Luis Guillermo Vélez Cabrera, Author at La Silla Vacía https://www.lasillavacia.com/author/luis-guillermo-velez-cabrera/ Fri, 19 Jul 2024 15:05:51 +0000 es-CO hourly 1 https://www.lasillavacia.com/wp-content/uploads/2023/01/cropped-favicon-silla-1-32x32.png Luis Guillermo Vélez Cabrera, Author at La Silla Vacía https://www.lasillavacia.com/author/luis-guillermo-velez-cabrera/ 32 32 223758139 Medio tiempo https://www.lasillavacia.com/opinion/medio-tiempo/ Sat, 13 Jul 2024 14:01:29 +0000 https://www.lasillavacia.com/?p=271489

La entrada a pits para recambiar llantas y llenar combustible con miras a culminar los dos años de carrera que le quedan a este gobierno no salió nada bien.

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La entrada a pits para recambiar llantas y llenar combustible con miras a culminar los dos años de carrera que le quedan a este gobierno no salió nada bien. Las llantas de reemplazo parecen reparchadas y el carburante es de menor octanaje. Las posibilidades de lograr un resultado aceptable en lo que queda son pocos y en la grilla de la próxima salida habrá una segura penalización.

Con ministros escogidos por su fanatismo y disponibilidad –solo los desesperados o los irresponsables se le miden a este viacrucis– nada bueno se puede esperar. Es cierto aquello de que el primer año el congreso es del presidente, el segundo es compartido, el tercero le pertenece a los congresistas y el último, a cualquiera o a nadie.

El espectáculo del petrismo en decadencia le recuerda a uno esas películas sobre los últimos días de Hitler, donde el dictador divaga con su arquitecto de cabecera ante maquetas fulgurantes sobre lo que será el Berlín reconstruido mientras los tanques rusos rechinan a par de cuadras.

La grandilocuencia de los anuncios de reforma es inversamente proporcional al capital político para llevarlos a cabo, lo cual, valga decir, no impide que insistan en ellos. En especial, lo harán a través del relanzamiento por tercera ocasión del llamado “acuerdo nacional”.

La primera, la versión Roy, funcionó bien hasta que incomodó a Petro. Para el mandatario bueno, es el culantro de la concertación, pero no tanto. Sacó como a perros a sus ministros moderados y le otorgó el exilio dorado a los otros. Por ahí todavía circula un Power Point del inaugural ministro del interior, donde proyectaba con entusiasmo algo así como 64 reformas con tiempos y movimientos para ser aprobadas en la legislatura inicial. Del extenso listado solo se acabó expidiendo una: la reforma tributaria. Y eso que a medias y con todos los malos resultados que sus críticos le vaticinaron.

Hace un año anunciaron la segunda versión del acuerdo nacional en las gélidas montañas del puente de Boyacá. Luego se hizo una reunión en Cartagena donde asistieron los llamados cacaos. Al final todo concluyó en una foto que parecía más el registro de una soireé entre los sobrinos pobres y los tíos ricos que un encuentro de estado para definir los destinos nacionales.

De allí no salió nada y no tenía como hacerlo. Un elemento fundacional del pensamiento petrista es la noción de que todo ha sido una calamidad en doscientos años de historia patria y que la llegada del caudillo al gobierno inaugura una nueva era. Sin embargo, para que la ilusión se pueda materializar es necesario deslegitimar sistemáticamente todas las instituciones vigentes, ya sea provocando su fracaso (el efecto chu-chu-chu) o ignorando su existencia.

El culmen de la metodología es, por supuesto, la convocatoria a la asamblea constituyente. Resulta fascinante el ejercicio de contorción mental que han tenido que realizar los promotores de la idea para darle alguna forma a lo impresentable. El argumento de que se requiriere destruir la constitución actual para lograr que se cumpla es ciertamente un aporte original del petrismo a la teoría constitucional. Como lo es también la transustanciación de la turba primerliniesca en el supuesto “poder constituyente”, que sirve como pretexto para pasarse por la faja los pesos y contrapesos de la democracia liberal.

El enredo conceptual armado por Leyva-Montealegre, et.al. embolató aún más la idea, lo que hizo que el nuevo ministro del interior anunciara que la convocatoria sería por la vía institucional, es decir, por el congreso, y que no incluiría la reelección presidencial. Quién dijo miedo. Esta sola aclaración hizo que todos se colgaran de las lámparas. Al fin y al cabo, como dicen, a disculpa no pedida, culpa manifiesta.

En todo caso, la reacción negativa a la aventura constituyente ha sido casi unánime. Ni por fuera del congreso ni por la vía del congreso, existe ambiente alguno para reformar integralmente la carta magna. La propuesta es, como le recordó el expresidente Santos a su antiguo subalterno, innecesaria e improcedente.

No obstante, Petro insistirá en su cuento constituyente porque le conviene. Quizás, de tanto tirar excremento a la pared algo se pegue, y, si no, qué mejor que mantener viva la especie de que los fracasos que se vislumbran fueron causados por la institucionalidad mafiosa/neoliberal/burguesa/esclavista/oligárquica (escoja su adjetivo favorito) que nos subyuga desde hace siglos. Otro de esos pilares del petrismo es la victimización eterna. En este sentido, la idea de que no se pudo porque no los dejaron resulta irresistible en la cosmovisión del movimiento. Y, al mismo tiempo, sirve de excusa y de pretexto para intentarlo de nuevo.

Tal vez percibiendo que la resistencia a la constituyente –por cualquier vía– es monumental, el ministro Cristo en los últimos días ha virado nuevamente hacía lo que vendría a ser la tercera reencarnación del “acuerdo nacional”. Llama la atención que, salvo generalidades, aún no se tengan ni idea sobre qué puntos versaría. Pero, además, la praxis pasada ha dejado una clara lección. Para el presidente el concepto del acuerdo nacional consiste en que se acepten a pie puntillas las controversiales iniciativas gubernamentales a cambio de espejitos y baratijas. Por eso fracasaron las concertaciones de las reformas de salud y educación y se caerá en la corte la reforma pensional.

El acuerdo nacional, para que sea realidad, requiere del acotamiento de buena parte de las aspiraciones revolucionarias del presidente. La política es el arte de lo posible, no de lo imposible. En las actuales circunstancias, con el sol a las espaldas y con un gobierno disfuncional, cualquier cambio que se logre será en los términos de sus opositores. Algo que, lamentablemente, nunca será reconocido por Petro. Al ser esclavo de sus demonios lo único que sabemos es que lo que falta hasta agosto de 2026 será muy desagradable.

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Notas sueltas:

La primera. Comparto la decisión de La Silla Vacía de verificar en Panamá la veracidad del video de Petro paseando de la mano con alguien que no es su esposa. Es un hecho de relevancia periodística y de interés nacional. Así como los presidentes tienen derechos que no tenemos los demás ciudadanos, también carecen de otros. La intimidad de la persona más pública del país, en este caso el jefe del Estado, es, por definición, bastante poca.

La segunda. Por favor léanse la columna de la maestra María Dolores Jaramillo en la edición del 7/7/24 de El Espectador, “Erasmismo contra superstición”. Es un llamado a regresar a la racionalidad ilustrada, abandonando el esfuerzo “retardatorio” y “veleidoso” por regresarnos a los “albores de la humanidad rupestre”. No puedo estar más de acuerdo. ¡Gracias, maestra!

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Escalofríos orwellianos https://www.lasillavacia.com/opinion/escalofrios-orwellianos/ Sun, 30 Jun 2024 03:25:34 +0000 https://www.lasillavacia.com/?p=268539 Luis Guillermo Vélez

"En dos años de desgobierno del cambio ya sabemos la clase de amor que el caudillo le dispensa a quienes se desvían de la línea oficial".

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Luis Guillermo Vélez

Dicen encarnar la “Política del Amor”. Hay, inclusive, un documental hagiográfico fabricado para la campaña de 2022 que hace alarde del concepto. En él, el caudillo es evocado como una mezcla de Jesucristo, Bolívar y el Ché, pero mejorado.

Quien logre aguantar el bodrio de hora y media de duración dirigido, escrito y producido por Jenniffer Steffens acabará empalagado de los clichés del movimiento. El iluminado, si le dan la oportunidad –nos dicen– pondrá “su conocimiento, su experiencia, su cuerpo y su corazón en función de transformar la política del odio y la confrontación, a la que llevamos siglos acostumbradxs (nótese la x en sustitución de la vocal, un coqueto toque woke), en una política en la que haya justicia social, equidad y paz verdaderas; en la que se pueda disentir sin que ello implique la aniquilación”.

Si lo anterior fuera solo un tema de melosidad, venga y vaya. Cuando lo que se pretende es expandir el virus de la vida por las estrellas del universo la cursilería se da por descontada. Sin embargo, ojalá pudiera uno desestimar esta retórica del “amor” como un exceso verbal propio de reinado de belleza, donde la candidata favorita siempre responde que su peor defecto es querer demasiado. 

En este caso, sospecha uno, detrás de la floripondia hay un siniestro tufo orwelliano que asusta hasta el tuétano.

No en vano, en la novela 1984, el Ministerio del Amor era la más terrorífica de las instituciones del superestado de Oceanía. Allí era donde se lavaban los cerebros y se torturaba a los disidentes hasta destruir su voluntad. La idea no era solo romper su espíritu, sino que olvidaran su insatisfacción y llegaran a amar ciegamente al Gran Hermano.

En dos años de desgobierno del cambio ya sabemos la clase de amor que el caudillo le dispensa a quienes se desvían de la línea oficial. Es solo ver la bilis tuitera que a diario escupe por las redes sociales, la cual es retomada por su portentosa turba bodeguera, para confirmar que en materia de odio y resentimiento el primer mandatario no tiene límite alguno. Como tampoco lo tienen sus esbirros, ahora acusados de espionaje ilegal a magistrados y opositores. La violación de las comunicaciones por parte de las agencias de seguridad estatales –en manos de fichas incondicionales de régimen– es siempre el primer paso en el camino a la dictadura.

Esto es perfectamente consistente con el espíritu milenarista del petrismo, una ideología que se plantea a sí misma como el alfa y omega del universo. Nada de construir sobre lo construido: estamos en el año cero de la creación.

La refundación de la patria requiere la transformación del pasado, la cual empieza por la negación de cualquier avance o progreso previo. De ahí la fábula de los doscientos años de explotación por parte de una oligarquía mafiosa y corrupta que ha prosperado a costillas de una población subyugada.

El intento de reescritura de la historia genera otro escalofrío orwelliano. Winston Smith, el protagonista de 1984, trabajaba en el Ministerio de la Verdad y su oficio era la alteración de documentos históricos para que se ajustaran a cualquiera que fuera la línea oficial del partido en determinado momento. Pero no solo eso, la entidad también estaba encargada de administrar la neolengua, cuyo objetivo era extirpar del vocabulario cualquier palabra que pudiera contradecir los principios del régimen.

Uno de los aspectos más perturbadores del matoneo a los graduandos de colegio Los Nogales –por unos videos en redes sociales donde inocentemente alardeaban de sus prospectivas carreras profesionales– fue la imputación que hacía la gleba primerliniesca al supuesto origen corrupto de los recursos de los padres. Nada más falso, por supuesto, pero útil para la narrativa. La idea de que los más afluentes de la sociedad lo son porque les robaron a los más pobres es central al trasnochado pensamiento petrista, donde la economía de mercado no es virtuosa en la creación de valor, sino que es un mecanismo donde lo que ganan los unos, lo pierden los otros.

En consecuencia, la rebelión en contra de este sistema que se presenta injusto es plenamente aceptable. Uno casi alcanza a percibir el desconcierto de Petro cuando la opinión rechaza su insistente fetichización de los símbolos del M-19. Sin embargo, para los colombianos que tuvieron que padecer las andanzas de la banda terrorista (es una definición funcional, cuando se causa terror se es terrorista) no hay nada de glorioso en los estragos que causaron. Ni siquiera Helena Urán, crítica como nadie de los abusos estatales en la tragedia del Palacio de Justicia, fue eximida de la ira petrista cuando osó cuestionar la prudencia de ondear la bandera del movimiento como si fuera un símbolo patrio de los nuevos tiempos.

El esfuerzo de deslegitimación sistemática de personajes del pasado ha generado inclusive un interesante juego de salón entre algunos historiadores preocupados con el fenómeno: descifrar cuál será la siguiente ocurrencia del caudillo y hasta dónde será capaz de llegar en la manipulación. José María Melo como el buen rebelde, no como el dictador de pacotilla que fue; los muertos liberales de la Guerra de los Mil Días que deben ser repatriados de Panamá, aunque fueran panameños; Gaitán, el luchador popular, no el proto-peronista y, por supuesto Rojas, el dictador de verdad, cuya inmolación es la vida eterna de los jóvenes revolucionarios que se lanzan a la guerra en 1973.

Hay que decir que por lo menos una tercera parte de la población colombiana parece haberse tragado la realidad alternativa que el petrismo ha construido con tanta insistencia. Estas personas creen sinceramente que nada bueno ha ocurrido en los últimos doscientos años y que lo que nos traerá el caudillo será la utopía del amor y la prosperidad cuando se rompan las cadenas de la opresión.

Si se quiere una imagen del futuro, decía Orwell, imagine una bota pisando un rostro humano incesantemente. Ojalá que esto no sea lo que tengamos por delante.

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Colombia en 15 objetos del Museo Nacional. Parte 2 – Déjà Vu https://www.lasillavacia.com/podcasts/deja-vu/colombia-en-15-objetos-del-museo-nacional-parte-2-deja-vu/ Sun, 16 Jun 2024 14:51:17 +0000 https://www.lasillavacia.com/?p=264179

Hoy en el pódcast, Déjà vu, terminamos el recorrido por el Museo Nacional a través de los 15 objetos que marcaron la historia de Colombia.

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Esta es la segunda parte de nuestro final de la tercera temporada, con otros ocho objetos emblemáticos que relatan los cambios políticos y sociales de Colombia y están alojados en la colección permanente del Museo Nacional.

En esta parte, recorremos los objetos que marcaron la modernización del país y sus hitos históricos: desde las primeras prendas de la tripulación de la aerolínea Avianca (la más antigua del continente) hasta las piezas de la obra Fragmentos, de Doris Salcedo, que marcaron el final del conflicto con las Farc. 

Este episodio fue posible gracias al Museo Nacional de Colombia. Fue producido por Juanita Escobar y Juan Carlos Hernández. 

Déjà Vu es un pódcast de opinión de La Silla Podcasts.

La dirección es de Alejandro Lloreda y Luis Guillermo Vélez.

La coordinación periodística y de podcasts de La Silla Vacía es de Tatiana Duque.

La producción de audio y edición es de Fernando Cruz.

Cada quince días un nuevo episodio.

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Si quiere saber cómo vamos a celebrar nuestros primeros 15 años durante todo el año, pásese a leer esta entrada de nuestra directora:

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Notas sobre un festival woke https://www.lasillavacia.com/opinion/notas-sobre-un-festival-woke/ Sat, 15 Jun 2024 14:00:38 +0000 https://www.lasillavacia.com/?p=265003 Luis Guillermo Vélez

“El Woodstock de los estudios latinoamericanos ha llegado esta semana a Bogotá. Se trata del LASA2024, la conferencia anual del Latin American Studies Association”.

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Luis Guillermo Vélez

*Esta columna de opinión fue co-escrita con Alejandro Lloreda.

El Woodstock de los estudios latinoamericanos ha llegado esta semana a Bogotá. Se trata del LASA2024, la conferencia anual del Latin American Studies Association, la principal organización de estudios sobre la región en la academia internacional. Son unos cinco mil delegados que participarán en una maratón de más de mil quinientos eventos, entre paneles, talleres y conferencias. 

El enfoque del LASA son los estudios sociales, que van desde las disciplinas tradicionales —ciencia política, sociología, economía, antropología e historia— hasta las postmodernas. Bienvenidos al universo de la biopolítica y el biopoder, los estudios queer, el análisis de impunidades y lo que ahora llaman, de manera intrigante, “otros saberes”. En plural, por supuesto, como si en castellano no existieran los sustantivos colectivos. De ahí los estudios de “memorias”, “imaginaciones”, “violencias” y “resistencias” que plagan la agenda del LASA. Azote que se ha extendido al Ministerio de Cultura, que ahora es “de las Culturas, las Artes y los Saberes”.

El abuso de las formas gramaticales es tal vez el signo más evidente de que estamos ante un festival woke de grandes dimensiones. Al igual que el uso de las palabras cliché propias del fenómeno. “Resistencia” es una favorita que aparece en el título de la convocatoria. Pero también están “memoria”, “identidad”, “víctima”, “descolonial” y, por supuesto, la que no puede ser nombrada: “neoliberalismo”, el epítome de todos los males. 

Quizás no sea por culpa de los organizadores, quienes se moverán con el espíritu de los tiempos, pero en muchos casos el programa del LASA se lee como una parodia de sí mismo.

Bajo la sección foucauldiana, por ejemplo, encontramos paneles como “Políticas del cuerpo, la enfermedad, la sangre, la herencia y la especie: dispositivos biopolíticos y procesos de normalización”  o “Genealogías necropolíticas: del terror colonial y el terror dictatorial hasta el terror económico del capitalismo neoliberal”. Alguien interesado en temas de género podrá asistir al lanzamiento del libro “Invaginaciones coloniales: mirada, genialidad y (de)generación en la modernidad temprana”. Y, si los monjes bizantinos discutían el sexo de los ángeles mientras los turcos tocaban las puertas, los monjes académicos del LASA discutirán en un panel “Las disidencias sexo genéricas frente al giro digital: memoria y resistencia”.

Otros eventos, como “Medioambiente, resistencias indígenas y territorialidades feministas” o “Memorias y saberes diversos ante las violencias: reflexiones desde los feminismos descoloniales” son verdaderos sancochos woke. La idea, según parece, consiste en introducir en la charla el mayor número de interseccionalidades o subalternidades posibles (otros geniales conceptos posmodernos) para intentar darle algún sentido a lo que debe ser una tediosa diatriba anticapitalista. 

En el trasfondo está un culto de la victimización, que todo lo abarca y todo lo excusa. La victimización puede ser colectiva, de un continente, del tercer mundo, frente a la agresión colonialista; de una raza o de una etnia frente al racismo —explicito o estructural, camuflado en instituciones a primera vista inofensivas—; o de cualquier colectividad subalterna frente a su imaginado opresor, desde los campesinos mexicanos del siglo diecinueve hasta las prostitutas en Paraguay el día de hoy. La victimización no se limita a la especie humana, la naturaleza también puede ser víctima. Si no te sientes victimizado, no es porque no tengas motivos legítimos para reclamar, es porque no te has dado cuenta. Por algún motivo —por ser mujer, joven, gay, afro, indígena, estudiante, o campesino— estás sufriendo una injusticia. El mensaje es: despiértate amigue, estás siendo oprimide. 

Y, si ninguno de los anteriores paneles llama la atención, también hay un taller participativo denominado “Epistemología del corazón: una minga para la planeación del programa de intercambio entre estudiantes/profesores de Abya Yala”. Abya Yala, para aquellos que no se hayan liberado de las cadenas del pensamiento colonialista, es el nombre de estas tierras que fuera adoptado oficialmente durante la II Cumbre Continental de los Pueblos y Nacionalidades Indígenas celebrada en 1977 en Kiruna, Suecia (¿?). O sea, nada de Hispanoamérica, ni de Latinoamérica, ni de Iberoamérica: somos, por decisión del líder aimara Takir Mamani —quien digirió en ese entonces la delegación boliviana—, abyayalanenses a mucho honor.

Hay que reconocer que en un evento de este tamaño también hay paneles interesantes con académicos extraordinarios sobre temas importantes. Los que quieran saber sobre la erosión democrática, el rol de China en la región, el creciente autoritarismo, el ascenso de la nueva derecha latinoamericana; o sobre políticas de migración, polarización política y otros temas parecidos, encontrarán a donde ir. Pero estos foros de innegable utilidad quedan abrumados por la cantidad de espacios de análisis y discusión que parecen generados por un algoritmo woke. 

Si se quiere encontrar una respuesta a la creciente irrelevancia de las humanidades, particularmente en la academia norteamericana, solo basta con echarle un vistazo al LASA 2024. Los miles de asistentes al evento, angustiados como están por la precariedad de sus prospectos profesionales, deberían darse cuenta de que la explicación de sus cuitas se encuentra en la banalidad de buena parte de la producción académica que se destila en unas universidades y centros de pensamiento cada vez más desconectados de la realidad cotidiana. 

La vieja izquierda de los sesenta, anclada en una formación marxista, por lo menos tenía la amabilidad de estudiar temas de grueso calibre: clases sociales, estructuras agrarias, la industrialización incipiente y la formación del Estado. Pero, para citar a Marx, quien está —afortunadamente— cada vez más ausente de estos eventos, en el progresismo woke todo lo sólido se desvanece en el aire. 

La fascinación europea y anglosajona con el “buen salvaje” latinoamericano continúa tan fuerte como en el siglo de las luces. Carlos Granés decía recientemente que la infatuación extranjera con el indigenismo y el exotismo latinoamericano nunca ha cesado a pesar de que hoy día somos sociedades urbanas, globales y modernas. Esto explica que una parte significativa del encuentro académico más importante sobre la región se dedique a estudiar las problemáticas de aquellas minorías que se encasillan dentro de las preconcepciones estereotípicas de los investigadores. 

Las verdaderas preocupaciones de los latinoamericanos, —cosas como empleo, seguridad, inflación o salud— compiten por el foco con la lupa en los agravios o microagresiones, reales o percibidas, de algún subsegmento poblacional. Mientras que, por ejemplo, la palabra “queer” aparece 44 veces en el programa del LASA, la palabra “pobreza” apenas se menciona en ocho, “empleo” en cuatro y “crimen” se menciona en 70 ocasiones.

A nadie le debería sorprender que los resultados electorales en las democracias occidentales, incluyendo las latinoamericanas (y sí, gústenos o no, somos parte de Occidente), estén favoreciendo a la derecha dura. La intelligentsia progresista, en su afán por reivindicar a las minorías, se olvidó de las mayorías. El woke, en vez de integrar a la sociedad defendiendo los valores humanos universales, la segmentó en pedazos de salami identitarios que se engullen fácilmente. El cuestionamiento de las instituciones como expresiones del poder dominante no resultó en una defensa de las libertades del individuo sino en una fractura de la sociedad que lo puso a la merced de los demagogos.

Tal vez sea demasiado pedir que el genio se devuelva a la botella; las dinámicas del radicalismo no tienden a la moderación sino a todo lo contrario. Pero toda revolución, a la larga, devora a sus hijos y las disputas académicas, como anotó Henry Kissinger, son particularmente agrias. La convocaría del LASA 2024 se centra en la dicotomía entre reacción y resistencia, lo cual poco contribuye a la templanza y, más bien, disuade de “imaginar futuros posibles para las Américas” como pretende el encuentro. Para la próxima lo mínimo que se puede esperar es que, en vez de continuar enfocándose en unas curiosidades cada vez más esotéricas, alguien sensato sugiera que en la región hay temas —y problemas— de gran importancia que requieren de la atención de la academia y donde el LASA puede hacer un aporte inmenso al estudiarlos, entenderlos, y, de esa manera, solucionarlos. 

Nota del editor: En la versión inicial de esta columna el autor citó incorrectamente dos datos. Afirmó que la palabra “queer” aparecía 58 veces en el programa de Lasa, y en realidad aparece 44, y afirmó que la palabra crimen aparecía 14 veces, y aparece 70. Nos disculpamos por el error en el proceso de verificación.

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Colombia en 15 objetos del Museo Nacional. Parte 1. – Déjà Vu. https://www.lasillavacia.com/podcasts/colombia-en-15-objetos-del-museo-nacional-parte-1-deja-vu/ Sun, 02 Jun 2024 13:47:09 +0000 https://www.lasillavacia.com/?p=262082 Portada Déjà vu capítulo 11.ª temporada 3.

Hoy en el pódcast, Déjà vu, de La Silla Vacía, recorremos la historia de Colombia a través de 15 objetos del Museo Nacional.

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Portada Déjà vu capítulo 11.ª temporada 3.

Estamos cerrando nuestra tercera temporada de Déjà vu. En este especial de dos episodios, Alejandro y Luis Guillermo recorren el Museo Nacional, que guarda los objetos clave de la historia del país. 

En la primera parte, recorremos los primeros objetos que marcaron la historia de la conquista y las batallas de independencia: desde una máscara precolombina hasta un certificado de pureza de sangre de uno de los primeros criollos con título nobiliario que tuvo el reino de Nueva Granada. 

Este episodio fue posible gracias al Museo Nacional de Colombia. Fue producido por Juanita Escobar y Juan Carlos Hernández. 

Déjà Vu es un podcast de opinión de La Silla Pódcast. La dirección es de Alejandro Lloreda y Luis Guillermo Vélez.

La coordinación periodística y de podcasts de La Silla Vacía es de Tatiana Duque.

La producción de audio y edición es de Fernando Cruz.

Cada quince días un nuevo episodio.

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Queremos saber más de nuestra audiencia. Por favor, llene esta encuesta para mejorar nuestro contenido: https://acortar.link/ijy4N9

Más del aniversario de La Silla Vacía

Estamos cumpliendo 15 años y queremos celebrarlos con ustedes. Si tiene 15 años o los cumplirá este año, envíenos un video de máximo 3 minutos, en vertical, para que nos cuente a qué acuerdo deberíamos llegar los colombianos. Las mejores 20 respuestas ganarán premios. 

Envié su video a este mail: dptocreativo@lasillavacia.com

Y si quiere saber cómo vamos a celebrar nuestros primeros 15 años durante todo el año, pásese a leer esta entrada de nuestra directora

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El efecto chu-chu-chu https://www.lasillavacia.com/opinion/el-efecto-chu-chu-chu/ Sat, 01 Jun 2024 13:27:53 +0000 https://www.lasillavacia.com/?p=262250 Luis Guillermo Vélez

El gobierno de Petro separa sus actos de las consecuencias de estos y luego argumenta que el fracaso de una institución era inevitable.

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Luis Guillermo Vélez

Petro está definiendo a penaltis quien se queda con el título del peor presidente en la historia de Colombia. Su contrincante es José Manuel Marroquín, un grande del desgreño.

Beneficiario de un golpe blando que lo llevó al poder, el entonces vicepresidente fue maniobrado a la primera magistratura para acabar con la guerra de los Mil Días, pero en vez de hacerlo, la exacerbó. Le entregó el manejo del estado a una cuadrilla de corruptos encabezados por su propio hijo, Lorenzo, el original hijo del Ejecutivo. (Nico Petro vendría a ser como la tercera iteración del fenómeno).

Firmó un tratado con los gringos para construir el canal por Panamá y luego les puso conejo en el senado. Enfurecidos se inventaron la independencia del departamento y desde Bogotá les tocó fingir sorpresa cuando los yanquis parquearon dos cañoneras en los respectivos litorales reconociendo el hecho cumplido.

El general boyacense que comandaba la guarnición gubernamental no tuvo más remedio que aceptar un jugoso soborno y ahora está en el panteón de los héroes del hermano país. Y no, el castillo de Lorenzo en Yerbabuena no tiene nada que ver con un negociado del canal. (Fact check a la siempre enrevesada versión petrista de la historia: fue construido en 1898 cuando papá todavía era un escritor de novelas costumbristas).

Solo le faltó a Marroquín una constituyente, pero esta llegó después, con Rafael Reyes. Irónicamente, en la mejor usanza de “El Cónclave” actual, Lorenzo le metió toda la ficha a robarse las elecciones de 1904 y no fue capaz. Si le creemos a Olmedo, desde la Casa de Nariño le invirtieron cien millones de dólares de dinero de los contribuyentes para voltear las regionales de 2023 y tampoco pudieron.

Para cometer crímenes, parece, no basta la sola inmoralidad: se requiere también una pizca de competencia. A Marroquín se le cayó la vuelta cuando Juanito Iguarán, un gamonal guajiro, se les torció. Aquí los culpables de la debacle son unos carrotanques y la boca casquisuelta de Sneyder.

Todavía faltan dos años, pero el triunfo petrista en el campeonato de la desidia parece asegurado. Quizás, si las cosas siguen como van, logren hasta un récord verdaderamente histórico en la profundidad del daño. Porque la demolición es en todos los frentes y con muchas ganas, sin que parezcan percatarse del sufrimiento que van a causar.

Es impresionante el desdoblamiento que logra este gobierno para separar sus actos de las consecuencias de estos y luego argumentar que el fracaso de una institución era inevitable. Llamémoslo el efecto chu-chu-chu. Por ejemplo, ahorcar financieramente a las aseguradoras del sistema de salud para quebrarlas y luego intervenirlas no tiene, en esta lógica, nada que ver con el deterioro en la atención de los usuarios sino todo lo contrario: es por su bien.

Como tampoco tiene nada que ver el gobierno en el diseño e implementación del nuevo sistema de salud de los profesores, que dejó a un millón de personas sin acceso adecuado al más básico de los servicios. El ministro de salud, quien había anunciado que este sería el piloto de su gran plan para los otros cincuenta millones de ciudadanos, ante el fracaso hace la de la Chimoltrufia: así como dice una cosa, también dice la otra. Solo le falta extender la responsabilidad a los mismos pacientes diciendo que no colaboran porque tienen la maña de morirse.

Seguirán cayendo los demás objetivos de alto valor en la campaña de destrucción masiva que han emprendido. El chu-chu-chu llegará a la seguridad energética, al orden público, las pensiones, los servicios públicos, las finanzas públicas, el empleo y todo lo demás en que fijen su atención

La lista es larga porque estamos en el año cero de la creación. Ni la realidad material, ni la realidad estadística –donde se evidencian los avances de las últimas décadas– los van a persuadir. Lo único que importa es la concepción ideológica del líder, forjada por allá en la Zipaquirá de 1979.

Sin embargo, en esta nave de locos tripulada por saltimbanquis ebrios de poder y dinero, no todos son sociópatas. Algún tipo de remordimiento tendrán, como lo prueba su insistencia en que el caos actual viene de tiempo atrás. O viene desde siempre, desde hace doscientos años, dicen. Argucia que les sirve para afinar el espejo retrovisor con el doble propósito de exculparse y justificarse.

Ya hablamos de lo primero. Pero lo segundo es igualmente fascinante. Como lo anotó Thierry Ways, “antes también pasaba” se ha convertido en un apropiado slogan de este gobierno. No importa que antes no pasara. Por lo menos, no como los de ahora se imaginan. Suponer el desgreño de antaño se ha vuelto justificación suficiente para saquear las arcas públicas, clientelizar la administración y despilfarrar recursos.

Cada vez que estalla un escándalo nuevo o se verifica un fracaso más, la respuesta petrista consiste en desempolvar un suceso similar del pasado para neutralizar el impacto del acto presente. Lo que pasa es que el truco se esta desluciendo. El desastre del momento es de tal orden de magnitud que cualquier comparación resulta insuficiente.

Donde ambas metodologías de negación confluyen –la exculpación sobre las consecuencias y la justificación en el pasado– es en la relación con los políticos. Olmedo López, rechazado ahora como un leproso, era propias tropas. No puede ser un infiltrado en el gobierno quien fue miembro activo del Polo Democrático y ficha clave de la campaña de Petro en Antioquia en 2018 y 2022.

Es claro que el gobierno ha pretendido pasar sus reformas cabalgando a lomo de manzanillo. El soborno a la cloaca de la politiquería nacional lo aplaude el universo bodeguero de la izquierda cuando les funciona, pero cuando se descubre la treta los niegan como a hijos indeseados. El “yo no lo crié” puede ser otra metáfora adecuada para describir al régimen.

 Este maremágnum autogenerado confunde y abruma. Todos los días desde las altas esferas del poder tiran excremento contra la pared para ver qué les pega. Hablan de cabildos, poder constituyente, referendo, el acuerdo final con las Farc, las mesas de participación con el ELN, o la asamblea constituyente. Pero cuidado, no son, como algunos dicen, actos de prestidigitación inocentes para desviar la atención del caos imperante.

Marroquín dejó al país derruido, más por distracción que por dolo. Petro, además de hacerlo por gusto, lo hace por intención. Gracias a que la compañera Isabel Cristina no cuida las comunicaciones sabemos que el plan oculto del petrismo es quedarse en el poder indefinidamente.

Que nadie diga después que no estaba advertido: el objetivo final del chu-chu-chu es el desmantelamiento de la constitución del 91, el entronamiento de Petro y el advenimiento de una de esas utopías socialistas que tantas lágrimas han causado en esta triste región del mundo.

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Delirio colombiano: una conversación con Carlos Granes – Déjà vu. https://www.lasillavacia.com/podcasts/delirio-colombiano-una-conversacion-con-carlos-granes-deja-vu/ Sun, 19 May 2024 14:20:15 +0000 https://www.lasillavacia.com/?p=258805

Hoy en el pódcast, Déjà vu, Alejandro y Luis Guillermo, conversan con Carlos Granés sobre su libro Delirio Latinoamericano.

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Carlos Granés, el autor de Delirio Americano, conversa ampliamente en el episodio de hoy con Luis Guillermo y Alejandro sobre las raíces de los populismos en Latinoamérica y su conexión con el arte.

Sostiene que Colombia es la muestra de que el Siglo XX no ha acabado en el continente y seguimos manteniendo conversaciones políticas muy similares a las de hace 50 o 70 años.

Granés habla además de cómo los populistas, desde Álvaro Uribe hasta Gustavo Petro, buscan a través de la prosa mover a las masas, a su pueblo para vender sus promesas.  

Déjà Vu es un podcast de opinión de La Silla Podcasts.

La dirección es de Alejandro Lloreda y Luis Guillermo Vélez.

La coordinación periodística y de podcasts de La Silla Vacía es de Tatiana Duque.

La producción de audio y edición es de Fernando Cruz.

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¿Es el petrismo de ultraizquierda? https://www.lasillavacia.com/opinion/es-el-petrismo-de-ultraizquierda/ Sat, 18 May 2024 16:30:00 +0000 https://www.lasillavacia.com/?p=259245 Luis Guillermo Vélez

El petrismo es un movimiento ultraizquierdista en los mismos términos planteados por los periodistas de El País.

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Luis Guillermo Vélez

Hace unos meses el periódico El País de España se preguntaba si era pertinente llamar a Vox, el partido de derecha dura español, una organización “ultra” y no hacer lo mismo con el partido de izquierda dura, Podemos. Hubiera sido fácil para el diario resolver el problema. Su manual de estilo establece que el adjetivo “ultra” aplica solo para la derecha “extrema” y para nada más, pero no se quedaron ahí.

La conclusión del defensor del lector era que resultaba pertinente llamar a Vox una organización de ultraderecha porque se trataba de un partido “que no era democrático”. Es, según uno de los periodistas consultados, “una formación cuyas posiciones políticas a menudo vulneran los confines que establece la propia constitución”, y, sobre todo, “pretende utilizar las vías democráticas [para conseguir sus fines políticos] e imponer su visión del mundo” sin ser realmente democrática.

En Colombia, donde hemos estado acostumbrados a una izquierda ultra que mata, secuestra y extorsiona el concepto de una izquierda ultra que no participe en actos explícitos de terrorismo puede sonar fuera de lugar. Al fin y al cabo, todo es relativo. Cuando el racero son las pescas milagrosas, el collar bomba, la coca y el reclutamiento de menores, una izquierda que no participe en estas prácticas criminales puede parecer bastante párvula.

De hecho, la regla durante décadas de la izquierda fue la combinación de formas de lucha como “característica de la lucha popular y de masas en Colombia”, según lo expresó Carlos Lozano Guillén en una semblanza de uno de sus mejores exponentes, el senador Manuel Cepeda. En eso Malcolm Deas fue siempre muy enfático. Además de marxistas, decía, las guerrillas colombianas eran sobre todo clausewitzianas por aquello de que veían la guerra como una extensión de la política, pero por otros medios.

Los procesos de paz de los noventa se contentaron con lograr la desmovilización de los combatientes y, con la teoría de que las causas de conflicto se debían al bloqueo del sistema por cuenta del bipartidismo frentenacionalista, se les abrió a las exguerrillas la puerta a la participación política. Nunca hubo una comisión de la verdad, ni un proceso de justicia que le permitiera al país conocer la extensión de los crímenes cometidos.

Además, una vez reincorporados, se asumía que se someterían al marco constitucional, lo que no dejaba de ser un acto de fe. Para el caso del M-19 las cosas fueron inclusive más favorables. Al proceso de paz con esta guerrilla iniciado a principios de 1989 se le atravesó el proceso constituyente de la Séptima Papeleta y de carambola acabaron participando en la redacción de una nueva carta, la cual nada tenía que vez con su desmovilización.

Hay que reconocer que la mayoría de los amnistiados cumplieron con sus compromisos. No solo dejaron las armas, sino que se ajustaron a la normatividad que antes habían combatido. Desde el congreso o desde el poder local demostraron que estaban dispuestos a jugar con las reglas democráticas. Asimismo, su escaso apoyo popular los obligó a moderar su discurso y a buscar alianzas con otros grupos de izquierda y de centroizquierda que no provenían de la insurgencia. El Polo Democrático Alternativo y el Partido Verde son ejemplos de lo anterior.

La estrategia probablemente sincera de surcar los causes de la temperancia política, así fuera con fuertes inclinaciones izquierdistas (Carlos Gaviria hubiera sido considerado un radical en términos de la socialdemocracia europea, por decir algo) funcionó bastante bien. La hegemonía política en Bogotá iniciada por Lucho Garzón les garantizó el dominio de la ciudad durante media generación.

Sin embargo, es importante recordar que no hay una izquierda sino muchas. Fuera de la izquierda terrorista y de sus facilitadores también hay ultras en el closet, forzados por las circunstancias a tener una relación heterosexual con la institucionalidad democrática. Petro fue uno de ellos. Yo fui testigo de su desagrado con las negociaciones de paz que se llevaban a cabo en los campamentos de Santo Domingo, Cauca, en 1990. Su desprecio por la constitución del 91 está claramente plasmado en su autobiografía. Y los sucesos de los últimos meses, confirman su molestia con las limitaciones que el marco de la democracia liberal le impone al poder presidencial.

En este sentido el petrismo es un movimiento ultraizquierdista en los mismos términos planteados por los periodistas de El País.

Despojado de los elementos moderadores por voluntad del mismo presidente –fue él quien sacó a Alejandro, Cecilia, Ocampo y González– en el gobierno solo quedan los fanáticos o los enchufados. El llamado a recurrir a los “vericuetos” y “menos a la forma y más al contenido” para impulsar su agenda política es la prueba reina de que el ordenamiento jurídico le importa un bledo. La vicepresidente, inclusive, ha ido más allá justificando su monumental incompetencia con la tesis de que la normatividad no es más que un invento de la oligarquía criolla para proteger sus privilegios.

La confirmación más patente del carácter ultra del presidente es, por supuesto, el galimatías armado alrededor de su propuesta constituyente. Si los extremistas son aquellos que usan los mecanismos democráticos para acceder al poder y luego imponer “su visión del mundo” pues eso es exactamente lo que está haciendo Petro. El cuento del “poder constituyente” como poder soberano reencarnado en la figura presidencial, que tiene la potestad de subvertir cualquier parámetro institucional, incluyendo la separación de poderes, debe ser uno de los inventos más enrevesados jamás surgidos en el derecho constitucional.

Algunos en la izquierda moderada ven con preocupación lo que está ocurriendo y sospechan que la radicalidad del régimen pone en peligro la continuidad del proyecto del cambio democrático. La táctica ultra de dividir entre buenos (los acólitos gubernamentales) y malos (todos los demás) es torpe porque… bueno, los unos son pocos y los demás, pues son muchos más.

Una prematura encuesta de preferencias presidenciales para 2026 confirmó que los candidatos de la izquierda petrista –o sea la ultraizquierda– no tienen sino una cuarta parte de la aceptación. Esto es suficiente para preocupar, pero insuficiente para ganar una elección. Si la izquierda moderada quiere seriamente disputar la presidencia debe alejarse del extremo y buscar alianzas con el centro político.

El actual puede que no sea el primer gobierno de izquierda de la historia colombiana, pero sí es el primero de ultraizquierda y, como van las cosas, lo más posible es que sea el último.

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La falacia de la calle https://www.lasillavacia.com/opinion/la-falacia-de-la-calle/ Sat, 04 May 2024 12:44:44 +0000 https://www.lasillavacia.com/?p=256303 Luis Guillermo Vélez

Como un equipo rezagado en la tabla que por fin logra el empate, las huestes petristas deben sentir un cierto alivio con lo obtenido en la marcha del 1 de mayo: por lo menos no hicieron el oso.

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Luis Guillermo Vélez

Como un equipo rezagado en la tabla que por fin logra el empate, las huestes petristas deben sentir un cierto alivio con lo obtenido en la marcha del 1 de mayo: por lo menos no hicieron el oso.

La oposición les había demostrado semanas atrás que era capaz de jugar con finura en una cancha que no era la de ellos, poniendo a punta de mensajitos de Whatsapp un millón de personas en la calle.

Ahora, aprovechando las marchas tradicionales del Día del Trabajo y pelechando sobre los hombros de la organización sindical el gobierno también logró llenar la plaza de Bolívar, aunque su presencia en las demás ciudades fue menos que decorosa.

Lo cierto, sin embargo, es que no importa.

La calle no es el pueblo. Ni la gente, ni los electores, ni los ciudadanos. Lo que llamamos “la calle” es simplemente una muestra de activistas de su respectiva causa, poco representativa de la población en general.

Es cuestión de simples matemáticas. Somos 52 millones de colombianos, de los cuales unos 39 millones estamos habilitados para votar. En la democracia liberal colombiana estas son las personas quienes tienen la capacidad para elegir a sus representantes y, en el caso excepcional de la utilización de mecanismos de participación directa, de definir las políticas públicas que se sometan a su decisión.

Por eso movilizar en la calle a un millón de personas puede resultar emocionante desde el punto de vista estético, pero no es mucho más. Las tomas de los drones mostrando ríos de gente con pancartas agitando las respectivas causas son muchas veces impresionantes. Y a los políticos, nunca cortos de ego, les encanta echar discursos frente a las muchedumbres, sobre todo a aquellos que, como el actual presidente, se sienten la encarnación misma del pueblo irredento.

Pero al final del día, las marchas (y lo dice alguien que ha salido a marchar y que lo hará en el futuro si lo convocan) no significan nada.

Quizás en algún momento lo hicieron. Cuando Bogotá era una ciudad de 300.000 habitantes, llenar la plaza de Bolívar era una gran cosa. La marcha del silencio convocada por Gaitán en febrero de 1948, que atiborró el centro de la ciudad para protestar en contra de la violencia partidista, estremeció los cimientos del gobierno. Sacar a la calle a cien mil personas significaba movilizar prácticamente a todos los electores de la ciudad.

Esto no es el caso hoy en día. El llamado “estallido social” de 2021, sobre el cual el actual gobierno dice fundamentar su mandato, fue, en el mejor de los casos, una caótica asonada motivada por imprudentes decisiones gubernamentales, sumadas al desespero de una población encerrada y compungida por la mayor pandemia en un siglo.

No se debe confundir el vandalismo provocado por unos cuantos agitadores –que en ningún escenario superaban los miles– con el mandato popular. Quemar buses, bloquear carreteras y destruir vitrinas son actos intencionalmente disruptores, pero no tienen por qué ser representativos del sentimiento de la mayoría de la población.

La insatisfacción popular en una democracia se manifiesta no en las calles sino en las urnas. En 2022 Gustavo Petro ganó las elecciones por un 0.44% de los votos, lo cual no es propiamente un precepto para hacer la revolución. Recordemos que más colombianos votaron por los candidatos de la oposición en el actual congreso de la República que por el propio presidente. Por eso, alegar, como lo hace Petro, que el congreso bloquea el mandato popular es ridículo. Además, en la elección que vino después, la de autoridades regionales, al partido de gobierno le fue como a los perros en misa.

En cierta medida acudir a la calle para soportar decisiones políticas y, peor aún, para generar baipases institucionales es antidemocrático. Como ya dijimos, la movilización en la calle es falaz. Lo es porque los números son por definición insignificantes, así sean llamativos. No hemos visto ni veremos a veinte millones de colombianos salir a marchar. Pero así lo hicieran, los procesos democráticos están diseñados precisamente para procesar el sentimiento popular a través de mecanismos que garanticen la legitimidad de las decisiones. En democracia las formas son el contenido.

Como el gobierno plebiscitario es mecánicamente imposible si se es algo más grande que un cantón suizo, lo más acertado para medir el sentimiento popular es pararles bolas a las encuestas. Con todas sus deficiencias, las mediciones de opinión pública sí ofrecen una base científica para saber dónde están los intereses de la gente.

En estas a Petro le va mal. Su popularidad no supera el 35% y se concentra en la periferia del país. El presidente perdió a Bogotá, ese electorado sin dueño que le dio la victoria en 2022 y que se la quitó en 2023. En materia de políticas públicas la cosa es peor. La gente manifiesta estar en desacuerdo con casi todas, pero especialmente con la nefasta reforma a la salud y con el esperpento de la paz total. Más llamativo aún es el aumento, reiterado en casi todas las mediciones, de los jóvenes que se identifican con la derecha.

Ignorar las encuestas porque no dicen lo que se quiere y sustituirlas con gente en la calle es tan engañoso como los pueblos de Potemkin, aquellas edificaciones de cartón que el ministro de la Catalina la Grande le erigía a la emperatriz en su paso por la Crimea para demostrarle la prosperidad y alegría del reino.

Petro claramente prefiere timar y que lo timen. El problema será cuando se despoje completamente de las formas incómodas de la democracia liberal y asuma su camino autocrático haciéndonos creer –y haciéndose creer– que detrás de él marchan los millones de descamisados liberados, por la virtud del caudillo, de doscientos años de esclavitud y soledad.

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¿Qué fue la Séptima Papeleta y cómo cambió  al país? – Déjà vu https://www.lasillavacia.com/podcasts/que-fue-la-septima-papeleta-y-como-cambio-al-pais-deja-vu/ Sun, 21 Apr 2024 16:14:38 +0000 https://www.lasillavacia.com/?p=252297 Portada Deja Vu capitulo 8

Hoy en el pódcast, Déjà vu, revisamos la historia detrás de la constitución de 1991 y los cambios que trajo en Colombia.

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Portada Deja Vu capitulo 8

Ahora que el presidente Gustavo Petro puso en la conversación pública su convocatoria a una constituyente, Alejandro y Luis Guillermo hablan hoy de cómo fue creada la actual Constitución, a través de la Séptima Papeleta, un movimiento estudiantil y social que logró cambiar en unos pocos meses al inicio de los noventa una Carta Política que tenía más de cien años. 

En este episodio de “historia del tiempo presente”, como dice Alejandro, repasamos las razones que unieron al país político y sociedad civil en el propósito de cambiar la Constitución de ese entonces. Situaciones que Luis Guillermo conoció muy de cerca porque participó en el movimiento estudiantil (Alejandro no tanto, porque apenas tenía 4 años).

A partir de esa revisión, nuestros anfitriones señalan por qué hoy no existe ni la fuerza ni las razones políticas, jurídicas y sociales para que el presidente mueva su apuesta para cambiar la actual Constitución.

Déjà Vu es un pódcast de opinión de La Silla Pódcast. La dirección es de Alejandro Lloreda y Luis Guillermo Vélez.

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Cada quince días un nuevo episodio.

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