes empresarios. Fueron 90 los líderes de empresas del país que se montaron en su campaña, jalonados por Mario Hernández.
La cosa, dice Verónica, es que el río estaba cuesta arriba. “Fico” caminó Colombia como caminó Medellín, dice la comunicadora. Como cuando hacía avanzadas por los vericuetos de las más altas comunas de la ciudad en su primera administración, se fue a la Colombia pobre, alejada del gobierno central. Así, en un barrio de un pueblo del que Verónica no recuerda el nombre, Gutiérrez probó una pizca del hartazgo de parte del país.
—Vea —le dijo un votante a “Fico”—. Usted nos cae muy bien, es honesto, querido. Es más: aquí solo ha venido usted, pero igual votaremos por Petro.
—¿Pero por qué? —cuestionó Federico.
—Puede que con Petro sigamos comiendo mierda —fue la primera parte de la respuesta—. Pero si él gana, ustedes, los privilegiados de este país, también van a comer mierda.
El talento para nombrar
Hubo una época en la que Federico se burlaba de los discursos políticos. Él y su amigo Juan David Valderrama, con el que coincidió en los años ochenta en el colegio del Opus Dei Gimnasio Alcázares, se reían de uno de sus compañeros que recitaba los discursos de Jorge Eliécer Gaitán.
“Fico y yo no hablábamos de política. Solo de fútbol. Él es de Nacional y yo del Medellín. Nos manteníamos jugando partidos, aunque él no era tan buen jugador”, dice Valderrama.
Tampoco destacaban como estudiantes. “En un año apostamos a cuál perdía más materias. Y cuando los profesores iban a enviar el informe quincenal a los padres, les rogábamos que nos bajaran un poco más la nota”, recuerda Valderrama.
Federico era el hermano del medio entre dos mujeres: Catalina, un año mayor, y Juliana, 6 años menor. Juliana dice que entre los tres él era el único al que su mamá no era capaz de regañar. “Entraba furiosa a decirle algo y salía atacada de la risa. Una vez una vecina le dijo que quería ponerle a su hijo Federico y mi mamá se alarmó. Le dijo que lo pensara bien porque no iba a ser Federico, sino Joderico. La personalidad venía con el nombre”.
Parte de la disciplina corría por parte de su papá, Hernán Gutiérrez, un ingeniero civil reconocido en la ciudad y con altos cargos en Eafit y la Universidad Nacional. Por él pasaban ciertas reglas innegociables como que cada domingo, sin importar la hora a la que hubiera llegado esa madrugada de alguna fiesta, Federico se debía levantar a lavar el carro familiar.
“Era un Mazda 323 NS al que le decíamos la Uva Pasa, porque Federico lo chocaba en todas partes”, dice Juan David Londoño, su vecino de la infancia en Belén Alameda, al occidente de la ciudad; para la época, un barrio de clase media alta, de casas grandes con ventanales imponentes y jardines en las fachadas.
Federico era el centro en torno al cual gravitaba la vida social del colegio y la del barrio. Organizaba las fiestas, los paseos, los partidos de fútbol. También era bueno inventando apodos. “Creo que él puso todos los del barrio”, dice Juliana.
Cuando llegó a 11 coordinó el anuario de su colegio. Habló con cada estudiante que se iba a graduar y recolectó en un libro sus historias, sus fotos y los apodos que él mismo les había puesto. “Creo que por eso no lo echaron del colegio, porque estaba encargado del anuario. Hasta hace unos años, antes de que vendieran la casa de mis papás, todavía había un cuarto lleno de cajas con los anuarios de Alcázares”, dice Juliana.
El hincha de Nacional de pelo largo que se reía de la política tenía un rasgo clave para ejercerla: el talento para nombrar. El nombre que hace al otro sentirse visto. Lo mantuvo cuando dejó el colegio y pasó a la universidad. Primero en Eafit, donde estudió la misma carrera que su papá: Ingeniería Civil. Allí perdió cálculo tres veces seguidas y al final desistió e intentó en la Universidad de Medellín. Varios de sus amigos coinciden en que era un vago, y también en que no pasaba desapercibido.
Una de sus compañeras, Laura López, recuerda que caminar por el campus con Fico era un ejercicio de paciencia. “Nos demorábamos casi una hora para cruzar cien metros entre el bloque de ingeniería y la biblioteca, porque Fico se detenía cada dos pasos a saludar a alguien”. Su carisma es ese: el de alguien que convence a otros de seguirlo porque sabe sus nombres, porque los reconoce entre una multitud y se detiene a apretarles la mano.
El oficio de ser seguido
Federico Gutiérrez y Jaime Cuartas probaban su destreza subiéndose a los buses a hacer campaña, mientras Santiago Gómez los observaba desde la acera. Era 2003 y ellos tres eran todo el equipo de la campaña para llegar al Concejo. Se paraban en los semáforos, pedían permiso en las universidades para dar discursos en las clases, Jaime y Federico cubrían las rutas de bus, y pasaban por los puestos repartiendo volantes en vez de dulces. Y en las noches los tres se reunían a comer perro caliente en la calle.
Se habían conocido siete años atrás, cuando pertenecieron a un grupo político de jóvenes que se llamó Universitarios Haciendo Nación (UHN). Lo que los reunió al principio fue la indignación. Era 1996 y la noticia principal del país era el proceso 8.000, una investigación contra el presidente Ernesto Samper por la posible entrada de plata del narcotráfico en su campaña.
Federico, que no había pensado en la política hasta entonces, se interesó. Comenzó a asistir a las reuniones que coordinaba Santiago Vélez Trucco, un estudiante de la Escuela de Ingenieros de Antioquia (EIA). En el grupo estaban también Santiago Gómez, quien era estudiante de Administración de la Universidad La Salle, y Jaime Cuartas, de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Antioquia.
Se encontraban en una casa en la Loma de los Balsos en el barrio El Poblado de Medellín. “Creo que Federico no vio la política inicialmente como un proyecto de vida, sino como un espacio bacano para compartir con la gente. Porque cuando nos metimos en UHN había unas niñas muy bonitas en ese grupo y estábamos pelados”, dice Jaime Cuartas.
Para las elecciones de 1997, la apuesta de UHN fue llevar a Vélez Trucco al Concejo de Medellín. Con 23 años, Vélez Trucco se convirtió en el concejal más joven de la historia de la ciudad y la tercera mayor votación de esas elecciones y se llevó al Concejo como asistentes a Federico, Santiago y Jaime.
Pero al poco tiempo de empezar tuvo una descompensación química y comenzó a desvariar. Llegaba al Concejo de gabán, gafas oscuras, sombrero, y con dos muñecos: Bugs Bunny y Marvin, el Marciano. “Estaba alucinando, le daba zanahoria a Bugs Bunny en medio de las plenarias del Concejo. El día de la mujer llamaba a todas las floristerías a hacer pedidos por toneladas y a nosotros nos tocaba llamar detrás cancelando”, recuerda Jaime.
Trucco dejó el Concejo sin haber conseguido la mayoría de las cosas que prometió en campaña. Fue una experiencia frustrante para Federico, y la última vez que hizo campaña para un equipo político que no llevara su nombre. Mantuvo, eso sí, el estilo de esa primera apuesta política: los volantes, las caminatas, las mangas arremangadas hasta los codos.
Después de eso se lanzó al Concejo Municipal de Juventudes (CMJ) en 1999, ayudado por Jaime Cuartas, quien lo reemplazó en 2002, cuando Fico se retiró por sobrepasar los 26 años.
Luego del CMJ, Fico hizo un intento por ejercer su carrera. Trabajó como ingeniero civil en la constructora CDO, propiedad del empresario Álvaro Villegas. Pero en 2003 volvió a pensar en la política.
—Mami, es que me voy a lanzar al Concejo —dijo Federico.
—¿Yo qué hice en esta vida para que tú te vayas para la política? —respondió Amparo, según recuerda Juliana.
Pero cedió pronto y dijo que lo apoyaba: “Eso sí, hazlo bien, con los valores que te enseñamos, Federico”.
El plan para volver a la política era este: Fico y diez de sus amigos de UHN se habían prometido en febrero de 2003 que para junio todos renunciarían a sus trabajos para empezar la campaña. En la fecha acordada, solo llegaron Federico, Santiago Gómez y Jaime Cuartas.
Eran tres, pero solo uno sería candidato. Para Santiago no había debate, era Fico. Para Jaime no era tan claro, él también quería aspirar.
Una tarde, Jaime y Federico se citaron en el Café Libro, al lado del Museo de Arte Moderno de Medellín en el barrio Carlos E. Restrepo, para decidir quién iba en el tarjetón. “Fico me dijo que él quería que yo lo apoyara, que le permitiera ir adelante, y que cuando fuera mi momento, él me apoyaría”, recuerda Jaime. Aceptó, en parte porque no tenía un peso para aportar a la campaña y Fico tenía el respaldo económico de su familia.
La versión de Fico es otra: “Ellos fueron los que me dijeron que fuera el candidato. Y yo les decía, ¿en serio yo? Que sea cualquiera de ustedes”.
En cualquier caso, el que participó en las elecciones al Concejo de 2003 fue Federico. Lo hizo con el aval del Nuevo Partido, recién creado por varios políticos uribistas que habían renunciado a los partidos tradicionales como Óscar Iván Zuluaga y Gina Parody. También se alió con el candidato a la Alcaldía Sergio Fajardo, primo mayor de su amigo del colegio Juan David Valderrama. Con Fajardo, Federico coincidía sobre todo en el estilo de campaña en la calle. Ambos ganaron.
Federico, como el único concejal de Medellín del Nuevo Partido (en 2005 se convirtió en el Partido de la U), se volvió defensor de Fajardo. Y Jaime Cuartas trabajó como subsecretario de la Juventud en esa alcaldía.
En 2007, cuando tocaba volver a decidir qué camino tomarían en las siguientes elecciones, Fico volvió a pedirle a Jaime que lo acompañara. Juntos hicieron la campaña por La U, aliados con Alonso Salazar, candidato a la Alcaldía de Compromiso Ciudadano, el movimiento político de Fajardo.
Impulsado por el protagonismo que tuvo en el Concejo como aliado de la alcaldía de Fajardo, Fico sacó casi 14 mil votos y fue la mayor votación al Concejo en la ciudad.
Esto le dio la fuerza para convertirse en presidente de la corporación en 2008. Y, acto seguido, rompió con el fajardismo y se alejó del nuevo alcalde, Alonso Salazar. “Nos sorprendió porque se desmarcó de una. Fico estaba en su propio proyecto”, dice el fajardista Santiago Londoño, que también fue concejal en ese periodo.
Graduado como crítico de Salazar, sobre todo en temas de seguridad, Fico lanzó su primera campaña a la Alcaldía de Medellín en 2011. Jaime Cuartas vio entonces la oportunidad para que Fico cumpliera su promesa y le propuso que hicieran campaña juntos: él al Concejo y Federico a la Alcaldía.
“Me dijo que no, que él estaba pensando en su alcaldía”, recuerda Jaime. “Yo siempre fui el coequipero de Fico, el candidato detrás del candidato. Yo no pertenecía a ningún bloque de La U, el partido por el que él buscaba aspirar, entonces lo que me dijo fue: mire cómo se va a conseguir el aval”.
Federico prefiere no hablar mucho del tema. “No hay que pegarse de tanta cosa ni hilar tan fino. Cada uno tiene su proceso y esa es la vida”, dice.
Jaime terminó en el Partido Verde, haciéndole campaña al rival de Fico en esas elecciones: Aníbal Gaviria. Gaviria era el candidato de los empresarios antioqueños y su principal rival era Luis Pérez, un político aliado de los políticos con maquinarias electorales. Los privados temían que Pérez pudiera ganar y por eso llamaron a Federico y le sugirieron retirarse y unirse a Gaviria.
Pero Fico no quiso ceder su lugar y acudió al expresidente Álvaro Uribe, que lo estaba apoyando. “Llamó por teléfono a Uribe y le contó lo que le estaban pidiendo”, recuerda Santiago Gómez. La respuesta de Uribe fue hacer campaña codo a codo con Gutiérrez.
En octubre de 2011, un mes antes de las elecciones, se podía ver sobre la autopista regional de Medellín una de las tantas vallas con la imagen del expresidente sosteniendo en alto la mano de Federico, mientras en la otra tenía un sombrero aguadeño. “Con seguridad gana Medellín”, decía en la margen derecha del cartel, y en la esquina izquierda superior, como si fuera una estampa, estaba grabado el nombre de Uribe.
Aun con ese impulso Federico quedó de tercero, con 120.000 votos y la alcaldía la ganó Aníbal Gaviria. Pero la derrota no lo desanimó. “Yo no perdí, gané experiencia y reconocimiento. Le dije a mi equipo que no iba a descansar un solo día de los cuatro años que venían hasta que ganáramos”, dice.
Se impuso a sí mismo disciplina desde el principio. La semana siguiente de las elecciones, Federico madrugó a continuar la campaña. Pasó varios días en la calle entregando volantes que decían: “120.000 gracias”.
Saber ganar
Amparo Zuluaga, la madre de Federico, murió un miércoles de febrero de 2015. Tenía un cáncer de tálamo en el cerebro que le detectaron en noviembre del año anterior, y del que Federico se enteró el día de su cumpleaños, el 28 de ese mes.
Dos días después de la muerte de Amparo, con la inercia de una familia fiel a sus rutinas, Hernán Gutierrez llamó a sus tres hijos y a cada uno le dijo lo mismo: “La tradición continúa y mañana los espero a todos para almorzar frijolitos”. El sábado al mediodía estaban almorzando los Gutierrez Zuluaga, como todos los sábados siguientes durante la segunda campaña a la Alcaldía.
Federico dice que no paró la campaña por el duelo: “Al minuto de eso estoy trabajando. Haciendo la vida normal. Sin dejar de pensar en ella, pero tratando de echar pa’ delante. Hay gente que se toma unos días; a mí esa pensadera y quedarme sin hacer nada me enloquecería. Yo necesito estar trabajando, haciendo cosas”.
En las elecciones de 2015, el rival era Álvaro Uribe, su aliado cuatro años antes. Santiago Gómez recuerda que Uribe y Fico hablaron meses antes de la campaña. “Presidente, yo no lo voy a meter en líos”, le dijo Federico, cuando fue claro que había otros candidatos del uribismo.
Con el fajardismo tampoco se logró concretar una alianza. Hubo un primer acercamiento a finales de 2014, del que solo quedó la llegada de Juan David Valderrama, su amigo del colegio, quien asumió como gerente de campaña en lugar de Santiago Gómez, que siguió apoyando a Fico en otro cargo.
La sede quedaba en Belén, el barrio de la infancia de Fico. Su papá, Hernán, la visitaba con frecuencia y se dedicaba sobre todo a hablar de números con Valderrama.
—¿Valde, vos cómo ves las encuestas? —preguntaba.
—Yo veo la tendencia y vamos a ganar, Hernán —le respondía Valderrama.
Era octubre, y Fico era cuarto en las encuestas, con apenas el siete por ciento.
—Ombe, la amistad es muy bonita, pero ¿y la realidad? —decía Hernán.
Justo ese mes, cuenta Valderrama, empezaron a recibir presiones del equipo del candidato uribista Juan Carlos Vélez para que Fico se retirara. “Le decían a Fico: ‘No vuelva a perder, le damos un buen espacio, sea protagonista de la administración de Juan Carlos y en la próxima elección usted barre’”.
Pero Fico no quiso ceder su lugar. “Vamos, sin miedo, si perdimos, perdimos. Pero todo este esfuerzo tan grande yo no lo voy a frenar”, les dijo.
El día de las elecciones estaban en la sede de Belén cuando salió el primer boletín con los resultados: Fico estaba de primero. En el segundo boletín, bajó un puesto. En el tercero, volvió a liderar.
—Ya ganamos —decretó Valderrama por el sexto boletín.
—Esperate, esperate, güevón, no celebrés todavía —respondió Fico.
Pero su papá intervino.
—Federico, lo que dice Valde es verdad. Ya esto es irreversible —dijo.
Él seguía sin creerlo. Los reportes de resultados siguieron acumulándose. Fico ganaba por un margen del 1 por ciento. A las 5:45 de la tarde Juan Carlos Velez lo llamó y lo felicitó. En ese momento, cuando supo que había ganado, Federico recordó a su mamá: “Lo primero que pensé fue que no la tenía al lado”.
Pero de nuevo se empujó a mirar al frente. En eso ha consistido su vida: en prepararse para ganar. “En la vida a uno le advierten mucho todo lo que puede salir mal, lo preparan para saber perder. Pero no lo preparan para lo contrario, y eso es más importante”, dice.
Cada uno de los pasos que había dado —UHN, los dos periodos en el Concejo, la ruptura con Jaime Cuartas, la derrota en la primera campaña a la alcaldía— los veía como una antesala para ese momento: “Yo sí me preparé para saber ganar”.
Dibujar al enemigo… ¿Y luego tenerlo como aliado?
Juliana Gutierrez se despertó a la una de la mañana con el corazón agitado. Se paró de su cama y fue a buscar a su hermano, pero no estaba. Era diciembre de 1999, Federico todavía vivía en la casa de sus padres en Belén y ese día en la tarde había salido en el carro a recoger a una amiga en el barrio Laureles. La hora de llegada a la casa, impuesta por sus padres, era máximo las dos de la mañana. Juliana esperó a Federico, pero pasaron las horas y seguía sin llegar.
Apareció a las cinco de la mañana en el carro de un amigo. En cuanto la vio, Federico se puso a llorar. Le habían robado. Dos ladrones los encañonaron a él y a su amiga en una señal de pare. Se montaron, lo obligaron a manejar hasta las afueras de la ciudad, los dejaron ahí y se llevaron el carro.
En el trayecto, mientras manejaba con una pistola apuntándole a la espalda, Fico les daba consejos a los ladrones: “Hombre, ¿por qué hacen esto? ¿Por qué se meten en esas cosas? El trabajo es una cosa muy importante. A mí me pueden matar, pero a esta mujer no la toquen”, les decía.
Cuando presencia un crimen, Federico siente una emoción más fuerte que el miedo. “Le da ira”, dice Juliana. “¿Miedo? Miedo tienen que tener esos bandidos”, le decía Fico a su hermana. Quince años después la frase se hizo famosa en su alcaldía.
Cuando Fico empezó su periodo, en 2016, hizo de la seguridad el eje de su administración. Y aunque las amenazas en su contra por parte de bandas criminales estuvieron en los titulares desde los primeros dos meses de gobierno, él decía que no sentía miedo, cuenta Juliana: “Lo que sentía era más ganas de coger a los criminales”.
Pero primero necesitaba saber a quiénes tenía que buscar.
La tarea se la encargó a su primer secretario de Seguridad, Gustavo Villegas, un empresario que había estado al frente de la desmovilización de los paramilitares del bloque Cacique Nutibara, cuestionada por ONGs que dicen que este proceso ayudó a consolidar el poder de alias ‘Don Berna’ en Medellín. Al poco tiempo de asumir como secretario, Villegas fue detenido, acusado de favorecer con información a bandas criminales y de una alianza con la Oficina de Envigado.
La caída de Villegas fue un golpe para Federico, que lo ha perseguido desde entonces.
Ocurrió el 4 de julio de 2017, día en que el alcalde dio una rueda de prensa sin el ánimo habitual. Estaba parco, formal. “La única instrucción que le he dado a mi equipo siempre ha sido enfrentar a los criminales con toda la contundencia”, dijo en su declaración, desvinculándose de los señalamientos contra su secretario de pactar con los combos.
Y así lo hizo en su posterior campaña a la Presidencia. Con el ceño tenso, y una respiración larga, Federico negó en los debates cualquier responsabilidad por el que es a todas luces el principal lunar de su carrera. En abril de 2022, a un mes de la primera vuelta presidencial, le dijo a La Silla: “Nada de lo afirmado por los delincuentes a los que ustedes se refieren pudo probarse, por una razón muy simple, no es cierto”.
Federico se refirió a las declaraciones que dieron ante la Fiscalía Julio Perdomo, “El Viejo”; Mara Toro, líder de la banda La Terraza; y Edwin Tapias, un desmovilizado que trabajaba con Toro. Los tres afirmaron haber transado con Villegas la entrega de tres fleteros que protagonizaron el operativo más viral de la administración de Fico, comenzando 2017.
Luego de que un video de un robo se hiciera viral el 13 de enero de ese año, Federico patentó el “sheriff” que definió toda su administración. Tras una “persecución” de 24 horas, transmitida por el alcalde en Twitter y con el despliegue de los canales regionales, Telemedellín y Teleantioquia, al día siguiente afirmó: “Se demuestra que después de 24 horas de operativos, sin descansar, derecho como vamos, se puede combatir a la criminalidad”.
En la noche del 13 y la madrugada del 14, según reveló La Silla basada en el expediente de la Fiscalía contra Villegas, Perdomo, Toro y Tapias intercambiaron mensajes con Mariano Zea Ospina, un contratista de la Secretaría de Seguridad, que al parecer fungía como el intermediario de Villegas. El negocio, según los tres declarantes, consistió en entregar a los fleteros para que la Policía no hiciera una redada en la comuna 3.
Y aunque la campaña presidencial de Federico desvirtuó esta sombra, e insistió en que el operativo fue exitoso gracias a las autoridades, lo cierto es que en el expediente reposan las versiones de un intercambio de mensajes entre el contratista Mariano, Perdomo, Toro y Tapias. Desde el contacto de entrada, en el que el contratista pide apoyo a Perdomo para dar con los fleteros, hasta los agradecimientos que según Toro recibió de Villegas (representado en Mariano) luego de su entrega.
Villegas fue imputado por concierto para delinquir agravado. Y aunque interceptaciones y testimonios de miembros de la Oficina de Envigado mostraban que había intercambiado información para ayudarlos, además de adelantar un plan de sometimiento sin autorización presidencial, solo fue condenado a 33 meses de prisión por un preacuerdo con la Fiscalía.
“La condena no tuvo ninguna relación con vinculación, ayuda o apoyo de estructuras criminales”, insistió la campaña de Federico ad portas de la primera vuelta en 2022.
Andrés Tobón, de 26 años, un joven que había trabajado temas de seguridad en Eafit, fue el reemplazo del secretario caído de Fico. “Lo había seguido y me gustaba lo que hacía. Entonces le mandé un correo en 2014 diciéndole que me ponía a su disposición. A los 15 minutos me respondió: ‘que fuera a la oficina’”, dice Tobón, quien recuerda que su primer encargo fue encontrar a alias “Tom”, jefe de “Los Chatas”, por quien Estados Unidos ofrecía 2 millones de dólares de recompensa.
“Revisando muy rápidamente me di cuenta que había cinco fiscales buscando a Tom por diferentes delitos y no se hablaban entre ellos. Y así estaba en general la persecución del crimen en la ciudad”, agrega. Esto llevó a Fico y a su secretario a proponer un nuevo modelo de persecución criminal. Lograron que la Dijin les asignará 150 policías judiciales y que la Fiscalía seccional Medellín aportara los fiscales de crimen organizado.
“Ya teníamos gente para trabajar, ahora necesitábamos definir el enemigo”, dice Tobón. Hicieron un inventario criminal, un listado con las fotos y los alias de los jefes de todos los grupos. Fue otro anuario, como el de las fotos de los compañeros de colegio de “Fico”. Pero esta vez era una colección de enemigos.
Durante sus cuatro años como alcalde, Federico capturó 166 cabecillas. Con cada captura había una rueda prensa, una equis sobre su rostros en el inventario y un indicador de la guerra contra el crimen. “Federico parecía Batman defendiendo a ciudad Gótica”, dice Pablo Emilio Angarita, investigador en seguridad de la Universidad de Antioquia.
Pero la apuesta de Fico no contrarrestó los homicidios. De hecho, escalaron. Antes de Gutiérrez, en 2015, la tasa de homicidios por cada cien mil habitantes fue de 20,13. En 2018, cuando llevaba tres años como alcalde, había subido a 25,1. Hubo una reducción leve en 2019, que terminó con una tasa de 23,8, superior a cuando asumió el cargo.
Fabricar un símbolo
Al edificio Mónaco, la mansión que el narcotraficante Pablo Escobar construyó en la zona más rica de Medellín, le pusieron tres bombas durante sus treinta años de existencia. El primer atentado lo hizo el cartel de Cali en 1988, y dio inicio a la guerra entre narcotraficantes en Colombia. El segundo, fue luego de la muerte de Escobar, cuando el edificio fue incautado por el Estado, en un ataque de grupos criminales contra la sede del CTI que funcionaba allí en el año 2000.
Pero la última explosión, la definitiva, la organizó el alcalde Federico Gutiérrez en 2019.
Fue una demolición que Federico planeó durante dos años, y que presidió desde un evento en el Club Campestre de Medellín, a trescientos metros del Mónaco, al que asistieron el presidente Iván Duque, la filarmónica de Medellín, varios músicos famosos y víctimas del narcotráfico. La invitación incluía las siguientes instrucciones: “Vestuario formal, recomendamos usar zapatos cómodos. No habrá parqueadero disponible en el club”.
El cierre del evento fue el discurso del alcalde. Federico coordinó el cronograma para que, un par de segundos luego de que él terminara de hablar, estallara el edificio.
La idea de demoler el Mónaco la tuvo en 2017. Como alcalde, Federico regañaba en público a los extranjeros que se tomaban fotos con sitios relacionados con Escobar en Medellín. En marzo de 2017, el rapero estadounidense Wiz Khalifa llevó flores a la tumba del narcotraficante y se fumó un porro de marihuana en la fachada del Mónaco. Gutiérrez reaccionó el mismo día: “Ese sinvergüenza le debe ofrecer una disculpa a esta ciudad. Ese señor aquí no es bienvenido”, dijo.
Federico, el alcalde, seguía siendo un poco el universitario que solo se interesó por la política cuando un presidente de Colombia fue acusado de elegirse con plata del narcotráfico. La diferencia es que ahora tenía poder. Y la licencia que da para crear símbolos.
Fabricar un símbolo es reescribir un fragmento del mundo, y el insumo de Fico para hacerlo fue su pasado. “La idea de tumbar el Mónaco fue criticada como un show, como un capricho, pero era una lucha personal de Fico, que creció en la Medellín de las bombas del narcotráfico de los 80 y como alcalde le tocó ver en la calle a los niños jugando a ser Pablo Escobar”, dice Verónica Suárez, asesora de discursos durante la alcaldía de Fico.
Dos meses después del regaño a Wiz Khalifa, Federico propuso demoler el edificio Mónaco. El hijo de un ingeniero civil escogió tumbar un edificio como símbolo de una victoria póstuma sobre Escobar.
La demolición del Mónaco fue el evento principal de un proyecto más grande, llamado ‘Medellín abraza su historia’, que incluyó la creación de un sitio web y contratos con medios para hacer artículos que reinterpretaran la historia del narcotráfico en Medellín. El objetivo, según dijo Federico en su discurso el día de la demolición, era “saldar una deuda narrativa. Contar la historia del lado de las víctimas y héroes, que es el lado correcto”.
Hubo detractores. “Anunció en el Concejo que había que tumbar el Mónaco porque era un edificio del narcotráfico. Yo le dije: ‘Alcalde, entonces tumbemos media Medellín’”, dice la exconcejal Luz María Múnera, del Polo Democrático, opositora de Gutiérrez en su alcaldía.
Fabricar un símbolo también es cuidar los detalles. En el caso del Mónaco, el nuevo relato que estaba construyendo Federico debía tener un héroe.
“Pensábamos alguien que se equipara con Pablo Escobar en lo atractiva que podía ser su historia. Y ahí surgió el comandante de Policía Valdemar Franklin. Un hombre que sabe que lo van a matar, y que aún así se quita su esquema de seguridad porque no quiere que haya ni un huérfano por cuenta suya. Alguien que pone su cuerpo en esa lucha contra el narcotráfico”, dice Verónica.
Franklin estuvo en las piezas publicitarias de la Alcaldía hasta el final del gobierno de Fico. Por instrucción de su Alcaldía, la historia del héroe que puso el cuerpo fue contada por varios años en las escuelas.
En la demolición del Mónaco, Federico también puso su cuerpo. En abril de 2018, cuando obtuvo el permiso del Gobierno Nacional para tumbar el edificio, dio una rueda de prensa en la fachada y, al terminar, tomó un un martillo y golpeó una parte de la fachada hasta que logró arrancarle un pedazo.
Pero el principal detalle en la creación de un símbolo es su visibilidad. Y, en el caso de la explosión de un edificio, su estruendo. Verónica dice que el Mónaco fue un evento mediático justo por eso. “Si hacíamos algo pequeño, que no explotara, la gente no hablaría de eso”, dice.
El 23 de febrero de 2019, a las 11:54 de la mañana, explotaron 275 kilos de explosivos Indugel en el edificio Mónaco, el triple en peso que en el primer atentado del cartel de Cali en 1988. El Mónaco se desplomó en tres segundos. La onda de la explosión quebró varios vidrios en las casas alrededor, los árboles aledaños al edificio cedieron ante la explosión y el suelo se estremeció como con un terremoto. “Fue volver a sentir lo que sentimos hace muchos años”, dijo la presentadora del evento, a trescientos metros de allí.
Cuando pasó el susto de la explosión, la multitud empezó a aplaudir. El alcalde también aplaudió, de pie en la tarima, y sonaron los violines de la orquesta Filarmónica, mientras todos eran envueltos en una nube de polvo y escombros pulverizados que ocultó el cielo por varios minutos.
Un hombre común
“Pronto llegará el alcalde”, repetía la funcionaria. Era 2016 y los concejales de Medellín habían sido invitados al despacho de Federico Gutiérrez para hablar sobre el Plan de Desarrollo. Unas semanas antes el alcalde les había compartido el documento que debía ser votado por ellos para definir la política pública de los siguientes cuatro años. Les dio unos días para leerlo y luego los convocó para tratar de convencerlos de votar positivo.
No era un gran desafío. La mayoría de los concejales hacía parte de su coalición. Solo una concejala estaba declarada en oposición y decidida a votar en contra: Luz María Múnera, del Polo Democrático.
Era a la que Federico le prestaba más atención. “Cada que iba al Concejo saludaba a todos uno por uno, pero se quedaba más en mi puesto. Me decía que qué bueno verme, que qué trabajo tan interesante el mío. No me soltaba, y por supuesto todos los periodistas aprovechaban para tomar fotos”, dice.
Esa vez no fue distinto. Los otros concejales comenzaron a elogiar el Plan de Desarrollo, pero Federico estaba concentrado en Múnera.
—Luzma, ¿vos qué pensás? —le dijo.
—Alcalde, voy a votar negativo —respondió ella.
Él se puso pálido. “No era capaz de disimular, se descomponía cuando alguien le decía que no”, dice Múnera.
La reunión se volvió un debate entre ambos. El resto de concejales eran espectadores. Al final, Federico se le acercó y le dijo que si quería quedarse para hablar un poco más del tema. Ella se negó. Él insistió. Ella se volvió a negar.
—Me quedo si discutimos el modelo de ciudad —dijo ella.
—Luzma, no, no no —respondió él.
Ya no estaba buscando su voto, no lo necesitaba para aprobar el Plan de Desarrollo. Lo que buscaba era algo más. Era saldar una deuda narrativa con su propia imagen.
“Él solía decir en los consejos de gobierno: salgan a medios, hablen. Porque si no contamos, van a contar por nosotros”, dice una persona de su gabinete que pidió no ser citada.
Recuerda que el control de Federico era estricto. Les exigía que no pusieran en riesgo su imagen como alcalde. “Así como era en la calle, que podía parar a regañar a alguien por llevar una camiseta de Pablo Escobar, era con nosotros. Nos insistía mucho: ojo cómo se comportan afuera. No nos dejaba utilizar los carros oficiales los fines de semana. En general trataba de que no diéramos de que hablar”, agrega.
Para Federico era importante que sus políticas tuvieran un rostro, y usualmente era el suyo. En su alcaldía creó un programa para evitar la deserción escolar al que llamó ‘El Colegio Cuenta con Vos’, que incluía rondas de Fico con un megáfono en mano por los barrios llamando a los niños a ir a la escuela.
El resultado, según datos de su alcaldía, fue el regreso a la escolarización de más de 7.600 estudiantes. Pero igual que con su apuesta en seguridad, su política no mejoró el panorama en lo general. En 2019, las tasas de cobertura neta en transición, primaria, secundaria y media de Medellín bajaron todas con respecto a 2015, antes de que Gutiérrez asumiera el cargo. La única que aumentó fue la cobertura en educación inicial, para bebés y los niños más pequeños, que pasó de 72 por ciento a 83,5 por ciento.
Más allá de las cifras, Federico está acostumbrado a controlar su relato. En estas elecciones, la historia es la misma que la de la Alcaldía en 2016: “Yo no tengo partido. Antes mi partido era Medellín y ahora mi partido es Colombia. Yo no tengo ideología, la mejor ideología es el sentido común”.
Su promesa sigue siendo esencialmente la misma: la seguridad. En los primeros días del 2022, luego de varias masacres en Arauca por una guerra entre el ELN y las disidencias de la exguerrilla Farc, Federico fue al lugar. Se paró en el puente que marca la frontera con Venezuela y dijo: “A partir del 7 de agosto, como Presidente de la República, recuperaremos el orden y la tranquilidad de los colombianos. Los bandidos, en la cárcel o en una tumba”.
Hacer política en nombre del sentido común implica aspirar a ser seguido por todos, a no dejar ningún rostro fuera del anuario. Ese ha sido el talento político de Fico. “A él lo conoce medio Medellín. Tiene ideas que muchos de nosotros podemos tener también, pero uno no es capaz de conseguir un voto, de convencer a otros de que lo sigan. Él sí”, dice Orlando Uribe, su secretario de Hacienda en la Alcaldía.
Por eso, en parte, Federico fracasó cuando intentó impulsar a Santiago Gómez como su sucesor a la Alcaldía en 2019. La campaña, bajo el eslogan de “El de Fico”, no logró despegar y Gómez quedó de tercero. “Fue muy difícil, porque me comparaban con Fico y yo soy distinto. No soy carismático. Él es el que reparte los volantes, pero yo soy el que está pendiente de que se impriman. Él es el que inaugura las obras, pero yo soy el que está haciendo las cuentas de los recursos”, dice Santiago.
Hacer política en nombre del sentido común también ha implicado querer ser visto como un hombre común. “Todos los políticos tienen identidades metafóricas. Uribe es un campesino que habla de seguridad montado en un caballo. Fajardo es un profesor. ¿Quién es Federico? Federico es alguien que podría ser tu papá o tu vecino. Es una persona normal que habla con errores gramaticales, con errores de género o número, y eso es bueno para su audiencia”, dice Verónica.
Fico es alguien que se siente cómodo en las multitudes y huye del silencio incluso cuando está solo. Cuando era alcalde, y alguna reunión llegaba a un punto muerto, salía de la oficina, se ponía unos tenis que guardaba en el carro y salía a trotar. Subía al cerro Nutibara mientras escuchaba vallenato. A las horas volvía y seguía la reunión.
“Yo cojo la bicicleta, pongo vallenato y digo: tengo cita con mi psiquiatra. Cuando monto o cuando troto estoy en mi espacio. El mío. Porque siempre estoy rodeado de mucha gente, estoy con mi familia, con mis amigos, en mi campaña. Pero ese espacio del deporte es sagrado porque es mío. Soy yo. Y mientras avanzo voy pensando. Soy yo”, dice.
Ese ha sido su camino político. Estar rodeado de gente, pero reconocerse en medio de la multitud. Ser el hombre común que la nombra, la aconseja, y a veces también la castiga.
El sheriff que vuelve a casa
“Pa’ fuera la corrupción, pa’ fuera con el odio”, el estribillo que usó “Fico” cuando ganó de nuevo la Alcaldía, fue también la cortinilla de su discurso de posesión. Amigo de los símbolos, como lo ocurrido con el Mónaco, prometió asumir el cargo en la Plaza Botero, luego de tumbar las vallas con las que el exalcalde Daniel Quintero restringió el acceso. La promesa la hizo el 20 de diciembre, en una rueda de prensa, en el Dann Carlton de El Poblado. Fue la zanahoria tras el garrote: dijo que Quintero había dejado a la ciudad en bancarrota, cosa que el anterior gobierno todavía desmiente.
—¿Qué decir sobre este debate? —preguntó una periodista.
—Bueno, muchas gracias… —respondió “Fico”, ante cámaras y micrófonos—.
Los periodistas soltaron la carcajada. Celebraron.
El Federico alcalde, candidato a la Presidencia y nuevamente alcalde ha cambiado poco. Camina por entre las cámaras y grabadoras que se agolpan para registrar sus declaraciones mientras saluda, de mano, poniéndo el cuerpo. Abraza. Pregunta por la familia. Y contesta con alegría cuando son buenas noticias: “Gracias a Dios”. Luego, incluso en momentos tensos, suelta chistes. Sale el Federico al que no le gustaba la política. El mismo Federico, dice Verónica Suárez, porque no ha tenido ninguna mutación. “Es el mismo siempre: con una persona de la calle, con un embajador”.
O el mismo pero con experiencia, dice Orlando Uribe. “La segunda campaña a la Alcaldía fue más estructurada, el equipo está más maduro. Esa es la diferencia que veo: un “Fico” con la ciudad y el país en la cabeza, con bagaje”. Pero sí hay lección aprendida, además de la experiencia: Federico ahora tiene clara la pata que le faltaba a la mesa y que, según Verónica, le abrió el camino a Quintero en 2019.
—¿Cuál era esa pata?
—Una segregación histórica —dice la comunicadora—. Por eso caló el discurso de Quintero sobre las élites. Esa es la lección que nos deja: hay que unirnos y conectar más.
Además de esta lección, Gutiérrez es una versión 2.0 de sí mismo. Y así su gabinete. Varios de sus secretarios repiten en el mismo despacho en la Alcaldía que comienza, otros que tuvieron funciones menores ascendieron y son pocas las figuras nuevas. Pero también es un remake de lo que ha funcionado en la ciudad, de los símbolos de orgullo que se empañaron, según algunos, tras la llegada de Quintero. “Vamos a recuperar la tacita de plata. ¡Qué vuelvan los jardines! ¡No más basura ni rastrojos! Pondremos bonita la ciudad”, promete.
A “Fico” no le alcanzó para llegar a la Casa de Nariño, pero en Medellín lo esperaron con el anhelo del hijo pródigo. En vallas publicitarias los políticos le pidieron lanzarse de nuevo a la Alcaldía. Todos los candidatos a Gobernación, incluido el titular Andrés Julián Rendón, quien zanjó su victoria por el impulso que le dio Gutiérrez, ambientaron su regreso. Pero él se guardó. Primero lo consultó con Margarita, su esposa, y con sus dos hijos.
Era quizá un premio de consolación. Uno que le sacaron en cara sus opositores, quienes alegaron que renunciaría, en caso de ganar, para insistir en el sueño presidencial. Y ahora es su plataforma, soportada en más de 600 mil votos: una que le permite sacar casi a diario el espejo retrovisor por los yerros de Quintero; la misma que le permite hacerle oposición a Petro, el viejo conocido al que le pide “más cariño por Antioquia” y no “castigo”. Su discurso cabalga en dos personajes: en el alcalde y en el opositor presidenciable.
—¿Podría renunciar, para el 26?
—Yo conozco a Federico hace 20 años y él jamás haría eso —dice Orlando—. Prefirió asumir este reto, pese a tener 5 millones de votos bajo el brazo. Eso le da mérito.
Esta es la historia de un sheriff que regresa a casa derrotado y luego es redimido: no para atrapar fleteros bajo los flashes de las cámaras, como en 2016, sino para despejar las sombras de corrupción que dejó la administración Quintero.