Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
Esta columna fue escrita por la columnista invitada Juana Hofman.
En el camino hacia la COP 16 de biodiversidad, en Cali, surgen un sinnúmero de debates en torno a cómo el país y el mundo alcanzarán lo que se ha denominado “la paz con la naturaleza”. En ese sentido, nuestra premisa fundamental debería basarse en un concepto: centrar nuestros esfuerzos en reconocer todas las formas de vida y dialogar con ellas, así como en escuchar, atentamente, todas las voces que desde los saberes ancestrales y locales nos susurran a gritos.
Desde esta visión, en Colombia como país megadiverso, pero también como un Estado pluriétnico y multicultural, con más de 115 pueblos indígenas que hablan 65 lenguas distintas, pasa a ser necesario entender el concepto de bioculturalidad, como enfoque y también como principio; pues como se menciona en la sentencia T-622 de 2016 de la Corte Constitucional: “la riqueza natural y cultural de la nación están íntimamente ligadas y deben ser protegidas por el Estado”.
Es así que la discusión sobre biodiversidad pasa a reconocer a quienes habitan estos lugares. De hecho, pasa a narrarse y a entenderse desde las prácticas y sistemas de conocimiento que tiene cada pueblo, partiendo de su relación armónica con el territorio donde viven. Es bajo las prácticas cotidianas, pues allí es en donde realmente se preserva la biodiversidad.
“La conservación de la biodiversidad debe conllevar a la preservación y protección de los modos de vida y culturas que interactúan con ella, e inversamente, la conservación de la diversidad cultural conduce a la conservación de la diversidad biológica”, dice la Corte en la T-622 de 2016. En otras palabras: la diversidad biológica no existe sin diversidad cultural, ni hay manera de protegerla, sin acompañar en la defensa territorial a quienes hoy la custodian, los pueblos indígenas y las comunidades locales.
Debemos entonces escuchar las voces de los territorios, este debe ser el eje central de los gobiernos. Una participación activa de quienes habitan los ecosistemas más importantes, sobre todo en contextos como el colombiano, donde persisten deudas históricas como la presencia estatal en el territorio, la descentralización político-administrativa, y el reconocimiento del pluralismo jurídico y de la participación de los pueblos étnicos como autoridades en sus territorios.
En ese mismo sentido, es relevante contar con la participación activa de las comunidades locales, a través de modelos de gobernanza que logren recoger y conjugar en sinergias las potencialidades y visiones de quienes han sido históricamente excluidos de las mismas.
Allí pasan a ser relevantes los Objetivo de Desarrollo Sostenible, desde Amazon Conservation Team nuestro propósito de trabajo es “proteger el territorio para defender la vida”. Por lo tanto, nuestra intervención se centra en salvaguardarla en todas sus formas, incluyendo condiciones para una subsistencia digna, coherente con conceptos como el buen vivir.
A partir de este enfoque pasa a ser relevante hablar de la estructura del de “pastel de bodas”, propuesto por el Centro de Resiliencia de Estocolmo (SRC en inglés), donde la base del pastel son los ODS de la biósfera. Para este centro hay ODS que no pueden ser negociables y son la base de los siguientes, de esta manera: sin biósfera no puede haber sociedad, y sin sociedad no puede haber economía, como explica Johan Rockström director del este centro.
Desde esa visión, que sitúa a la biósfera y su efectivo cuidado y protección como la base para el cumplimiento de los demás ODS, es imposible desligarlo de la bioculturalidad que venimos mencionando. Tan clave y evidente es la relación entre biodiversidad y diversidad cultural, que tal como menciona la lingüista del pueblo Ayuujk en México, Yásnaya Aguilar, de los trece países en el mundo con mayor número de lenguas existentes, doce hacen parte de los países de mayor biodiversidad.
En el caso de América Latina, según Eafit, el 80% de las áreas naturales abarcan o convergen con territorios habitados por pueblos indígenas son las más conservadas. Entonces, entender este vínculo va más allá de la narrativa, o del imaginario de paisajes prístinos y sin gente; parte de entender las realidades de un país en donde en sus áreas conservadas vive gente, viven pueblos, pero son ellos quienes mejor lo cuidan y custodian.
Estas cifras nos hablan de una relación inescindible entre biodiversidad y diversidad cultural y lingüística –pues la lengua es una forma de habitar y ser en el mundo, de conocerlo y de conservarlo–, y que al mismo tiempo estas culturas y sus sistemas de conocimiento resultan cruciales en esta búsqueda por alcanzar los ODS centrados en la vida, tanto biosféricos como sociales.
Pero volvamos al eje de esta columna: “la paz con la naturaleza”. ¿Qué significa este concepto? En el entendimiento de quien les escribe, es reconocer a la naturaleza como un ser con quien se debe dialogar. Como dice la Mamita Sabedora, Eudosia Jacanamejoy del pueblo Inga, “Nuestra madre tierra nos da la vida, porque la vida es lo que uno siembra y por eso tenemos que cuidarla”.
Es evidente que estamos fallando en el cuidado de la naturaleza, hemos sido tercos y obstinados en el abordaje de la biodiversidad, pensando que solo la ciencia y la tecnología nos ayudará en la anhelada salvación. Sin embargo, el llamado puede ser, simplemente, escuchar aquello que se ha silenciado, tener un abordaje biocultural, donde se reconozca las diferentes formas de ver, concebir y cuidar el territorio, con un enfoque sensible y diverso.
Solo trabajando de la mano, y bajo la guía, de quienes habitan los ecosistemas más importantes y reconociendo sus sistemas de conocimiento es que lograremos la tan anhelada paz con la naturaleza. Aun siendo distintos y celebrando la diferencia, nos une la vida, y esa debe ser nuestra mayor batalla.
Juana Hofman
Abogada, magíster en Ordenamiento Territorial y Doctora en Geografía. Directora integración territorial técnica en Amazon Conservation Team.