Dos días después, el Presidente finalmente habló. O mejor, escribió. No iba a aclarar nada porque cuando decide responder a las especulaciones, nos entrega siempre una celebración de sus virtudes combinada con anotaciones espontáneas –acaso paráfrasis de observaciones previas– sobre su extensa doctrina. La mayéutica de Gustavo Petro consiste en eso: no despejar dudas sino dejar nuevos interrogantes. Un método loable en el salón de clase, pero artificioso en el ejercicio del poder.
“Siempre he considerado que la intimidad es la ‘última ratio’ de la libertad, la última trinchera del ser libre, y conservaré este principio hasta que escriba de mí mismo o muera”, comentó el Presidente en Twitter haciendo alusión al video donde él –o alguien muy parecido a él– camina por el Casco Antiguo de Panamá tomado de la mano de una mujer desconocida. Por supuesto, ahí no paró: condenó la transfobia y la esclavitud, reivindicó su heterosexualidad, invitó a la emancipación física y mental, y aterrizó en los nazis.
Petro no escogió alguna pregunta directa o el material en cuestión para referirse al alboroto que copaba las redes sociales. Eso habría sido demasiado directo y poco dramático para su gusto. Optó, más bien, por responder un comentario lo suficientemente ofensivo y de doble sentido que le permitiera exhibir su probidad, cambiar la conversación y esconderse a plena luz del día.
Hasta entonces, los medios de comunicación colombianos y gran parte de la oposición se habían aproximado al escándalo en ciernes con cautela. El lunes festivo en la noche, apenas unas horas después de que el video se convirtiera en tendencia, Noticias Uno lo registró sin tener confirmación. Poco después, Infobae se enfocó en los ataques políticos por cuenta de la pieza, que calificó como “falsa”. Y el martes se sumó El Colombiano con la pregunta de si era o no era a manera de noticia y afirmó: “Todo indica que sí es el Presidente de Colombia. Desde la Casa de Nariño no responden”.
A esos registros iniciales se sumaron algunas reacciones del círculo petrista, como la de la superintendente de Industria y Comercio Cielo Rusinque, quien también tomó posesión del cargo paralelo de auditora de la prensa nacional: “Cada día caen más bajo, pero si caen tan bajo es porque de ilegal no tienen nada que endilgarle.” Más allá de eso, la escasa atención de la prensa y el silencio de las estrellas del micrófono resultó llamativo. Aunque las palabras de Petro dieron paso a uno que otro registro noticioso y algún comentario adicional –”el Presidente cometió un error porque valida el chisme con ese tuit”, dijo Néstor Morales–, en general el episodio se quedó en el grado de tormenta tropical de Twitter y TikTok.
Una parte del periodismo nacional quiso mostrarse ético: la vida íntima del Presidente es una línea roja que no vamos a cruzar. O sea, podemos ser mentirosos, sesgados y agrandados, pero jamás aves carroñeras de alcoba. Otros medios y periodistas –algunos parapetados en esa careta de virtuosidad– simplemente estaban escépticos. “No se descarta que se trate de una manera de distraer y ridiculizar a la prensa”, escribió Luis Carlos Vélez.
La suspicacia es apenas obvia. El desenfado con el que una persona idéntica a Gustavo Petro se pasea románticamente por las calles de Ciudad de Panamá adornado por su esquema de seguridad, y la facilidad con la que queda grabado desde varios ángulos, invita a la incredulidad. ¿Es una puesta en escena? ¿Es la estrategia controlada para anticipar una crisis o disipar otra? ¿O así de alucinado está nuestro Presidente que decidió notificar al país sus lances poliamorosos de forma casual?
La tensión entre información e intimidad siempre será un dilema importante para el periodismo. Y, en este caso, todas las variables son concluyentes: el sujeto en cuestión es el Presidente; el momento es un viaje diplomático a un país vecino, y el lugar no es una habitación de hotel sino el centro histórico de una ciudad. Además, el contexto es clave: reiteradamente –en Colombia, en París o en el Amazonas– Gustavo Petro desaparece del ojo público sin explicación alguna. El síndrome de agenda privada es de interés público.
Mientras termino de escribir este texto, La Silla Vacía intenta confirmar de una vez por todas si la persona del video es el Presidente. Parece un pato, hace como pato y camina –literalmente– como pato. ¿Es un pato? Las fuentes locales no están dispuestas a hablar. Está descartado que sea un contenido de Inteligencia Artificial y parece imposible que se trate de un actor o de un hombre duplicado con la misma pinta que tenía Petro el domingo por la tarde. En Panamá la prensa de la farándula lo da por hecho y un restaurante de mariscos en Valledupar lo volvió parodia de promoción comercial.
Que en últimas sea cierto no va a tener mayor impacto entre seguidores y detractores del Presidente. Cada cual ya sacó su conclusión. Sin embargo, decirlo con veracidad y contundencia –sin arandelas moralistas ni ataques– servirá para arrebatarle la especulación a la licuadora digital. Y, sobre todo, ayudará a combatir, así sea en una dosis efímera, la ambigüedad y secrecía constante de Petro y su Casa de Nariño.