Petro está definiendo a penaltis quien se queda con el título del peor presidente en la historia de Colombia. Su contrincante es José Manuel Marroquín, un grande del desgreño.
Beneficiario de un golpe blando que lo llevó al poder, el entonces vicepresidente fue maniobrado a la primera magistratura para acabar con la guerra de los Mil Días, pero en vez de hacerlo, la exacerbó. Le entregó el manejo del estado a una cuadrilla de corruptos encabezados por su propio hijo, Lorenzo, el original hijo del Ejecutivo. (Nico Petro vendría a ser como la tercera iteración del fenómeno).
Firmó un tratado con los gringos para construir el canal por Panamá y luego les puso conejo en el senado. Enfurecidos se inventaron la independencia del departamento y desde Bogotá les tocó fingir sorpresa cuando los yanquis parquearon dos cañoneras en los respectivos litorales reconociendo el hecho cumplido.
El general boyacense que comandaba la guarnición gubernamental no tuvo más remedio que aceptar un jugoso soborno y ahora está en el panteón de los héroes del hermano país. Y no, el castillo de Lorenzo en Yerbabuena no tiene nada que ver con un negociado del canal. (Fact check a la siempre enrevesada versión petrista de la historia: fue construido en 1898 cuando papá todavía era un escritor de novelas costumbristas).
Solo le faltó a Marroquín una constituyente, pero esta llegó después, con Rafael Reyes. Irónicamente, en la mejor usanza de “El Cónclave” actual, Lorenzo le metió toda la ficha a robarse las elecciones de 1904 y no fue capaz. Si le creemos a Olmedo, desde la Casa de Nariño le invirtieron cien millones de dólares de dinero de los contribuyentes para voltear las regionales de 2023 y tampoco pudieron.
Para cometer crímenes, parece, no basta la sola inmoralidad: se requiere también una pizca de competencia. A Marroquín se le cayó la vuelta cuando Juanito Iguarán, un gamonal guajiro, se les torció. Aquí los culpables de la debacle son unos carrotanques y la boca casquisuelta de Sneyder.
Todavía faltan dos años, pero el triunfo petrista en el campeonato de la desidia parece asegurado. Quizás, si las cosas siguen como van, logren hasta un récord verdaderamente histórico en la profundidad del daño. Porque la demolición es en todos los frentes y con muchas ganas, sin que parezcan percatarse del sufrimiento que van a causar.
Es impresionante el desdoblamiento que logra este gobierno para separar sus actos de las consecuencias de estos y luego argumentar que el fracaso de una institución era inevitable. Llamémoslo el efecto chu-chu-chu. Por ejemplo, ahorcar financieramente a las aseguradoras del sistema de salud para quebrarlas y luego intervenirlas no tiene, en esta lógica, nada que ver con el deterioro en la atención de los usuarios sino todo lo contrario: es por su bien.
Como tampoco tiene nada que ver el gobierno en el diseño e implementación del nuevo sistema de salud de los profesores, que dejó a un millón de personas sin acceso adecuado al más básico de los servicios. El ministro de salud, quien había anunciado que este sería el piloto de su gran plan para los otros cincuenta millones de ciudadanos, ante el fracaso hace la de la Chimoltrufia: así como dice una cosa, también dice la otra. Solo le falta extender la responsabilidad a los mismos pacientes diciendo que no colaboran porque tienen la maña de morirse.
Seguirán cayendo los demás objetivos de alto valor en la campaña de destrucción masiva que han emprendido. El chu-chu-chu llegará a la seguridad energética, al orden público, las pensiones, los servicios públicos, las finanzas públicas, el empleo y todo lo demás en que fijen su atención
La lista es larga porque estamos en el año cero de la creación. Ni la realidad material, ni la realidad estadística –donde se evidencian los avances de las últimas décadas– los van a persuadir. Lo único que importa es la concepción ideológica del líder, forjada por allá en la Zipaquirá de 1979.
Sin embargo, en esta nave de locos tripulada por saltimbanquis ebrios de poder y dinero, no todos son sociópatas. Algún tipo de remordimiento tendrán, como lo prueba su insistencia en que el caos actual viene de tiempo atrás. O viene desde siempre, desde hace doscientos años, dicen. Argucia que les sirve para afinar el espejo retrovisor con el doble propósito de exculparse y justificarse.
Ya hablamos de lo primero. Pero lo segundo es igualmente fascinante. Como lo anotó Thierry Ways, “antes también pasaba” se ha convertido en un apropiado slogan de este gobierno. No importa que antes no pasara. Por lo menos, no como los de ahora se imaginan. Suponer el desgreño de antaño se ha vuelto justificación suficiente para saquear las arcas públicas, clientelizar la administración y despilfarrar recursos.
Cada vez que estalla un escándalo nuevo o se verifica un fracaso más, la respuesta petrista consiste en desempolvar un suceso similar del pasado para neutralizar el impacto del acto presente. Lo que pasa es que el truco se esta desluciendo. El desastre del momento es de tal orden de magnitud que cualquier comparación resulta insuficiente.
Donde ambas metodologías de negación confluyen –la exculpación sobre las consecuencias y la justificación en el pasado– es en la relación con los políticos. Olmedo López, rechazado ahora como un leproso, era propias tropas. No puede ser un infiltrado en el gobierno quien fue miembro activo del Polo Democrático y ficha clave de la campaña de Petro en Antioquia en 2018 y 2022.
Es claro que el gobierno ha pretendido pasar sus reformas cabalgando a lomo de manzanillo. El soborno a la cloaca de la politiquería nacional lo aplaude el universo bodeguero de la izquierda cuando les funciona, pero cuando se descubre la treta los niegan como a hijos indeseados. El “yo no lo crié” puede ser otra metáfora adecuada para describir al régimen.
Este maremágnum autogenerado confunde y abruma. Todos los días desde las altas esferas del poder tiran excremento contra la pared para ver qué les pega. Hablan de cabildos, poder constituyente, referendo, el acuerdo final con las Farc, las mesas de participación con el ELN, o la asamblea constituyente. Pero cuidado, no son, como algunos dicen, actos de prestidigitación inocentes para desviar la atención del caos imperante.
Marroquín dejó al país derruido, más por distracción que por dolo. Petro, además de hacerlo por gusto, lo hace por intención. Gracias a que la compañera Isabel Cristina no cuida las comunicaciones sabemos que el plan oculto del petrismo es quedarse en el poder indefinidamente.
Que nadie diga después que no estaba advertido: el objetivo final del chu-chu-chu es el desmantelamiento de la constitución del 91, el entronamiento de Petro y el advenimiento de una de esas utopías socialistas que tantas lágrimas han causado en esta triste región del mundo.