Hay una caricatura de Alfredo Greñas de 1892 sobre la censura y sobre el poder. Es una caricatura sobre la censura a la prensa liberal en la Regeneración, que el mismo Greñas había sufrido por los gobiernos de Núñez y de Caro, y que lo llevó primero a la cárcel en Cartagena, y luego al exilio en Costa Rica.
Greñas había publicado dos periódicos: El Zancudo, cerrado por el gobierno de la Regeneración en 1890, y luego El Barbero, cerrado en 1892. Luego de cinco números en los que caricaturizó al gobierno de Caro, las caricaturas de El Barbero fueron prohibidas.
Como protesta, Greñas publicó la imagen de una plancha de impresión vacía, sin ningún grabado. El título de la imagen es “Un penitente”, y tiene el siguiente comentario: “Plancha que se tenía preparada para el número del domingo pasado, número que no pudo publicarse”.
Con la imagen vacía de la plancha, Greñas hizo la que quizás es su caricatura más potente. Ya no se burlaba de Caro, mostrándolo como un apacible y feliz déspota, o de Núñez, como un líder caído. Se burlaba, esta vez, de todo el proyecto de la Regeneración. Mostrando una plancha limpia, mostraba lo opresivo del régimen con una imagen sencilla y concreta como un muro.
La imagen representa la imposibilidad de decir cosas en medio de una dictadura, pero también lo triste que es tener cosas por decir y no poder decirlas: la plancha limpia bien podría ser una imagen de cualquier cosa. Los lectores de El Barbero tendrían que imaginar lo que esa otra imagen podría mostrar.
Así, más que representar la censura, Greñas la presentaba absolutamente: como una tapia, como un silencio impuesto.
La semana pasada, el presidente de la república decidió arremeter contra los medios de comunicación. Dijo que María Jimena Duzán es una periodista “mossad” porque se atrevió a hacerle preguntas a su jefa de gabinete sobre corrupción. Esa misma persona, en una respuesta escueta y evasiva, se atrevió a darle lecciones de periodismo Duzán. El presidente también atacó a la Fundación para la Libertad de Prensa (para la cual, brevemente y con mucho orgullo, trabajé en 2016). Obedeciendo a su líder, miles de petristas se activaron para condenar a la FLIP con cargos absurdos, y para promover la “democratización de la prensa”. Esto es, claro, la expropiación de los medios de comunicación, y, con ello, la estatización del debate público.
En la fantasía petrista, el debate público se vería como RTVC bajo Holman Morris: un aparato de propaganda, unas bodegas opinando y criticando opositores, unos mediocres influenciadores diciendo bobadas en Twitter y en TikTok, y una cantidad de emisoras comunitarias hablándoles a sus comunidades sobre las supuestas virtudes del gobierno.
No habría periódicos, no habría Semana, no habría La Silla Vacía y no habría organizaciones de la sociedad civil defendiendo a periodistas. No habría periodistas destapando la corrupción del gobierno, ni opinadores señalando la mediocridad de sus funcionarios. Los petristas preferirían que no hubiera instituciones burguesas. Y nada tan burgués como un buen periódico.
Nada tan burgués, claro, como leer esta columna desayunando un sábado.
Pero los comentarios del presidente no fueron lo único que tensionó su relación con los medios. Días después, salieron unos videos que mostraban a alguien muy parecido a él caminando de la mano con una mujer por el centro de la ciudad de Panamá, y rodeado de escoltas.
Aquí me toca hacer una pausa.
No sabemos si el video muestra al presidente de la república.
No sabemos si el video muestra a una mujer trans.
No sabemos si el video lo filtró el gobierno.
No sabemos si el video es una provocación del gobierno a los medios.
No sabemos si el video es una trampa de la oposición al presidente.
Los medios de comunicación, con unas pocas excepciones, decidieron embargar la noticia, y dejar que fueran las redes sociales las que debatieran y decidieran de qué se trata el video. No lo cubrieron como una noticia que valiera la pena.
Algunos periodistas sacaron pecho sobre su decisión de no tratar el tema. Dijeron defender la separación entre lo público y lo privado: el hecho de que el presidente estuviera andando con una mujer por las calles de Panamá es un asunto de su vida privada; por lo tanto, el video no era noticia.
Es verdad que en Colombia hay un pacto, más o menos estricto, que hace que los periodistas no se metan en la vida privada de los políticos. Por eso, casi nunca se ha hablado de la vida sexual (heterosexual y poligámica, u homosexual) de algunos políticos.
El periodismo colombiano se niega a sacar del closet a los políticos. Esto, uno podría pensar, es bueno, pues habla de una opinión pública madura, que se centra, exclusivamente, en lo que es interesante para la vida pública.
Pero, al mismo tiempo que decidían no cubrir la vida privada de los políticos, los periodistas y sus editores dejaron de investigar asuntos que podrían ser importantes: casos de violencia intrafamiliar y sexual, de abuso de poder, de violencia económica, de adicciones, y otras cosas que, si bien ocurrían en el espacio privado, podrían afectar la vida pública del país. Cosas que, si se hubieran sabido durante la campaña, habrían podido cambiar el voto de mucha gente.
El panorama, claro, cambió con las redes sociales. Antes, si un político tenía fama de mujeriego o de borracho, eso se quedaba en un rumor que, aunque podía difundirse, sólo podía difundirse de voz a voz. Ahora, las redes sociales y el internet permiten que las personas compartan videos y fotografías. Las redes permiten que el rumor ya no sólo se difunda, sino que conflagre.
Por eso, los videos en Panamá, y el silencio que vino después por parte de los medios, son interesantes. Todavía no hay un medio de comunicación que explique qué fue lo que pasó: no ha habido un intento razonable por decirnos si el video muestra al presidente, si la mujer con la que está andando es una mujer trans o, lo que es verdaderamente importante, si se trata de un montaje o de una fabricación por parte del mismo gobierno o de la oposición.
El hecho de que los medios hayan respondido con un silencio sólo comparable con el del presidente de la república (que, con un mensaje en Twitter, no aclaró nada), sólo puede explicarse, creo, porque suponen que el video fue una fabricación del gobierno y una provocación a los medios. Suponen que, con el video, el presidente estaría tratando de provocarlos para después salir a victimizarse, a mostrarse perseguido por los “medios hegemónicos,” que, según él, hacen parte de una conspiración contra su gobierno.
Desde hace meses se viene especulando que la “agenda privada” del presidente se explica por su adicción al alcohol, a las drogas o por su vida sexual. El hecho de que haya tanto silencio alrededor de lo que hace cuando no aparece, cuando se pierde, hace que sea interesante, desde un punto de vista eminentemente periodístico (aunque puede que no moral, pero eso es otro cuento), lo que el presidente hace cuando no lo estamos viendo. Verlo caminar de la mano de una mujer trans (suponiendo, claro, que el video lo muestra a él y que muestra a una mujer trans, cosa que no puedo afirmar porque ningún medio ha aclarado esto), es interesante para la vida pública colombiana.
El hecho de que el presidente esté saliendo con una mujer trans, cuando en el mundo occidental se discuten la validez de los reclamos de esa población y sus derechos, sería interesante.
Pero incluso si uno no cree que las preferencias sexuales del presidente son o deban ser importantes, verlo caminar de la mano de una mujer que no es su esposa, en un gobierno en que su esposa parece tener tanto poder, es un hecho interesante.
También sería interesante que el presidente mismo estuviera detrás del video.
También sería interesante que alguien de su gobierno haya filtrado el video.
También sería interesante que el video haya sido hecho por alguien de la oposición, con actores o con inteligencia artificial.
Nos podemos echar el cuento de que el video no es importante, y de que hicieron bien los medios al no cubrirlo y al no dejarse provocar (si esto fue lo que pasó) por el presidente.
Pero un video semejante sería noticia en cualquier democracia del mundo, y sacudiría la vida pública. Pero en Colombia, por razones que aún no conocemos, ni el gobierno ni los medios lo trataron como tal.
El hecho de que no sepamos la historia detrás del video, y de que no podamos acceder a medios de comunicación que nos den luces sobre cómo verlo (si como verdad o como montaje, si como fabricación o filtración) no es un triunfo moral del espíritu civil y republicano de nuestra prensa. Es, más bien, un fracaso de su función de informar y de permitir que los ciudadanos accedamos a instituciones que, con método y rigor, establezcan lo que es verdad y lo que es mentira, para que luego la gente pueda tener discusiones sobre moralidad y política.
El silencio impuesto o autoimpuesto de los medios sobre el video implica un abandono sorprendente de su función de verificar la información. Dejarles ese espacio a las redes sociales, con sus elementos más nocivos, más inventivos y mentirosos, más radicales, es abandonar un terreno importante del debate público.
Bien puede ser que los editores sean unos liberales a quienes el contenido del video no les interesa. Pero, al decidir no publicar y no indagar, dejan que los ciudadanos se hagan a sus propias verdades, sin la infraestructura de confrontación y confirmación que los medios deben proporcionar.
Ya pasó el tiempo en que los editores podían decidir qué entraba y qué no entraba en la discusión. Simplemente, lo que no imprimían no se discutía masivamente.
Ahora, lo que los medios no imprimen se discute sin moderación y sin verificación.
Más que un acto de honestidad liberal, veo un acto de temor. Por ahora, son los mismos medios los que han decidido dejar la plancha sin imprimir.