Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
El pasado 30 de junio, la ultraderecha francesa, encarnada en el partido Rassemblement National (RN), obtuvo en la primera vuelta de las elecciones legislativas un triunfo inédito. Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, los herederos del fascismo y de la Francia de Vichy tienen una posibilidad real de acceder al poder. Los factores de este resultado histórico –que ha dejado a muchas personas progresistas en estado de choque– son complejos y variados. Sin embargo, un aspecto resaltado por muchos comentaristas ha sido el éxito de la estrategia de “normalización” que ha emprendido el mismo partido desde hace varios años. Esta “desdemonización” se evidencia en que el voto por la ultraderecha ha dejado de ser considerado, por la gran mayoría de la población, como un motivo de vergüenza.
Si bien una fracción importante de la población había votado por el Frente Nacional desde los años 1980 (alrededor del 20% del electorado), el partido casi nunca había logrado ganar elecciones basadas en un modo de escrutinio mayoritario (como es el caso de las elecciones más importantes en Francia: presidenciales, legislativas, municipales, etc.), porque, salvo unas excepciones contadas, la ultraderecha producía un rechazo innegociable (incluso en los electores de la derecha tradicional). Del mismo modo, el apoyo al partido y sus líderes muy poco se mencionaba públicamente (en particular por parte de figuras públicas o de la farándula) y, con excepción de las campañas electorales, los grandes medios de comunicación no les otorgaban una tribuna. Sin embargo, insensiblemente, las maneras de ver y de pensar el mundo han cambiado y lo que alguna vez era considerado inaceptable por parte de la mayor porción de la población dejó de ser un tabú absoluto.
La transformación del universo periodístico y la emergencia de nuevos medios de comunicación han jugado un papel esencial en este auge de la extrema derecha. En Estados Unidos, el caso de Fox News es bien conocido. En Francia, el billonario Vincent Bolloré ha constituido un imperio mediático que, paulatinamente, se ha puesto al servicio de un proyecto político ultraconservador. La novedad de estos medios –y su éxito– radica en que utilizan un registro muy diferente al de los antiguos panfletos propagandistas de la ultraderecha, que asumían la producción de un discurso radical y violento. Por el contrario, los medios de Bolloré han sido construidos para verse como medios generalistas, con la vocación de hablar a todo el público y generar un éxito comercial. Dentro de su imperio, se pueden mencionar dos canales que han sido particularmente instrumentales: por un lado, CNews, un canal de información y, por el otro, C8, un canal dedicado al entretenimiento.
La particularidad de estos medios radica en que, a pesar de ser instrumentos explícitamente construidos al servicio de una causa radicalmente conservadora, no se presentan claramente como tales. Para muchos, su funcionamiento sigue más una lógica informativa y comercial que política. En este sentido, el trabajo de estos medios puede compararse al de los magos quienes, para producir sus ilusiones, deben llevar al público a concentrar su atención en algo distinto de lo que realmente están haciendo. Y esto es lo que han logrado: mientras parecían “informar” y “divertir” a la población, han transformado el “sentido común” de muchos ciudadanos.
Así, mientras la cadena CNews se dedicaba a “presentar las noticias” (pensadas como la enumeración de una serie de “pequeños hechos reales”), ha logrado construir una agenda reaccionaria y difundirla a gran escala. Pese a su proclamada ideología profesional de “neutralidad”, los periodistas del canal han centrado sistemáticamente su cobertura en sucesos e incidentes que incitan sentimientos negativos en los espectadores, como el racismo, la xenofobia y el temor-odio al extranjero. A través de un “efecto de realidad” bien conocido, el canal ha contribuido a difundir una serie de temores y fobias –por ejemplo, sobre el peligro que representan los migrantes y las personas racializadas– que, a pesar de su dimensión fantasmagórica, se han vuelto reales para sectores muy importantes de la población. Se piensa a menudo, de manera ingenua, que los medios tienen como función principal reflejar la realidad. Cuando miramos el trabajo que realiza CNews todos los días, es más adecuado considerarlos como instrumentos que moldean la realidad.
Por su parte, C8 se caracteriza por su tono ligero y por sus programas de entretenimiento diseñados para divertir a todo el mundo, sin abordar temas importantes. Siguiendo una lógica muy común entre los medios comerciales (o sensacionalistas), el canal privilegia lo espectacular y lo extraordinario, sin aparentar tener una agenda política. Todos los elementos que siempre se han utilizado para vender más –el humor y los chistes, la sangre y el sexo, el drama y el crimen– son los ingredientes del canal. Esta naturaleza aparentemente “frívola” o “despolitizada” es un engaño. A pesar de que los temas parecen de “consenso”, interesando a todo el mundo, de nuevo, el canal ha logrado influir sobre los temas de conversaciones de sus espectadores, así como sobre su definición de lo que constituyen “los problemas importantes de la sociedad”. Paulatinamente, han logrado imponer a sectores importantes de la sociedad (en particular los jóvenes) nuevos principios de visión del mundo, nuevas problemáticas, nuevos puntos de vista.
Podemos decir, en este sentido, que estos medios han logrado utilizar, el primero, la información y, el segundo, la diversión, para librar una lucha política y desplazar el sentido común hacia la ultraderecha. Estos medios, que constituyen la única fuente de información para muchas personas, han contribuido a que ideas que parecían inaceptables o indignas en el espacio mediático –el racismo, la xenofobia, el autoritarismo, etc.– terminen, insensiblemente, siendo consideradas como banales o convencionales. El crecimiento del peso relativo de las redes sociales en el universo mediático (con la constante repetición de mensajes simples) solo ha acentuado esta sensación de que ciertas ideas flotan en el ambiente y, de este modo, se vuelven más aceptables.
El triunfo electoral de la ultraderecha en las elecciones en Francia nos obliga a reflexionar críticamente sobre las transformaciones ligadas a la intromisión de billonarios y grupos corporativos en el universo mediático, quienes no tienen solamente unos intereses económicos, sino que empujan una agenda política reaccionaria. Tradicionalmente, hemos entendido a la prensa libre como un actor esencial para el funcionamiento de la democracia. Debemos reconocer, sin embargo, que en todo el mundo grupos de prensa están siendo utilizados para promover valores autoritarios opuestos a los de la democracia y la sociedad liberal. Cuando tienen claras intenciones políticas, los medios pueden transformarse en colosales instrumentos de manipulación y transformación del orden simbólico. La diversión y el fascismo pueden, en nuestro mundo contemporáneo, funcionar de manera claramente entremezclada.