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“Todos los colonizados se ven a sí mismos en Palestina. Todos los colonizadores se ven a sí mismos en Israel.” Con esta potente frase, un comediante australiano de ascendencia bangladesí, Aamer Rahman, propone un incisivo análisis de las tensiones que han dividido al mundo desde el pasado 7 de octubre. Su lógica es la siguiente: por un lado, estarían las víctimas del imperialismo europeo (o sus descendientes), indignadas por la violencia contra la población civil en Gaza y la brutalidad del gobierno de Benjamín Netanyahu, que les recuerda claramente su propia historia de maltratos. Y, por otro lado, estarían las poblaciones asociadas a los proyectos imperiales europeos, que defienden el derecho de Israel a defenderse (o incluso a expandirse), retomando a menudo el tropo de la necesidad de defender la “civilización” frente al “salvajismo”.
Aamer Rahman es un comediante y su interpretación puede entenderse como una provocación para obligarnos a reflexionar, más que como una descripción factual. De hecho, me gustaría mencionar, para comenzar, tres razones por las que considero que su frase es problemática.
En primer lugar, aunque nadie puede negar que Palestina ha sido víctima de un proyecto de colonización brutal durante los siglos XX y XXI, es importante reconocer que la cuestión más amplia de cómo se han dado los procesos de colonización en el Medio Oriente a lo largo del tiempo es compleja.
En segundo lugar, la idea de dividir la población mundial en dos grupos claramente delineados –colonizadores y colonizados– no es tan sencilla. El caso colombiano es muy ilustrativo a este respecto. Mientras que una parte de la población se identifica con la herencia española, otra se define claramente como víctima de la colonización (tanto las personas que pertenecen a los pueblos indígenas como los descendientes de las víctimas de la trata transatlántica). Pero otra parte de la población, quizás la mayoría, no sabe muy bien cómo ubicarse en relación con esta historia.
El proceso de mestizaje –que ha funcionado como una forma de “blanqueamiento”– les ha alejado de los mundos indígenas y afrodescendientes, sin reconocerles siempre un lugar seguro del lado de los colonizadores. Estas ambigüedades se repiten en diferentes modalidades en todo el mundo. De hecho, las posiciones complejas, o incluso contradictorias, que han ocupado los miembros de la población judía en relación con los proyectos imperiales europeos también invitan a analizar críticamente las visiones binarias del mundo.
Finalmente, debemos reconocer que, las lógicas de “solidaridad” entre dominados (o entre dominantes) no siempre funcionan plenamente. Numerosas investigaciones sociales han mostrado que una de las dimensiones más insidiosas de la dominación –ya sea basada en lógicas de clase, género o colonial– se da cuando logra producir, al menos en parte, el “consentimiento” de los dominados. Las estructuras de poder operan no solo en términos de opresión directa, sino también a través de lógicas hegemónicas, donde los dominados terminan reconociendo un orden que los mantiene en una posición subordinada. En este sentido, hay muchos casos de descendientes de colonizados que defienden a Israel, al igual que existen sectores de la población de los países colonizadores que han tomado partido por Palestina.
A pesar de estos matices, considero que no deberíamos ignorar el mensaje de Aamer Rahman. Si pensamos en términos de probabilidades, es indiscutible que la distribución global de los apoyos a Israel y a Palestina era relativamente predecible, siguiendo, a grandes rasgos, la oposición indicada por Rahman. Esta situación no es muy sorprendente. Es bien sabido que existen conexiones entre nuestras posiciones subjetivas (lo que pensamos y sentimos sobre el mundo) y nuestras posiciones objetivas (el lugar que ocupamos en este mismo mundo, por ejemplo, en términos de clase, raza, género).
La “objetivación” de las diferencias políticas es crucial porque revela que, en general, las “opiniones” de unos y otros no son aleatorias, sino que reflejan una ubicación particular dentro de una estructura social (o, en este caso, dentro de una estructura colonial). Nos consideramos habitualmente como individuos libres que toman decisiones de manera autónoma y basados en argumentos. Sin embargo, es evidente que muchas de nuestras decisiones reflejan las disposiciones que hemos incorporado desde la infancia y que siguen moldeando profundamente nuestra manera de pensar. El tipo de disposiciones que adquirimos depende en gran medida de nuestra familia y de las instituciones en las que crecimos.
Esto nos permite comprender, retomando el argumento de Rahman, por qué quienes se han beneficiado directa o indirectamente de la explotación colonial tienden a mirar hacia otro lado cuando deben enfrentar los atropellos que sufrieron los pueblos colonizados. De manera similar, en el contexto colombiano, es evidente que una persona que ha crecido en un entorno donde se despreciaba sistemáticamente a los pueblos indígenas y afrodescendientes difícilmente podrá tener sensibilidad, una vez adulta, hacia los derechos de estos grupos. Aunque vivimos nuestras “opiniones” sobre diversos asuntos (en este caso, la situación en Gaza) como reacciones espontáneas e independientes, en realidad, a menudo confirman la visión más general del mundo que hemos construido a lo largo de un proceso muy largo.
Estos mecanismos de producción de las opiniones pueden parecer desalentadores para quienes aspiran a un despertar generalizado contra las diversas formas de opresión (incluyendo no solo la dominación colonial, sino también la de clase, género, etc.). Nada más difícil de cambiar que las mentes. Sin embargo, esta concepción tiene al menos el mérito de ser sociológicamente realista, lo cual no debe entenderse como un fatalismo que niega toda posibilidad de cambio. Si pretendemos realizar cambios en el funcionamiento de nuestra sociedad, es mejor ser lúcidos sobre las formas de inercia que limitan las posibilidades de transformación.
En el caso de Palestina, gracias al trabajo de miles de activistas, no solo las personas que pertenecen a las antiguas poblaciones colonizadas se solidarizan con el sufrimiento de la población gazatí, sino también personas de todos los horizontes, incluidos muchos judíos y supervivientes del Holocausto, que ahora comparan las atrocidades cometidas por el régimen israelí con las de la Alemania de 1940.
En Colombia, también podemos trabajar para transformar el sentido común, despertando la sensibilidad crítica de sectores de la población que hasta ahora han permanecido indiferentes ante los sufrimientos de los sectores dominados, en particular de aquellos que han permanecido en una condición minoritaria.