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Es conocida la definición de tolerancia en las humanidades, pero menos su definición desde la física y desde la estadística, y aún menos las posibilidades de extender estas dos últimas definiciones a las ciencias humanas. Aquí lo que se intenta es aplicarlas, en particular, para el caso colombiano, con el fin de establecer su alcance y sus límites.
En física, la tolerancia es la máxima diferencia que se admite entre el valor nominal y el valor real o efectivo en las características físicas de un material. Es un concepto que se relaciona con la medición de las dimensiones máximas y mínimas de los errores permitidos. “Una cierta cantidad de error ocurrirá inevitablemente entre el valor medido y el valor verdadero. Lo importante es especificar el rango de error permitido. En términos de medición, la diferencia entre las dimensiones máximas y mínimas de los errores permitidos se denomina ‘tolerancia‘”.
En estadísticas, es conocida la Regla de Cromwell, postulada por Dennis Lindley en 1985. Según esta regla, no se debe establecer a priori probabilidad 0 o 1 a ninguna hipótesis susceptible de ser puesta a prueba. Lindley hacía alusión a una frase de Cromwell de 1650: “Os imploro, por las tripas de Cristo, pensad que es posible que estéis equivocados”.
Ahora, si se extendiese a las ciencias humanas estas dos nociones de las ciencias exactas, se podría tomar nota de lo siguiente: de la física se podría aprender que el nivel de tolerancia en una sociedad sería el margen de los errores permitidos. Por ejemplo, ¿qué tan dispuesta está una sociedad a perdonar los actos de un violador, un secuestrador o un terrorista? Y de la estadística se podría aprender que nunca se debe desechar la posibilidad de estar equivocados. Por ejemplo, ¿qué tan dispuesto está un grupo político o una ideología a sospechar de la veracidad de sus propias convicciones o de la equivocación de las posturas contrarias?
En el siglo pasado, los sociólogos adaptaron la Regla de Cromwell para señalar que, de cara a explicar la realidad, es necesario adoptar un principio de neutralidad y simetría, es decir, no partir del prejuicio acerca de lo que es cierto o falso. De esta línea, el más influyente fue Karl Popper, quien sostenía que toda verdad es provisional y está sujeta a la evidencia siempre limitada con la que se cuenta, de manera que las personas deben estar dispuestas a cambiar de opinión si llegase a aparecer nueva evidencia. De Popper es también la “paradoja de la tolerancia”, según la cual, la tolerancia ilimitada conduce a la desaparición de la tolerancia.
El Homo sapiens vive en sociedad y en ese contexto todo prójimo es inquietante: el desconocido deseo que sostiene sus actos puede ser tenido como un intruso traumático. Ese desasosiego por las pulsiones ajenas no debería, sin embargo, desmotivar a una persona –como dice Santa Teresa de Jesús, “nada te turbe, nada te espante, todo se pasa”. La presencia del otro, el rostro del otro, es tan inevitable como necesaria. Y el otro pasa.
Para convivir con ese prójimo surge entonces la tolerancia como un valor moral, que consiste en respetar a otra persona que tiene ideas o creencias diferentes a las propias. Este principio liberal clásico consiste en aprender a convivir entre distintos, en el entendido de que toda persona es libre y además tiene igual derecho a creer en lo que quiera. Y no solo se trata de soportar al otro, sino también de ir más lejos y sentir “piedad o compasión por la miseria de los demás”, como anotaba Adam Smith en su “Teoría de los sentimientos morales”, quien agregaba que la felicidad ajena es necesaria para la felicidad propia.
La tolerancia es exigente, porque implica adoptar una disposición abierta para la resolución de conflictos. También conlleva tener empatía hacia los demás, sin resentimientos ni ofensas, sino con bondad de espíritu, para transformar emociones negativas –como anota San Francisco de Asís, “que donde haya odio, siembre amor; que donde haya injuria, perdón”.
Ahora bien, el valor tolerancia tiene en Colombia una vigencia paradójica: la tolerancia es amplia y estrecha a la vez.
En efecto, de un lado, hay un amplio margen permitido para muchos delincuentes, una flexibilidad excesiva, una permisividad inaceptable, una cohabitación inadmisible. Se dialoga con delincuentes o se convive con corruptos, en medio de total impunidad, como si fuese algo normal u ordinario. Eso excede todo margen de tolerancia.
Y, de otro lado, hay una estrecha posibilidad de admitir que estamos equivocados, un dogmatismo contagioso, un fanatismo ciego, un desprecio por los distintos. La gente no se mueve un centímetro de su posición; los otros son vistos como enemigos. Eso desaparece la tolerancia, la anula.
¿Qué hacer? La experiencia del Frente Nacional puede ser tomada como un punto de referencia, para repetir sus logros (pacificación y crecimiento económico) y evitar sus defectos (exclusión política y déficit de democracia real). Dos partidos enemigos dejaron de lado sus odios históricos y acordaron con grandeza las bases para una Colombia mejor. Valdría la pena intentarlo de nuevo, sobre todo en estos tiempos, cuando el país se hunde en el lodo de la intolerancia.