Al secretario de Transparencia, Andrés Idárraga, le dieron la exclusiva de su salida durante una entrevista en Noticias Caracol. Como le pasó hace un mes a la entonces gerente de RTVC, a quien le tocó con campaña de expectativa incluida, cuando al aire en El Espectador le preguntaron por el rumor que corría en Whatsapp y confirmaría un par de horas después el Ministro de las TIC.
A los funcionarios del gobierno Petro no los echan, sino que les cuentan que los echaron. No está lejos el día que alguno se entere gracias al portero de su edificio.
En esta ocasión el libreto de la casa de cartas criolla tuvo un giro de humor negro: el viernes por la mañana, desde la Casa de Nariño, Idárraga le pidió públicamente a la consejera para las regiones, Sandra Ortiz, que renunciara para ponerle la cara a las acusaciones por el escándalo de la UNGRD. Y, por la tarde, el mismo periodista al que Idárraga le dio esa declaración le contó –en vivo, siempre en vivo– que, última hora, él se iba también.
La decisión de Petro de sacar a sus funcionarios, o el comentario sobre su propia decisión –vaya uno a saber, porque él anuncia cosas en los discursos o da un discurso sobre algo que anunció– la tomó en Neiva, ataviado de un sombrero en vez de la cachucha que cubre el secreto de Estado de su pelo: “Esos funcionarios sobre los cuales no puedo hacer procesos judiciales porque ahí si me dirían dictador, de todas maneras deben salir por los indicios que acarrean las investigaciones”.
El momento evoca otro similar de la temporada pasada, cuando desde la escuela militar en Bogotá el Presidente confirmó la noticia, que horas antes había contado con pelos y señales Daniel Coronell, de que Laura Sarabia y Armando Benedetti se iban: “Y mientras se investiga, mi funcionaria querida y estimada y el embajador de Venezuela se retiran del gobierno para que desde el poder que implica esos cargos no se pueda tener ni siquiera la desconfianza de que se va a alterar los procesos de investigación que no nos corresponden a nosotros le corresponden a las autoridades”.
Se fueron ambos y volvieron ambos, con ascenso cosmopolita de Caracas a Roma y la banda sonora de los audios del embajador, una colección costumbrista de ramplonería y política de puñal con la reciente aparición estelar de Aida Merlano. Decir que las palabras de Petro en la escuela militar envejecieron mal no le hace suficiente justicia a esta acrobacia.
Petro exhorta a las autoridades a que investiguen, pero se queja de que lo hagan. Razones no le faltan: la procuradora Margarita Cabello, uno de los últimos bastiones del poder uribista que DJ Duque dejó, no tiene ningún recato en desbordar sus funciones y abrir investigaciones, hacer allanamientos y ordenar suspensiones. Y aunque pesque con dinamita, la Procuraduría exhibe la chambonada de la tecnocracia petrista sin demasiado esfuerzo.
Como cuando durante una diligencia de inspección, el procurador de turno le pidió al Superintendente de Salud, Luis Carlos Leal, el acta o la grabación de la intervención a Sanitas –una actuación donde Leal oficia como juez– y la respuesta fue: “tenemos el esqueleto”. Alusión a un documento de notas cualquiera y poética elección inconsciente de la palabra. El esqueleto guardado en el clóset.
Al Presidente no le gustan las investigaciones de la Procuraduría ni las de la Contraloría. A finales de enero, con los incendios y las inundaciones de arranque de año, dijo en tono de reproche: “Hay una crisis climática y la entidad que debe dirigir eso es la UNGRD, ¿y dónde está el director? Suspendido”. Es que no dejan gobernar. Hoy queda claro que tampoco es que el entonces director del riesgo, Olmedo López, tuviera tiempo para atender emergencias. El funcionario estaba ocupado en la gestión de aumentar su patrimonio, actividad de poco peligro en el país.
El caso de corrupción en la UNGRD se expande como una mancha de petróleo. Primero era el emprendimiento unipersonal del negociado de los carrotanques –47 mil millones con una coladera de coimas– y ahora se asoma como la caja menor para aceitar las reformas del gobierno en el Congreso. Desfilan nombres: una consejera presidencial, los presidentes de Senado y Cámara, una lista de congresistas y políticos locales, e incluso el ministro del Interior. Faltan muchos hilos por desenredar y el ventilador que se prendió, el exdirectivo de la UNGRD Sneyder Pinilla, tiene en juego su propio cuero.
En la saga del riesgo también se ponen a secar los cueros del petrismo intestino. El nuevo director de la UNGRD, Carlos Carrillo, asumió la causa de ser la conciencia del gobierno del cambio y hace su retiro espiritual en un acuario con víboras y tarántulas. Con su larga barba y la calva que acentúan un aura apostólica, Carrillo es el escolta moral del Presidente y lo defiende de sus propios aliados. En un round de boxeo radial el viernes, acusó al exalcalde de Medellín, Daniel Quintero, de tener cuotas en la entidad y de ser un impostor asilado en la izquierda en busca de un trampolín electoral –como en efecto lo es–. “Yo sí soy mamerto de verdad”, le espetó el monje.
Quintero estuvo en la marcha del miércoles, pero no en Medellín sino en Bogotá, donde aún puede vender su verso y la alucinación de la base petrista alcanza para que un espontáneo –supone uno, pero vaya usted a saber si es planeado– haga arengas a su favor: “¡Estamos observando al futuro Presidente de Colombia!”.
El Presidente de verdad caminó en medio de esa misma multitud, perdido en el mar de escoltas antes de llegar a la tarima. Habló ante una plaza repleta, con aire en la camiseta por los avances de la reforma pensional y la revancha inminente de la de salud, aupado por la multitud que sale a la calle sin falta todos los primeros de mayo. El primer derrotado fue Néstor Morales, que el día anterior había apostado con el presidente de la CUT, Fabio Arias, que saldría menos gente que el domingo 21. Y ahí estaba Arias, parado al lado de Petro saboreando una victoria contra el ponderado periodismo colombiano.
Sin que hayamos alcanzado siquiera el medio tiempo del Petroverso, el país ya está metido en el 2026. Desde el periodismo nacional no solo se hace oposición, sino que también se cocina una candidatura presidencial sin que el gremio rechiste. De hacer titulares fletados y entrevistas con agenda deletreada, Vicky Dávila pasó sin despelucarse a hacer videos de campaña con una estrategia obvia: machacar a Petro y meter a Claudia López –una eventual rival– en ese mismo costal. No importa que al final sea un devaneo y no haya candidatura. Le sirve a Dávila para acumular más influencia y poder, y a Gabriel Gilinski, el dueño del megáfono, para su jugada de billar de tener una revista visceral y cada tanto sentarse a manteles con el Presidente.
“Funcionario que se robe un peso, funcionario que ponga ‘carlanchines’ a recibir coimas con la contratación pública, ¡se va del gobierno del cambio con el rabo entre las piernas!”, gritó Petro el miércoles. Para poder irse del gobierno del cambio primero hay que llegar. Como llegó Olmedo López, que elevó el proyecto bandera del Presidente –llevar agua a La Guajira– al bestiario de la corrupción nacional. En la tarima, la cruzada del Presidente en defensa del erario nacional se ve incólume. En la práctica, él no parece tener el control.
Sabido es que Petro no habla con su gabinete; no coordina ni gerencia. Manda órdenes como razones y gobierna con alocuciones. El Presidente tiene celular para defender a Palestina, para decir que nos está liberando nuevamente de los españoles y para estigmatizar a quienes lo critican. Tiene celular para defender sus reformas y poner fotos de sus abrazos con el pueblo, pero no para llamar a alguien. A un ministro o a un director, por ejemplo.
Nota. Pásense por mi canal y vean la serie sobre economía de la atención y periodismo.