*Esta columna de opinión fue co-escrita con Alejandro Lloreda.
El Woodstock de los estudios latinoamericanos ha llegado esta semana a Bogotá. Se trata del LASA2024, la conferencia anual del Latin American Studies Association, la principal organización de estudios sobre la región en la academia internacional. Son unos cinco mil delegados que participarán en una maratón de más de mil quinientos eventos, entre paneles, talleres y conferencias.
El enfoque del LASA son los estudios sociales, que van desde las disciplinas tradicionales —ciencia política, sociología, economía, antropología e historia— hasta las postmodernas. Bienvenidos al universo de la biopolítica y el biopoder, los estudios queer, el análisis de impunidades y lo que ahora llaman, de manera intrigante, “otros saberes”. En plural, por supuesto, como si en castellano no existieran los sustantivos colectivos. De ahí los estudios de “memorias”, “imaginaciones”, “violencias” y “resistencias” que plagan la agenda del LASA. Azote que se ha extendido al Ministerio de Cultura, que ahora es “de las Culturas, las Artes y los Saberes”.
El abuso de las formas gramaticales es tal vez el signo más evidente de que estamos ante un festival woke de grandes dimensiones. Al igual que el uso de las palabras cliché propias del fenómeno. “Resistencia” es una favorita que aparece en el título de la convocatoria. Pero también están “memoria”, “identidad”, “víctima”, “descolonial” y, por supuesto, la que no puede ser nombrada: “neoliberalismo”, el epítome de todos los males.
Quizás no sea por culpa de los organizadores, quienes se moverán con el espíritu de los tiempos, pero en muchos casos el programa del LASA se lee como una parodia de sí mismo.
Bajo la sección foucauldiana, por ejemplo, encontramos paneles como “Políticas del cuerpo, la enfermedad, la sangre, la herencia y la especie: dispositivos biopolíticos y procesos de normalización” o “Genealogías necropolíticas: del terror colonial y el terror dictatorial hasta el terror económico del capitalismo neoliberal”. Alguien interesado en temas de género podrá asistir al lanzamiento del libro “Invaginaciones coloniales: mirada, genialidad y (de)generación en la modernidad temprana”. Y, si los monjes bizantinos discutían el sexo de los ángeles mientras los turcos tocaban las puertas, los monjes académicos del LASA discutirán en un panel “Las disidencias sexo genéricas frente al giro digital: memoria y resistencia”.
Otros eventos, como “Medioambiente, resistencias indígenas y territorialidades feministas” o “Memorias y saberes diversos ante las violencias: reflexiones desde los feminismos descoloniales” son verdaderos sancochos woke. La idea, según parece, consiste en introducir en la charla el mayor número de interseccionalidades o subalternidades posibles (otros geniales conceptos posmodernos) para intentar darle algún sentido a lo que debe ser una tediosa diatriba anticapitalista.
En el trasfondo está un culto de la victimización, que todo lo abarca y todo lo excusa. La victimización puede ser colectiva, de un continente, del tercer mundo, frente a la agresión colonialista; de una raza o de una etnia frente al racismo —explicito o estructural, camuflado en instituciones a primera vista inofensivas—; o de cualquier colectividad subalterna frente a su imaginado opresor, desde los campesinos mexicanos del siglo diecinueve hasta las prostitutas en Paraguay el día de hoy. La victimización no se limita a la especie humana, la naturaleza también puede ser víctima. Si no te sientes victimizado, no es porque no tengas motivos legítimos para reclamar, es porque no te has dado cuenta. Por algún motivo —por ser mujer, joven, gay, afro, indígena, estudiante, o campesino— estás sufriendo una injusticia. El mensaje es: despiértate amigue, estás siendo oprimide.
Y, si ninguno de los anteriores paneles llama la atención, también hay un taller participativo denominado “Epistemología del corazón: una minga para la planeación del programa de intercambio entre estudiantes/profesores de Abya Yala”. Abya Yala, para aquellos que no se hayan liberado de las cadenas del pensamiento colonialista, es el nombre de estas tierras que fuera adoptado oficialmente durante la II Cumbre Continental de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas celebrada en 1977 en Kiruna, Suecia (¿?). O sea, nada de Hispanoamérica, ni de Latinoamérica, ni de Iberoamérica: somos, por decisión del líder aimara Takir Mamani —quien digirió en ese entonces la delegación boliviana—, abyayalanenses a mucho honor.
Hay que reconocer que en un evento de este tamaño también hay paneles interesantes con académicos extraordinarios sobre temas importantes. Los que quieran saber sobre la erosión democrática, el rol de China en la región, el creciente autoritarismo, el ascenso de la nueva derecha latinoamericana; o sobre políticas de migración, polarización política y otros temas parecidos, encontrarán a donde ir. Pero estos foros de innegable utilidad quedan abrumados por la cantidad de espacios de análisis y discusión que parecen generados por un algoritmo woke.
Si se quiere encontrar una respuesta a la creciente irrelevancia de las humanidades, particularmente en la academia norteamericana, solo basta con echarle un vistazo al LASA 2024. Los miles de asistentes al evento, angustiados como están por la precariedad de sus prospectos profesionales, deberían darse cuenta de que la explicación de sus cuitas se encuentra en la banalidad de buena parte de la producción académica que se destila en unas universidades y centros de pensamiento cada vez más desconectados de la realidad cotidiana.
La vieja izquierda de los sesenta, anclada en una formación marxista, por lo menos tenía la amabilidad de estudiar temas de grueso calibre: clases sociales, estructuras agrarias, la industrialización incipiente y la formación del Estado. Pero, para citar a Marx, quien está —afortunadamente— cada vez más ausente de estos eventos, en el progresismo woke todo lo sólido se desvanece en el aire.
La fascinación europea y anglosajona con el “buen salvaje” latinoamericano continúa tan fuerte como en el siglo de las luces. Carlos Granés decía recientemente que la infatuación extranjera con el indigenismo y el exotismo latinoamericano nunca ha cesado a pesar de que hoy día somos sociedades urbanas, globales y modernas. Esto explica que una parte significativa del encuentro académico más importante sobre la región se dedique a estudiar las problemáticas de aquellas minorías que se encasillan dentro de las preconcepciones estereotípicas de los investigadores.
Las verdaderas preocupaciones de los latinoamericanos, —cosas como empleo, seguridad, inflación o salud— compiten por el foco con la lupa en los agravios o microagresiones, reales o percibidas, de algún subsegmento poblacional. Mientras que, por ejemplo, la palabra “queer” aparece 44 veces en el programa del LASA, la palabra “pobreza” apenas se menciona en ocho, “empleo” en cuatro y “crimen” se menciona en 70 ocasiones.
A nadie le debería sorprender que los resultados electorales en las democracias occidentales, incluyendo las latinoamericanas (y sí, gústenos o no, somos parte de Occidente), estén favoreciendo a la derecha dura. La intelligentsia progresista, en su afán por reivindicar a las minorías, se olvidó de las mayorías. El woke, en vez de integrar a la sociedad defendiendo los valores humanos universales, la segmentó en pedazos de salami identitarios que se engullen fácilmente. El cuestionamiento de las instituciones como expresiones del poder dominante no resultó en una defensa de las libertades del individuo sino en una fractura de la sociedad que lo puso a la merced de los demagogos.
Tal vez sea demasiado pedir que el genio se devuelva a la botella; las dinámicas del radicalismo no tienden a la moderación sino a todo lo contrario. Pero toda revolución, a la larga, devora a sus hijos y las disputas académicas, como anotó Henry Kissinger, son particularmente agrias. La convocaría del LASA 2024 se centra en la dicotomía entre reacción y resistencia, lo cual poco contribuye a la templanza y, más bien, disuade de “imaginar futuros posibles para las Américas” como pretende el encuentro. Para la próxima lo mínimo que se puede esperar es que, en vez de continuar enfocándose en unas curiosidades cada vez más esotéricas, alguien sensato sugiera que en la región hay temas —y problemas— de gran importancia que requieren de la atención de la academia y donde el LASA puede hacer un aporte inmenso al estudiarlos, entenderlos, y, de esa manera, solucionarlos.
Nota del editor: En la versión inicial de esta columna el autor citó incorrectamente dos datos. Afirmó que la palabra “queer” aparecía 58 veces en el programa de Lasa, y en realidad aparece 44, y afirmó que la palabra crimen aparecía 14 veces, y aparece 70. Nos disculpamos por el error en el proceso de verificación.