Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Y si te hubieras quedado con ese no es posible, así no funcionan las cosas, es un riesgo, no lo hubieras intentado. Alguien planea y moldea cuidadosamente su jardín, otro solo deja que crezca. Mientras los doctos se resisten a adoptar nuevos términos en su argot, las nuevas palabras se instauran a punta de repetición dentro de las tribus que le dan origen hasta explotar al exterior, quieran o quieran. El miedo individual y universal a quedar por fuera, a perder la autoridad, el puesto, la razón, la ruta conocida, aboca a una estrategia opositora ante cualquier novedad que para cada quien resulte una amenaza.
El aprendizaje es un proceso plástico que exige un continuo entrenamiento para transformar las ortogonales casillas en las que nos resulta seguro resguardarnos. Basta ilustrarnos mentalmente con esa persona conocida que ha desarrollado su masa muscular hasta sentir su bíceps como piedra, a la que improvisa para un público un monólogo bajo un foco iluminado desde un escenario, con la que crece y deja crecer interviniendo lo menos posible en los procesos de quienes tiene a su lado, ¿acaso de un día para otro lo han logrado?
Optar por no conservar a toda costa la autoridad, el puesto, la razón y/o la ruta conocida, tiene un doble y encantador efecto: porque contrario al monolítico presagio que se esconde en la palabra imposible, surgen puntos de convergencia entre trochas caminos y autopistas, conversaciones e ideas en las que se comparte autoría entre doctos y aprendices, se invierten los roles, nos encontramos sorprendidos aprendiendo al mismo tiempo que enseñando, poseedores de una sensación de liviandad y dicha, al expresar en unanimidad que lo logramos. Por un instante innegociable se experimenta lo que imagino también experimentan el mar, la bóveda celeste, el tejido subterráneo del mundo vegetal en sus raíces; un todo que, sin uno, sigue existiendo y cuya magia se pierde quien recurre al escarmiento por la falta de voluntad a continuar entrenando.
El otro día, jugando con mi hijo, me sorprendí dando por primera vez un bote. Recordar la escena y ralentarla, me anima a describirla de cabeza, a inventarla y adornarla, (porque no recuerdo haber tenido los ojos abiertos en ese momento). Tal vez en un momento de la humanidad en la que lo que nos es razonable está resuelto, nos resulte al menos divertido, atravesar la razón ¡a ver en un mundo de cabeza con quién me encuentro haciendo el experimento!