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Esta columna fue escrita por la columnista invitada Laura Cáceres.
Curití es un municipio situado a dos horas de Bucaramanga, reconocido por su arquitectura colonial del siglo XVIII. En este momento está conociendo, en detrimento de su riqueza ecológica, la locura de la artificialización neta. Preservado estos últimos años de la fiebre inmobiliaria de parcialización que carcome lentamente nuestras zonas naturales y agrícolas, el municipio de Curití, como muchas otras ciudades colombianas, sucumbe a la pavimentación de sus suelos sin ningún control digno de su biodiversidad.
El sector que está siendo actualmente impermeabilizado figura en el esquema de ordenamiento territorial del municipio de Curití como “zona de extensión urbana” para la construcción de programas de vivienda. La vocación futura del nuevo barrio es loable y es, sobre todo, una necesidad frente a una presión demográfica cada vez más creciente. Sin embargo, la manera en la que está siendo ejecutado es reprochable.
La impermeabilización sistemática de los suelos, la tala indiscriminada de árboles y la ausencia de una política urbanística paisajista que integre la naturaleza existente en la concepción de la zona de extensión urbana, hará que Curití pierda la oportunidad de ejercer un desarrollo urbano sostenible.
La foto de arriba ilustra bien la omnipresencia del cemento. Esta manera ordinaria de construir en zona periurbana o urbana, mediante la parcelación de terrenos y la realización de una gran placa de cemento donde se posicionan las viviendas, es condenada por el urbanismo moderno. Un ejemplo puede ser Francia, país que en los años 60 vivió una explosión de la parcelación y de la construcción de vivienda residencial sin criterios ambientales y paisajísticos, y que estuvo dictada por el rol del automóvil.
Los efectos de esta forma de construir fueron nefastos. Sobre el decenio precedente, 24 mil hectáreas de espacios naturales, agrícolas y forestales –el equivalente de cinco terrenos de fútbol por hora– fueron consumidos en Francia cada año en promedio. Ante este fenómeno, este país está tratando de revertir la situación por medio de una planificación sobria, estética y respetuosa de la biodiversidad. Además, se ha fijado como objetivo la cero artificialización neta del suelo en 2050 y la reducción de la mitad del consumo de espacios naturales, agrícolas y forestales en los próximos diez años a comparación del decenio precedente. Una expansión de la huella urbana y una impermeabilización de los suelos que Colombia aún puede evitar.
Por el momento, el esquema de ordenamiento territorial de Curití centra sus esfuerzos en los suelos de conservación y de protección ambiental. Se equivoca el municipio al establecer que las especies relevantes son solo aquellas que están presentes en las áreas naturales protegidas. Las ciudades también son habitadas por especies que están siendo amenazadas cotidianamente por el accionar del hombre. Aplicar el índice de Singapur, encargado de evaluar los ecosistemas urbanos, sería una manera de gestionar y de restaurar la biodiversidad urbana.
Si bien la creación de nuevos barrios es inevitable, el impacto puede limitarse. Una gestión del suelo que se limita a pavimentar no solo afecta la estética de la ciudad, sino que también agrava los efectos del cambio climático. Específicamente, un suelo impermeabilizado no absorbe el CO2, lo que conlleva, indefectiblemente, al aumento de la temperatura y a la creación de islas de calor. Asimismo, un suelo pavimentado acelera la perdida de la biodiversidad y la contaminación del aire, generando la escorrentía –proceso físico que consiste en el escurrimiento del agua de lluvia por la red de drenaje hasta alcanzar la red fluvial– que contamina los recursos hídricos y que aumenta el riesgo de inundaciones, ya que no permite la absorción natural del agua.
Al igual que el municipio de Curití, este fenómeno de extensión urbana ha ido reproduciéndose por todo el país. La impermeabilización también es visible en los cerros de ciudades como Bucaramanga, Bogotá y Medellín. Muchos de ellos se han convertido en asentamientos de conglomerados de grandes construcciones lujosas con poco control ambiental. Pareciese que tuviéramos que vivir rodeados de pavimento so pretexto del desarrollo.
Es alarmante, sobre todo para un país que concentra el 10% de la flora y fauna mundiales. Colombia tiene un desafío más importante que otros países en términos de biodiversidad.
Es claro que la planificación urbana inteligente ha sido la temática más olvidada de las agendas políticas. Poco se ha hecho, más allá de la analogía fácil de más cemento equivale a más desarrollo. Es necesario que la acción urbanística sea tomada como una actividad que tiene una incidencia real en nuestros ecosistemas y que, si bien, no podemos prescindir de ella, hallar un equilibrio y darle un contexto más amigable con el medio ambiente es impostergable.
Además, el crecimiento demográfico del país incitará a construir más. Para 2050, de acuerdo con el Departamento Nacional de Planeación (DNP), la población colombiana ascenderá a casi 61 millones de los cuales el 86,1% se encontrará en centros urbanos. Actualmente, tres de cada cuatro colombianos viven en zonas urbanas.
La urgencia es real. Las municipalidades deberán responder a esta presión demográfica en unos años. La solución más fácil y menos costosa sería expandir la ciudad sin ningún lineamiento. Sin embargo, si se quiere crear ciudades sanas y estéticas con un alto potencial natural que nos permita amortiguar los efectos del cambio climático, un cuadro normativo rígido que limite la huella urbana y los efectos negativos de la urbanización es urgente.
Las alternativas a la artificialización tienen que materializarse. Temas como la limitación de la huella urbana, la renovación urbana, la optimización de la densidad, la restauración de la biodiversidad y la despavimentación de los suelos merecen ser tomados en cuenta desde ya por las agendas políticas.
Poner la naturaleza en el centro del debate es ineludible. Curití, al igual que muchas ciudades del territorio colombiano, está cayendo en la facilidad de la parcelación y de la artificialización de los suelos a ultranza. Es necesario detener esta carrera hacia el abismo y adaptar nuestras ciudades al cambio climático.
Laura Cáceres
Estudió derecho en la Universidad Industrial de Santander y tiene una maestría en derecho público de la Universidad de Poitiers. Lleva dos años desempeñándose como responsable de operaciones urbanísticas en Grand Paris Aménagement en París.