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Hoy, luego de la firma del Acuerdo Final, encuentro más razones e inspiración para creer que somos, hermanados por la solidaridad, capaces de labrar el camino que nos permita un buen vivir juntos con y no a pesar y contra nuestras diferencias.

He amado a Colombia a pesar de sus violencias. Por momentos, he tenido miedo de los odios y las intolerancias clavadas en su corazón, y he temido las miradas que desde una y otra orilla han legitimado los peores y los más injustificables crímenes.

En medio de torbellinos, he tenido el privilegio de salir unos años a estudiar y he empezado a extrañar esta tierra aún antes de pisar suelo ajeno. Aunque agradezco inmensamente tener la oportunidad de respirar con tranquilidad en las calles de ciudades donde he buscado refugio, algo en mi se refunde y pierdo una fuerza invisible que inspira el trabajo cuando regreso a casa.

Porque, al fin de cuentas, esta es mi casa.

Y es aún más mi casa luego de haber recorrido palmo a palmo sus territorios para deslumbrarme ante la dignidad, la diversidad y la creatividad de sus gentes. He admirado la capacidad expresiva y estética de las víctimas de todas las edades y condiciones que, con cantos, poesía, bailes, literatura, teatro, danza, resignificaciones de lugares y pintura, no solo denuncian el horror e impugnan los discursos heroicos de los armados, sino que se cuentan a si mismos y a nosotros, sus testigos, la fuerza y la solidaridad que los ata a la vida y a proyectos-en-común. Ellos, que deberían ser los derrotados de las violencias, se muestran por el contrario como los sobrevivientes sabios que marcan el ejemplo a seguir para las nuevas generaciones.

Gracias a sus voces, me lleno de orgullo de ser colombiana, un sentimiento que la violencia por momentos y de manera reiterada me arrebató. Puedo entonces, sin pudor, contarle al mundo que vengo de un país diverso, inmensamente rico en paisajes sobrecogedores, pero sobre todo de un territorio donde ha prosperado lo peor pero también lo mejor y lo más honroso de la condición humana.

En cada gesto de resistencia ante el olvido y la guerra que han agenciado las víctimas, encuentro todos los motivos para amar este rincón de la tierra donde para ventura y desventura me tocó nacer. Y entonces escojo. Escojo esta vez y mil veces más pertenecer a esta comunidad de colombianos y colombianas que luchan por construir un país más incluyente, más democrático, más apreciativo de las diferencias, más acogedor y más justo. Ante su creatividad y su pluralidad, solo encuentro palabras de admiración y agradecimiento. Celebro cada una de sus notas y sus esfuerzos imaginativos para comunicarnos sus dichas y sus esperanzas; sus duelos y sus renacimientos; su conocimiento de los infiernos pero también de las claves para hacer prosperar la solidaridad y para renovar, luego de la oscuridad, el gesto amigo.

Por lo que las víctimas me han enseñado, por lo que han querido compartir con nosotros, por lo que nos legan, gracias, una y mil veces gracias. A través de sus enseñanzas somos mejores ciudadanos y ciudadanas.   

Hoy, luego de la firma del Acuerdo Final, encuentro más razones e inspiración para creer que somos, hermanados por la solidaridad, capaces de labrar el camino que nos permita un buen vivir juntos con y no a pesar y contra nuestras diferencias.

El concierto por la paz al que damos inicio es un aporte más a este proyecto transformador pues en sus letras navega una memoria histórica que busca que el país no olvide para que sepa aprender de sus errores y se proyecte con sabiduría hacia un futuro mejor.   

Bienvenidos entonces a este momento para la esperanza. 

Foto de portada toma de ¡Informe Basta Ya!

Fue una de las integrantes –y la única mujer- de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas. Es Politóloga de la Universidad de los Andes de Bogotá. Tiene un master en ciencia política de la Universidad de Montreal y un PhD en la Universidad de Texas.