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Son pocas las veces que el amor ha sido tan doloroso como el de Gustavo Petro: agresividad y estigmatización que evaden los cuestionamientos ciudadanos.
Nazis, miembros del Mossad, paramilitares, golpistas. La crítica, la denuncia o el cuestionamiento al presidente de Colombia y a sus allegados se ha convertido en un crimen social y político. La política del amor se ve más como la del estigma, de la no respuesta, de la minimización y ridiculización del contrincante y de los árbitros de la democracia.
Una vez más, el periodismo investigativo es atacado por Petro. Una periodista, María Jimena Duzán, busca corroborar información que le da una fuente. Para esto, presenta un derecho de petición. El resultado: ser tachada de periodismo Mossad, que claramente tiene una connotación bélica. Acto seguido, una vez más, la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) termina sujeta a desinformaciones y estigmatizaciones de Petro por defender a la periodista.
No es la primera vez que un gobernante se comporta de esta forma. Es más, es casi imposible encontrar políticos de nivel presidencial que no sean vanidosos y egocéntricos. Tampoco es la primera vez que un presidente responde a la crítica con la estigmatización. A pesar de esto, es claro que lo que hace el presidente es la versión colombiana de la profundización de la confrontación y la camorra como política. La forma en que Petro esparce su amor es similar a la de Bukele, Milei, Trump, Orbán y un largo etcétera de intolerantes a la crítica.
Petro es el primer presidente que estigmatiza a la Flip, pero no es la primera vez que la Flip es estigmatizada. Juan Pablo Bieri, el servil funcionario de Iván Duque, atacó a esa organización como resultado de las denuncias sobre la censura contra los puros criollos. La Corte Constitucional le ordenó a Bieri que rectificara y advirtió que “los ataques infundados, arbitrarios o ilegítimos, no solo afectan a la organización y sus miembros, sino que pueden convertirse en serios obstáculos para el acompañamiento a los sujetos que defiende”. Petro sabe que atacar a la Flip le sirve para deslegitimar al defensor del periodismo que tanto le molesta.
La ironía está en que esto venga de un presidente que dice promover el amor y la vida, pero tacha a lo incómodo como enemigo. Petro, quien recurre una y otra vez al apelativo “nazi”, parece feliz con la versión digital de la técnica estalinista de construir un comité de aplausos y ahogar a la crítica. No es necesario que el presidente amenace u ordene directamente que ataquen a un periodista o a una fundación, suficiente es con que lo señale como enemigo de su proyecto amoroso, otros harán lo que se requiera. Mientras que Uribe hizo lo propio en 2003 desde la Escuela de Caballería para decir que las ONG son voceras de los terroristas y “su única arma es la calumnia que hipócritamente se esconde detrás de los derechos humanos”, Petro lo hace desde la comodidad de su celular. El amor se contagia y se esparce mucho más fácil por las redes sociales.
Es difícil encontrar una expresión contraria a los intereses del presidente que no reciba la respuesta agresiva de él. Críticas y cuestionamientos de buena fe por personas completamente ajenas a la oposición política reciben la tacha presidencial. Petro se escuda en que él mismo tiene su propia libertad de expresión y también tiene un derecho a defenderse de ataques en su contra. Esta es una verdad a medias porque ignora su rol de protector de los derechos de los demás, incluso de los de sus críticos.
La libertad de expresión no está hecha para proteger únicamente a los ciudadanos que el gobierno considera como ejemplares. Este derecho existe precisamente para cuidar a aquellas personas que puedan resultar molestas, chocantes u ofensivas para los gobiernos o partes de la sociedad. Y de esta misma manera, la libertad de asociación protege la existencia de organizaciones no gubernamentales de todo tipo, especialmente a aquellas que los poderosos consideren como incómodas. El derecho a la libertad de expresión del presidente está limitado por el deber de proteger los derechos de los demás.
Esto es algo crítico en un país en el que asesinan personas defensoras de derechos humanos cada día. La Flip es una organización que defiende un derecho humano: la libertad de prensa. Las personas que hemos trabajado en la Flip lo hemos hecho en la defensa de un derecho humano que está diseñado para fastidiar a los poderosos, pero que al mismo tiempo debe ser protegido por ellos. El amor que aporrea y estigmatiza no es la respuesta.
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