La Cámara de Representantes aprobó en segundo debate el proyecto de ley estatutaria que establece la educación como un derecho fundamental. Al proyecto le quedan dos debates en el Senado para ser ley.
Entre los principales puntos de la ley está garantizar la educación temprana, que en la práctica se traduce en la inclusión de tres grados que poco a poco van a ser obligatorios para la educación preescolar que debe garantizar el Estado. Los expertos reconocen que es un logro porque resalta la importancia de este segmento de la educación, pero señalan que el tema central es asegurar una buena calidad ajustada a las características de la primera infancia.
Para profundizar sobre esta discusión La Silla Académica entrevistó a Raquel Bernal, rectora de la Universidad de los Andes. Bernal es profesora titular de la Facultad de Economía de esta universidad y su investigación se ha centrado en economía de la educación y los determinantes del capital humano en la primera infancia. Ella es una de las autoras de “Calidad preescolar y desarrollo infantil” (2022) una investigación para el National Bureau of Economic Research de Estados Unidos centrada en cómo mejorar la educación inicial en Colombia.
La Silla Académica: ¿Qué tan extensa es la cobertura del sistema de educación y de atención a la primera infancia en Colombia?
Raquel Bernal: Depende mucho de qué se entiende por esta etapa, y eso varía según países. Algunos países nórdicos la extienden desde los 0 hasta los ocho años, pero en América Latina en general se entiende como el periodo que va de los cero a los cinco años. Aún en ese caso, son muy distintas las edades de cero a dos a las de tres a cinco.
En el caso de los 0 a los 2 años la educación va orientada especialmente a los padres, pues en estas edades muchas familias aún no quieren enviar a sus hijos a ningún lado, y entonces se desaprovecha pedagógicamente ese momento. En el segmento de los 3 a 5 años el énfasis educativo está en los jardines infantiles o centros de desarrollo infantil.
La cobertura educativa de la primera infancia (0 a 5 años) en América Latina es del 50 por ciento y la de Colombia ronda el 35 por ciento, por lo que es menor que el promedio de la región. Pero ese dato cambia según qué momento se mira. Por ejemplo, si se piensa en el segmento de los 0 a los 2 años ahí la cobertura regional baja al 18 por ciento, por lo que ahí el problema es más en la demanda, que los padres no quieren enviar a sus hijos a centros de cuidado infantil. Por el contrario, entre los 3 a 5 años la cobertura regional para las edades de tres a cinco es de alrededor del 77 por ciento.
¿Cuál ha sido la trayectoria de la atención a la primera infancia en Colombia y qué tan distinta es en la región?
La euforia de la atención a la primera infancia es bastante reciente a nivel global. Pero a diferencia de otros países de la región, Colombia tiene una tradición de atención a esta etapa de la educación de por lo menos 40 años.
La creación del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, Icbf (1968), es algo bastante increíble para un país del sur, no sólo porque esto comenzó a ocurrir en la región mucho después, sino porque en muchos países del mundo este tipo de instituciones tiene una dependencia del Ministerio de Educación. Que el Icbf esté separado al ministerio en el caso colombiano es innovador y tiene el efecto que le da preponderancia a políticas diseñadas específicamente para la primera infancia.
El Icbf fue bastante visionario en su portafolio de programas porque desde muy temprano tenía programas dirigidos a los padres en los Hogares Comunitarios Fami, que son viviendas donde madres comunitarias, previamente capacitadas, se pueden dedicar al cuidado y atención de niños y niñas de hasta tres años, y se dedican a la formación de los padres de familia y las mujeres embarazadas. Este tipo de políticas sólo fue implementado en latinoamérica más tarde.
Los Hogares Comunitarios fueron los centros en los que se atienden los niños de tres, cuatro y cinco años. Estos eran hogares de señoras que ponían su casa para cuidar a 10 niños y el Icbf financiaba eso. Parece muy precario, pero en su época fue una forma muy efectiva para permitir la participación laboral de las mujeres. Es decir, no estaban pensados tanto para el desarrollo temprano, sino que eran guarderías, literalmente lugares para guardar a los niños.
Entre 2011 y 2018 se lanzó una política de atención integral a la primera infancia que se llamó De Cero a Siempre. Esta partía de la premisa de que la cobertura era razonable, pero que ahora había que mejorar la calidad. De Cero a Siempre ya no tenía sólo el objetivo de que las mujeres pudieran salir a trabajar, sino que los niños se desarrollaran bien. En esta época hubo mucho tránsito de Hogares Comunitarios a Centros de Desarrollo Infantil, que eran infraestructuras más adecuadas para las actividades de los chiquitos. Pero en evaluaciones que hicimos sobre ese programa, mostramos que el paso de hogares comunitarios a centros de desarrollo infantil es negativa. No se observan mejoras de los niños con excepción de la nutrición. Esto es una mala noticia, porque los centros de desarrollo costaban al menos tres veces mas por niño que el costo en hogar comunitario.
Lo que pasa es que el profesor es lo más importante, no el establecimiento. Y ahí todavía había limitantes. Por ejemplo, atender a 1.2 millones de niños vulnerables mayores de 3 en centros de atención infantil habría requerido cerca de 74 mil profesionales en licenciaturas de educación inicial y primera infancia, y para 2013 sólo se graduaban 7,500 licenciados o profesionales en áreas afines a la educación cada año.
Sin embargo, desde ese entonces quedó más clara la necesidad de programas que se enfoquen más en la calidad de la educación y en el desarrollo integral de los niños. En suma, la trayectoria en Colombia ha sido de una mayor conciencia de la calidad de la educación, pero las estrategias no necesariamente han funcionado como se esperaba. También faltan más aumentos en la cobertura.
¿Cómo llegó a investigar el tema de los programas estatales para atender la primera infancia? ¿Cuáles son las conexiones de esto con su vida personal?
En su momento no era un interés exactamente personal. Mi tesis doctoral buscaba entender el impacto del empleo materno sobre el desarrollo temprano de los niños, pero yo no estaba casada ni tenía hijos en ese entonces. Entonces en ese sentido no era un tema personal. Por otra parte, sí adquirió una conexión con mi vida porque yo estaba haciendo el doctorado en Estados Unidos, sabía que quería hacer una carrera académica y, por tanto, no estaría tan presente como estuvo mi madre durante mi niñez y juventud. Entonces me asaltaba la duda de si las madres que trabajaban tenían un impacto negativo sobre los hijos. Ahí tenía un contraste: mi mamá siempre estuvo conmigo y nunca trabajó.
De ahí partió el interés de entender cuáles son las inversiones en la primera infancia que más importan y por qué la primera infancia es una educación tan diferente al resto del ciclo educativo. Aunque era una pregunta puramente académica, siempre estará ligada a la vida personal de las mujeres que nos preguntamos qué impacto tiene que seamos mamás trabajadoras de tiempo completo sobre nuestros hijos. Hasta el sol de hoy me sigo haciendo esa pregunta.
En sus investigaciones usted insiste en que es muy importante invertir en la formación en la primera infancia. ¿Qué datos soportan esta idea?
La primera infancia es cuando más crece el cerebro, cuando más crece el niño en estatura, cuando el sistema inmunológico se desarrolla más y cuando se dan más conexiones neuronales. A la edad de dos, la red sináptica es tan rica en conexiones como la de un adulto. A los tres años es el doble de densa que la de un adulto y permanece así hasta los 9 o 10 años.
Entonces, en ese periodo están pasando muchas cosas y la política pública tiene que garantizar que el niño esté bien nutrido y que esté bien de salud para que pueda desarrollar competencias cognitivas y socioemocionales. Por eso se le llama una educación integral y es más compleja, porque, por ejemplo, si el niño o la niña está desnutrido no va a ser ninguna de las otras cosas.
Los beneficios de las inversiones en la atención de la niñez son múltiples y su alcance varía. Por ejemplo, existen beneficios nutricionales que se manifiestan en el corto plazo, mientras que otros, como el desarrollo de capacidades cognitivas y no cognitivas no se evidencian de manera tan rápida pero tienen grandes alcances sobre el desempeño de futuro de las personas.
Además de estos retornos privados sobre el potencial de ingresos, se han reportado también efectos importantes sobre las familias de los niños participantes y la sociedad a través de la disminución de tasas de criminalidad, la mejoría en el ambiente familiar y los hábitos de crianza de los padres.
La literatura ha reportado mayores tasas de retorno de intervenciones en capital humano en la primera infancia que intervenciones en etapas posteriores del ciclo de vida durante la adolescencia, juventud o adultez. Esto se debe a que la capacidad de los seres humanos para aprender durante ese periodo es mucho mayor y su conjunto de habilidades básicas es mucho más maleable que en los años posteriores.
Ahora está en un rol muy distinto y es en la gerencia de la educación superior. ¿Cómo se relacionan estas dos etapas de la educación: la primera infancia y la superior?
El vínculo está a lo largo de todo el contínuum educativo porque el aprendizaje del ser humano es de construcción por etapas. Entonces, si uno no sabe la competencia más básica, la siguiente va a ser muy difícil, es decir, es importante cuidar el principio, porque los demás niveles educativos dependen de los anteriores. Esto hace que el contínuum tenga que ser coherente.
Puntualmente, no hay conexión temática entre la educación inicial y la superior. Claro, es evidente que si hay una brecha desde los cinco años la educación superior va a ser más difícil. Pero creo que la conexión va por otra parte: las universidades somos la capa de la sociedad que está comprometida con la generación de conocimiento y la construcción de soluciones para las comunidades que atiende, entonces la investigación en pedagogía y la formación de profesores sí está en nuestras manos. Este es el vínculo que nos une y el que veo más claro de cómo podemos ayudar y cómo dentro de la legislación podemos aportar para dar elementos de cómo tiene que ser la buena formación de la educación en Colombia.
Tenemos muchísima investigación de qué es lo que sirve en primera infancia, primaria y media, pero no tenemos una forma de interactuar bien con los que enseñan en el sector público. Esta relación es importante para que la investigación permee el sistema. Desde la universidad nuestra responsabilidad es continuar con la investigación para formar a los profesores. Necesitamos programas, que no tienen que ser las maestrías o la educación formal, que nos permitan apalancarnos en la investigación para mejorar los programas y la formación de los formadores de los niños y las niñas más pequeños.
Precisamente una de las críticas al proyecto de ley del gobierno que busca volver la educación en un derecho fundamental es que, aunque aumenta la cobertura no atiende la calidad ni los mecanismos para mejorarla. ¿Qué piensa de esta crítica?
Lo primero que hay que reconocer es que es absolutamente loable que aparezca la educación primaria en el proyecto de ley, porque significa que la están priorizando. Lo que se puede debatir es cómo se va a implementar ese derecho.
Ahí, por ejemplo, de entrada me parece problemático que esa educación se dé en los colegios de primaria, en unas salitas adicionales y con los mismos profesores, porque justamente son cosas muy distintas que requieren cualificaciones diferentes. Que estén en un mismo espacio hace que sea difícil lograr una educación diferenciada. La educación inicial es un desarrollo holístico que se basa en la lúdica, en la música, en el arte. Son niños que están explorando, investigando, creando, no en un pupitre haciendo planas. Lo de las planas es un desperdicio del desarrollo temprano.
Para mí toda la calidad del contínuum educativo depende del profesor, es decir, toca formarlos bien, garantizarles el desarrollo profesional permanente y cuidar de su bienestar. Tiene que haber una supervisión y evaluación de su desempeño, pero ese es un punto que ha sido difícil aceptar por muchos profesores del sector formal.
¿Qué es la calidad en la educación en la primera infancia? ¿Cómo se mide?
La calidad depende del nivel que estés midiendo. Desde el Estado se hace todo por objetivos de aprendizaje, lo que me parece un buen concepto. En principio, lo que hay que lograr son los resultados –lo quieres es que los niños sepan fundamentos matemáticos, tengan preescritura, etc.– y la libertad de cátedra, que es un principio fundamental en Colombia, lo que dice es que el profesor puede hacer lo que quiera mientras logre estos objetivos.
Otra forma de medir la calidad es por insumos, es decir, los elementos que se necesitan para tener buena pedagogía. Algunas mediciones de insumo en educación alta muestran que la cualificación del profesor –cuántos años de experiencia tiene, hasta qué grado y qué título en pedagogía tiene– está correlacionada con el aprendizaje. Pero en la primera infancia esa correlación es muy débil.
En la primera infancia la calidad está en las interacciones en el aula, lo que hace que sea difícil de medir e implementar. Lo importante es cuántas veces el profesor conversa con los niños y les contrapregunta, cómo fomenta la participación cuando está haciendo una actividad como leerles un cuento, cómo fomenta la curiosidad. Cómo los hacen hablar y aprender vocabulario, etc. Esto forma competencias como la colaboración, trabajo en equipo, negociación, sociabilidad, entre otras.
En los países que definen un currículo específico esto funciona muy bien porque las clases no son magistrales, sino que los niños trabajan con un adulto que los ayuda a interactuar y socializar entre ellos.
En un artículo reciente usted, junto con otros investigadores, señala qué podría servir para mejorar la calidad de la educación en la primera infancia, según experiencias recogidas en cientos de colegios. ¿A qué conclusiones llegan?
Las investigaciones que yo he hecho muestran que tener una educación infantil de calidad en cualquier institución no es ni muy difícil ni muy costoso.
Lo que hemos encontrado es que es importante que se estructure un currículo prescriptivo que guíe claramente al educador sobre lo que se debe lograr y cómo lograrlo. Muchos de los educadores no son personal calificado y algunas de estas personas no tienen ni un grado de bachiller. Ellos agradecen estas herramientas y la formación en una metodología porque les facilita preparar clases y pueden ver cambios en los niños, lo que los motiva. Implementar eso, por supuesto, tiene el desafío de que cuestiona el sacrosanto principio de la libertad de cátedra.
Lo que muestran los experimentos de los papers es que la capacitación de estos educadores con base en un currículo bien definido es algo que se puede hacer en tres o cuatro semanas, es decir, tampoco es que cueste mucho esfuerzo.
Tampoco es una forma de aumentar la calidad que sea costosa. Consiste en hacer unos currículos basados en evidencia –que ya tenemos mucha– y capacitar a estas personas en poco tiempo. Lo que nosotros estamos diciendo es que esto se puede hacer con las personas que ya están, a las cuales hay que capacitarlas, pero no necesariamente hiperprofesionalizarlas, sino formarlas y ayudarlas a saber cómo organizar las sesiones de trabajo, juego y lúdica con los niños y niñas.
En el paper mencionado lo que hicimos fue comparar cómo mejoraba la educación de los niños en la primera infancia cuando el profesor estaba mejor formado versus cuando había un asistente de aula que el Icbf dio plata para contratar. La conclusión del paper es que la formación del profesor es más importante que el número de personas que asisten la educación en este grupo de edad.
Esto pasa porque vimos que cuando hay un asistente los profesores comienzan a delegar más trabajo en los asistentes. Estas personas no están formadas, entonces lo que pasa es que empiezan a hacer menos de lo que es valioso.
Las profesoras bajan la guardia y es importante no desaprovechar su formación. Tocaría que las asistentes fueran igualmente cualificadas o que tuvieran tareas más específicas para que puedan aprovechar el tiempo que están con los niños Sobre todo sabiendo que en los jardines el 40 por ciento del tiempo se gasta en cambios, en comida, en filas, etc. y es tiempo que se podría aprovechar.
En áreas rurales dispersas creo que es la misma lógica. Un experimento que ha funcionado es el de las aulas de múltiples edades en Nariño, en las que hay una sola profesora para niños de distintas edades y niveles.
¿Para ese objetivo serviría -como propone el proyecto de ley del gobierno- obligar a que tengan una maestría en pedagogía las personas que quieran ser profesores y no sean profesionales en alguna licenciatura?
Es clave que a uno lo formen en pedagogía porque ser profesor es más que conocer el contenido del tema que uno enseña. En las universidades pasa mucho eso: llegamos del doctorado, pero nunca nos enseñan a dar una clase. A mí me tomó 15 años sentir que era una profesora idónea.
Pero no creo que sea necesario tener un grado completo en pedagogía. Ahora las licenciaturas combinan ambos aspectos: la pedagogía y el contenido de enseñanza. El componente pedagógico hay que garantizarlo, pero se puede hacer de otras maneras. Una forma podría ser la educación no formal en capacitaciones que acrediten un conocimiento. Esto sería más efectivo que una maestría que es un requisito demasiado exigente y que no tendrá el impacto que el gobierno piensa que puede tener.
Una de las críticas que se le hace a la reforma educativa es que suena muy bien, pero no tiene un plan de inversión claro. ¿Dónde cree que hay que poner la plata para mejorar la calidad de la educación y su cobertura?
Creo que hay dos perspectivas: una es dónde poner la plata en el contínuum de la educación y otra qué es lo que hay priorizar cuando uno escoge una etapa. En la primera, la educación inicial es la mejor inversión que uno puede hacer. Un estudio muestra que por cada peso que el Estado invirtió en la educación de cero a cinco años, la sociedad y la persona reciben entre diez y catorce pesos. Ninguna otra inversión educativa en primaria, secundaria o educación superior tiene un retorno similar.
En esta etapa el cerebro del niño se está desarrollando muy rápido, entonces uno hace poquito y logra mucho. Devolver las brechas que emergen en la primera infancia es muy difícil. Hay estudios que muestran que los niños de cinco años de estratos altos hablan como debería hablar un niño de cinco años, pero los de estratos bajos hablan como si tuvieran tres y medio años de edad. Es decir, les falta año y medio de léxico. Esto tiene un gran impacto porque se ha mostrado que hay una correlación entre el vocabulario y el salario de una persona: si se hace una regresión del léxico de un niño a los cinco, seis o siete años, se explica el salario a los 30.
La segunda, que es dentro del sector educativo, la mejor inversión es la cualificación de los profesores. Lo que han encontrado los artículos que hemos hecho es que es la capacitación dirigida, y no la pedagogía general, es la más efectiva. Esto es enseñar cómo se maneja el aula, cómo se escribe un programa de curso, cómo se evalúa el aprendizaje de manera apropiada, cómo debe ser la interacción en el aula para maximizar el aprendizaje, etc.
Sería ideal que hubiera un currículo que permita la formación con las manos en la masa y no teórica o filosófica. La ventaja del currículo es que la formación es muy fácil, pero la libertad de cátedra no permite eso. En el artículo que leyeron describíamos cosas muy puntuales: cómo leerle a los niños para que se desarrollen cognitivamente, por ejemplo.
¿Cuáles considera usted que siguen siendo los pendientes sin abordar en el proyecto de reforma sobre la educación frente a la primera infancia?
Aquí mencionaría que no es claro qué es exactamente lo que cubre el derecho a la educación inicial. ¿Se trata de los 0 a 5 años o de los 3 a los 5 años? El proyecto de ley tampoco define un sistema de aseguramiento de la calidad, o una manera de establecer los objetivos de aprendizaje o formas de medir los resultados.
Como ya habíamos discutido, la financiación de las propuestas no es clara, y requeriría quizás un ajuste en el sistema general de participación. También creo que debería permitirse flexibilidad para la atención en diferentes tipos de modalidades que respondan a necesidades diferenciales según el período de desarrollo y los contextos socioculturales de las familias.
Eso sólo hablando sobre el segmento de la primera infancia, porque hay otros pendientes respecto a la formación para el trabajo, en un país con 3 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan, lo que nos hace uno de los países de América Latina con más jóvenes en esta situación: la fracción llega a ser del 24 por ciento de la población entre los 18 y los 24 años.