La paz no es solo ausencia de guerra, es también obra de la justicia
Por razones éticas, políticas jurídicas y pragmáticas debe la sociedad colombiana insistir en la búsqueda de la paz mediante negociaciones con los actores armados
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En Colombia debemos –por razones éticas, políticas, jurídicas y pragmáticas– continuar buscando la paz.
Éticas porque nuestro país, con más de 50 años de conflicto armado, debe poder alcanzar el momento en el cual se consiga la suspensión más o menos duradera de la violencia. Esta ha producido un mundo injusto en el que la dignidad de muchos hombres, mujeres y niños ha sido pisoteada, y grandes grupos de la población han sido humillados, ofendidos, excluidos, asesinados y desaparecidos.
Según el informe de la Comisión de la Verdad, existen registros de 450.664 homicidios y 121.785 desapariciones forzadas entre 1985 y 2016. Se incluyen los 6.402 “falsos positivos” cometidos entre 2002 y 2008 por miembros del Ejército. Además, han sido civiles en su mayoría las 50.770 personas secuestradas entre 1990 y 2018, por las Farc (40 %), los paramilitares (24 %), el ELN (19 %).
Políticas porque Colombia debe salir de aquella condición que Hobbes denominó estado de naturaleza –un estado de guerra universal y perpetua– son para buscar la paz y así superar una realidad dominada por la violencia y la venganza, y entrar al mundo de la sociedad civil, el respeto, la solidaridad y la decencia.
El Acuerdo de Paz, pactado con las Farc, fue un paso fundamental porque permitió convertir a la más poderosa guerrilla en Colombia en toda su historia en una organización política que busca, mediante la argumentación, la ampliación de la democracia. Aún, a pesar de todos los incumplimientos del Estado y de la violencia que se sigue dando contra los exguerrilleros que se acogieron al Acuerdo. Desde 2016, se han registrado 406 firmantes de paz asesinados.
Jurídicas porque hacer la paz significa no solo poner punto final a las hostilidades, sino también instaurar un Estado jurídicamente regulado que tienda a tener una cierta estabilidad. El derecho es un orden para promover la paz. Tiene por objeto que quienes viven en una determinada sociedad puedan solucionar sus conflictos de una manera pacífica, sin recurrir a la violencia.
Pragmáticas que tienen que ver con el hecho de que la sociedad colombiana como cualquier otra debe luchar para sobrevivir frente a las demás sociedades que compiten para mantenerse en la lucha por el poder. El poder se basa en recursos, dinero, capital social, conocimientos; una sociedad que debe concentrar una gran parte de su poder para enfrentar un conflicto armado interno e invertir en ella una gran parte de sus recursos, quedará rezagada frente a las demás.
Además de estas razones en favor de la paz, es importante insistir en que el conflicto armado fue resultado de causas sociales y políticas. La violencia, afirman muchos estudiosos de nuestra historia, tuvo un origen social, en la pobreza, el abandono y la desigualdad.
La superación de las causas históricas del conflicto armado —y la paz— pasa por señalar la responsabilidad individual y colectiva de todos aquellos actores involucrados en los graves crímenes perpetrados en una guerra larga y degradada de más de 50 años, y su respectiva imputación penal o restaurativa. Estos responsables son las guerrillas, el Ejército, los paramilitares, las bandas criminales, los narcotraficantes y los terceros civiles.
Alcanzar la paz, partiendo del proceso con las Farc, no ha sido una tarea fácil, pues no basta con deponer las armas o no hacer más la guerra, sino que es necesario instaurar un orden jurídico –la JEP, la Comisión de la Verdad, la política de tierras, etc.– que tramite satisfactoriamente las consecuencias de la guerra. Estos son procesos de media o larga duración, frente a los cuales es conveniente tener paciencia histórica.
En el caso de la Paz Total con grupos tan disímiles como el ELN, la Segunda Marquetalia y el Estado Mayor Central, con tanto ego histórico atravesado, está siendo todo realmente más complicado. Esto explica de alguna manera el aumento del escepticismo de una buena parte de la sociedad frente a la paz.
Sin embargo, es complicado que esta posición escéptica de sectores del centro político y de una buena parte de sus intelectuales, se articule con la posición negacionista del conflicto armado y la memoria histórica, que ha representado la derecha. Sabemos que, en una coyuntura como esta, la derecha arrastra al centro. Así, escépticos y negacionistas terminan unidos para actuar contra la paz a partir de un diagnóstico común que se puede resumir de la siguiente forma.
Los negacionistas parten de considerar que en Colombia no ha habido en los últimos 50 años una guerra o un conflicto armado, sino que el Estado desplegó sus instrumentos coercitivos de violencia contra grupos insurgentes y/o grupos terroristas que se levantaron en armas, los cuales fueron casi reducidos bajo la política de seguridad democrática y por esto tendrían que ser juzgados como delincuentes por la justicia ordinaria del Estado y no por la justicia transicional, que es, afirman, una justicia “política”.
De esto deducen que es necesario suspender toda la parafernalia de la paz –la JEP, la Comisión de la Verdad, la Paz Total– y preparar a la sociedad y a sus fuerzas armadas para una confrontación militar del Estado con las bandas criminales y terroristas, para que, con el apoyo de la población, se pueda vencer al enemigo y someterlo a la “justicia de los vencedores”. Ya retumban los tambores de guerra en los discursos de los próximos candidatos y candidatas presidenciales.
Se trata con esto de una nueva versión de una vieja práctica: juzgar solamente a los vencidos en la guerra, dejando por fuera de toda imputación a los autores de crímenes atroces relacionados con las autoridades estatales, fuerzas armadas y terceros civiles. Esto ha sido denominado en otros lares la “paz de los sepulcros”, frente a la cual hay que seguir insistiendo en la paz negativa del Acuerdo Final que pone el énfasis en la ausencia de guerra, de violencia directa y busca poner fin al conflicto armado. Pero esta paz negativa debe ir acompañada de una paz positiva que es una paz con justicia social, como se lee en la encíclica Gaudium et spes (alegría y esperanza).
“La paz no es la simple ausencia de guerra, sino que se define con toda exactitud así: obra de la justicia, opus iustitiae, pax”, dice Norberto Bobbio.