El padre, Gustavo Petro, es presidente y su hijo, Nicolás Petro, fue su aliado en la campaña. Hoy el hijo está confesando que recibió dinero, de un exnarco y varios contratistas, que entró irregularmente a la campaña de Petro y con los cuales se enriqueció. Los detalles adicionales esbozan una historia de dilemas familiares y políticos que abrieron la mayor crisis en la presidencia de Petro y que encajan en el arquetipo de la tragedia griega. 

La Silla Académica entrevista a Jairo Gallo, psicólogo de la Universidad Nacional, y a Manuel de Zubiría, profesor de filosofía en la Universidad Javeriana, para entender que pueden aportar el psicoanálisis y los estudios clásicos al drama político que vive Colombia. 

LSA:

Es La Silla Académica

JG:

Es Jairo Gallo

MZ:

Es Manuel de Zubiría 

LSA:

Manuel, una de las líneas en las que se ha interpretado el episodio del escándalo de corrupción de Nicolás Petro, el hijo del presidente, es como una tragedia griega. ¿Pero a qué se hace referencia con la tragedia griega?

MZ:

La tragedia es un arte nuevo que surge en esta época dorada de Grecia, alrededor del siglo V a.c. Tiene a Esquilo, Sófocles y a Eurípides como los grandes autores de esta forma del teatro, que va a ser por mucho tiempo la forma más importante del arte helénico.

La tragedia griega está conectada con la poesía anterior, con Homero y con Hesíodo, y también con la filosofía ateniense. Hoy sabemos que Sócrates conoció probablemente a Eurípides, y Aristóteles pone muchos ejemplos de la tragedia griega en sus obras.

Muchas tragedias son históricas, hablan de héroes y de cosas de las que hablaban los poetas anteriores, pero el tema político está presente. Por ejemplo, la lucha entre la ley de la ciudad y la ley de los dioses, que es la lucha de la ciudad y la tradición.

Por ejemplo, Antígona, a quien le prohíben enterrar a su hermano (que es la ley de la ciudad), prefiere pasar por encima de la ley, porque hay un mandato más poderoso que es la tradición de enterrar a los muertos. Entonces se cuestiona si por encima de la ley hay algo más.

Aunque es más en el caso de la comedia, por ejemplo, de Aristófanes, donde sí aparecen más claros motivos políticos, políticos como personajes de los cuales se hace burla. Es mucho más directa la crítica política en la comedia helénica.

LSA:

Jairo, desde el psicoanálisis, ¿a usted le parece que alguno de los arquetipos de la tragedia griega sirve para hablar de la situación del presidente Petro con su hijo y sus denuncias de corrupción?

JG:

Sí. Lo primero que hay que analizar es cuál era la función de la tragedia. Era de entrada una puesta en escena de un dilema ético moral, y era una puesta en escena pública. El coro en la tragedia cumplía esa función. La tragedia pone en contradicción las pasiones humanas y las tradiciones humanas. Y sobre su relación con el psicoanálisis, cuando alguien habla a un psicoanalista pone en escena también su tragedia, sus pasiones y sus contradicciones.

En el caso Petro como tragedia el presidente hasta ahora ha tratado de sostener su lugar, un lugar ético que siempre ha defendido, en contravía de su hijo. Además, ¿qué mejor ejemplo que un político que se pasó toda su vida denunciando la corrupción en un lugar ético, porque ese era el lugar de Petro, y su hijo le sale con todo lo contrario de lo que él planteaba?

Y, claro, le ponen un dilema ético. Porque, ¿en qué lugar está él? Defiende a su hijo en contra de sí mismo o sigue insistiendo en su lugar, que también es una tragedia griega. Es el dilema de “¿me quedo defendiendo lo que yo siempre he defendido o me contradigo a mí mismo para defender a un ser querido?”. Eso es lo que llamarían algunos en el psicoanálisis lacaniano el deseo. Ese es un dilema muy fuerte y yo creo que esa es la puesta en escena de esto que está pasando. 

LSA:

En el dilema de los Petro también está el de Nicolás. Él va a ser padre, porque su nueva pareja está embarazada. Y afirma que no quiere que su hijo nazca con él en la cárcel. Eso lo lleva a declarar en contra de la campaña de su padre, quien, a su vez, estaba en la cárcel cuando él nació y por eso afirmó que “no lo crió”.

JG:

El dilema entre el hijo y el padre también es eso, es como si no se pudiera elegir otro camino más que la muerte o tratar de sobrevivir. En la tragedia griega casi siempre hay un héroe y en nuestra política colombiana siempre tendemos a elegir héroes. Es como si no pudiéramos pensar nuestra política más allá de un personaje, un héroe. Incluso, Petro llega por ciertas luchas, pero se coloca también en un lugar heroico. Pero, cada vez que hay un héroe que sobresale en nuestra tragedia colombiana, lo matan. Es el destino fatal. ¿Por qué en nuestra tragedia no podemos pensar más allá de un héroe trágico o un héroe con un destino fatal?

MZ:

En general, en las tragedias se enfrentan dos poderes muy grandes y no se sabe cuál es el que tiene más fuerza. Entonces, por ejemplo, en Antígona, el poder va a ser la ley humana contra la ley de los dioses. La idea de la tragedia es que ese choque hace que sea muy difícil decidir entre esos principios, que sin importar cuál elija va a significar que va a salir perdiendo. En ese sentido, el caso de Petro sí tiene algo de trágico y también algo de destino, en el contexto de la política nacional.

También está el mito del eterno retorno. Lo que pareciera un destino en la política colombiana, y es que siempre va a haber plata de narcotraficantes en las campañas políticas. Y es algo que pasa una y otra vez a pesar de los símbolos de cambio o los discursos de romper con la política tradicional. Son estas las fuerzas de choque que dan la dimensión trágica, ya no sólo a ese episodio, sino a todo el gobierno Petro.

Y es que pareciera que para cambiar la política tiene que seguir trabajando de la mano con la política tradicional. A todo eso le agrega más profundidad que la estocada de quien refleja ese conflicto venga del hijo primogénito del presidente. 

LSA:

Y en la psiquis colectiva colombiana, ¿cómo se está desarrollando esta tragedia? Pensando en que el presidente sacrifica a su hijo por su propio deseo y su posición ética, ¿cree que esa decisión lo va a alzar o lo va a derrotar?

JG:

La única salida más o menos digna sería convertirse en héroe. Entonces piensa “si sacrifico a mi hijo por el bien de Colombia, o sacrifico mi vida por el bien de Colombia o sacrifico…”. Siempre hay un sacrificio y siempre hay un destino trágico y heroico. Y otra cosa es que lo que tenía la tragedia de los héroes es que en verdad se creen que son enviados o están destinados a regir los destinos de todo el mundo. Esto está presente tanto en la versión de la presidencia actual como en la versión de otros presidentes. Claro, con diferentes postura políticas pero al final es como si fuera el mismo destino. Cuando hay un héroe lo ponemos en un altar, entonces, ¿será que hay una cuestión en Colombia, en nuestra constitución subjetiva colectiva, que hace que no podamos pensar una política más allá de un líder héroe trágico?

Ahí también pienso en un texto de Freud que se llama “Psicología de las masas y el análisis del yo”. Da dos ejemplos de masas que son la masa del ejército y la masa de la iglesia. ¿Cómo se constituyen esas masas? Por medio de identificaciones a un líder. Con esto me pregunto si no hay otra manera de hacer un colectivo en Colombia que no sea alrededor de un líder heroico y trágico.

LSA:

¿Hay otra manera?

JG:

Sí, yo tengo una pequeña respuesta: que tal si constituimos un tipo de política que no sea trágica, sino más cómica. Y lo que planteo con la comicidad es que no tiene que haber un héroe trágico que sacrifique algo, bien sea la vida, al hijo, a la familia o incluso a él mismo. Pensar un tipo de política que no se construya alrededor de un líder, sino que sea un colectivo más allá de eso. Pero, eso implicaría algo de lo cómico: que nadie se coloque como el héroe ni que se crea el enviado de Dios, ni el mesías, ni el salvador, ni nada. El problema es que en Colombia es muy difícil elegir a alguien que no se coloque en el lugar.

Además, el héroe trágico tiene un problema porque al final es él, solamente él, y él personifica todo. Es como si nuestros presidentes o nuestros políticos no tuvieran vida propia, sino que estuvieran destinados todo el día a cumplir el papel de presidente. Por ejemplo, el presidente es el presidente y nunca es un papá, nunca es un hijo, nunca es un marido. No es nada, pero siempre es el presidente. Y, claro, el presidente actual se coloca también en el lugar del presidente diciendo “yo prefiero sacrificar a mi hijo por el bien del país”. 

LSA:

¿Qué tendría que pasar para que pase de ser una tragedia a una comedia?

JG:

Dejarnos de creer que tenemos destinos marcados y definitivos. Es como si tuviéramos un oráculo, porque la tragedia griega es un oráculo: “te vas a casar con tu madre y vas a matar a tu padre”, es el destino de Edipo y no hay más nada. La comedia sirve para poner distancia a ese destino fatal y no creernos que nosotros somos y estamos fijados ahí y nunca vamos a salir del mismo lugar. ¿La comedia para qué sirve? Para reírse de uno mismo. Tenemos una historia fatalista, pero también podemos hacer de esa historia fatalista otra cosa. Nosotros somos de postura muy rígida: ¿es malo o es bueno? A mí nunca me ha gustado una frase que en política se repite mucho y dice que somos más los buenos que los malos en Colombia. Yo creo que eso ha servido hasta para eliminar al otro. ¿Para qué sirve una tragedia? Para mostrarnos que nosotros somos malos, buenos y regulares al mismo tiempo.

MZ:

La tragedia no se mete tanto con el tema del cambio político, mientras que la comedia sí. La comedia explora otras formas de gobernar. Hay una obra de Aristófanes que juega con la instauración de una especie de socialismo donde todo el mundo deja sus propiedades en la mitad y cada uno coge cosas. Eso da ideas políticas. Hay otra obra suya en la que las mujeres van a votar vestidas de zapatero.

La comedia se ocupa más de la novedad, como qué pasaría si hacemos esto, mientras que la tragedia se ocupa especialmente del peso de la tradición, de las consecuencias de no respetar a la tradición y a los dioses. Pensar en modo de comedia nuestras historias políticas tendría que ver con cómo nos imaginamos como algo diferente y no con el peso inexorable de una tradición de alianzas y pactos familiares incuestionables. 

LSA:

Aquí hay otro problema y es que esta es la primera vez que una tragedia familiar en el poder se da de una manera tan abierta. Quizás las otras familias venían de unas élites sobre las cuales había un recato mayor de los medios y el debate público. ¿Qué impacto cree que tiene la tragedia y la manera tan especial en la que se está dando ahorita?

MZ:

Lo de Petro es una tragedia por la forma en la que manejó el problema. Antes, cuando no se veían malas conductas, que las había, se dejaban en la esfera íntima, en lo familiar. Esos casos no constituyen una tragedia. Álvaro Uribe, por ejemplo, pudo usar al Estado para proteger a sus hijos, cualquier presidente hace eso.

Pero el caso de Petro sí es una tragedia por aceptarlo. Porque separarse de Nicolás Petro, para defender el orden legal, lo separa del orden afectivo, que es el de su hijo. Pero ya supone un cambio grande desde lo político que no haya usado el poder para ocultar conductas reprochables de sus familiares, porque permite pensar que que la política puede ir más allá de la sacralidad de la familia, y que se permite romper esos pactos de sangre entre los propios en contra de los intereses públicos.

JG:

Toca reconocerle al presidente actual que no lo encerró, sino que lo hizo público. Siempre es mejor llevar un debate a lo público que encerrarlo en una cuestión íntima o familiar, cosa que habían hecho los anteriores presidentes que no se habían dejado meter ese debate dentro de su familia, lo habían protegido como fuera. De hecho, la importancia de una tragedia en la antigüedad era hacerla pública porque tocaba debatir desde diferentes lugares en la escena.

Y eso ha llevado también, hay que reconocerlo, a cuestionarse el lugar del padre. Es decir, yo ya había leído cosas como que si el presidente era buen padre o mal padre, si lo abandonó o no lo abandonó, si lo crió o no lo crió. 

LSA:

¿Qué toca hacer para que este debate sea catártico en vez de solo morboso? Es decir, ¿cómo hacer que esta sea una tragedia que, más allá de cómo termine para sus personajes, al final haya servido para que la sociedad en general haya aprendido algo?

JG:

Yo creo que esta tragedia podría servir mucho para cuestionarnos qué es ser padre, qué es ser un político y qué es ser presidente. ¿Por qué muchos políticos cuando entran a la política se corrompen? ¿Por qué en una sociedad como la nuestra ser político es sinónimo de corrupción, de enriquecerse y una de las pocas vías de movilidad social?

Hay gente que piensa que una de las maneras, además de ser narcotraficante, es ser político para la movilidad social. Eso tiene unas cuestiones históricas y culturales. Además, nuestro sector privado tampoco es que se caracterice mucho por una cuestión ética muy fuerte. 

LSA:

Y si usted fuera el psicoanalista de la sociedad colombiana que está viviendo esta tragedia, ¿qué preguntas le diría que trate de responder?

JG:

Volvemos al punto de la constitución colectiva. Creo que lo que nos falta a nosotros en la cuestión política y pública es siempre una cuestión colectiva. Nosotros tendemos siempre a individualizar todo. Parece que el otro y la política fuera un fin para nuestros propios intereses. Es como si siempre estuviéramos pensando que cualquier cosa que hagamos, incluyendo la política, es para nuestro propio beneficio. Es una cuestión narcisista y muy cínica.

Entonces, yo creo que para eso tiene que servir este debate porque muy pocos políticos pueden sostener una cuestión ética de que los bienes públicos no son para enriquecerse. Ahí también entra el tema del amor. Yo creo que el amor es un reconocimiento de que hay un límite con el otro. El amor psicoanalítico, lacaniano, es reconocer que yo no puedo tomar todo lo del otro. Entonces, como no sabemos amar en general, porque lo hacemos de manera violenta o posesiva, tampoco sabemos hacer política.

Otra cosa importante en este punto es la relación con el narcotráfico. Nosotros en Colombia inventamos una manera particular de “traquetear”. ¿Qué significa traqueto? Porque no es un narcotraficante solamente, es un traqueto. ¿Qué es un traqueto? ¿Uno qué se imagina? Una persona de lujos y excesos. En la teoría psicoanalítica lacaniana esto es clave: el exceso se llama goce. Aquí significa comprarse la camioneta más estrambótica posible con una finca con piscina, la más grande posible, y estar con un montón de mujeres. A los traquetos, a los cabecillas de bandas narcotraficantes, muchas veces los agarran en una fiesta.

LSA:

¿Esa imágen es la que suscita un poco Nicolás Petro?

JG:

Sí. Yo creo que lo de Nicolás Petro no es solamente un asunto político, es un asunto cultural y político. ¿Por qué cae Nicolás Petro? Es importante decir, como dicen popularmente, porque dio boleta: compró un apartamento súper costoso, andaba en una camioneta y comenzó a andar en la farándula barranquillera. Eso, claro, es una cuestión porque el traqueto era otra élite por fuera de las élites tradicionales.

LSA:

¿En la tragedia son posibles los finales felices?

JG:

No, no es feliz. La tragedia sirve para señalar cosas como los dilemas humanos, los dilemas éticos, nuestras contradicciones, nuestras pasiones. Todo eso es lo que está mostrando también el escándalo del presidente.

Soy editor de la Silla Académica y cubro las movidas del poder alrededor del medioambiente en la Silla.

Desde el 2021 soy el editor general de La Silla Vacía. Estudié filosofía en la Universidad Nacional, luego hice una especialización en periodismo en Los Andes y una maestría en comunicación en la Universidad de Georgetown. He trabajado en TV, radio y prensa.