Este es un espacio de debate que no compromete la opinión de La Silla Vacía ni de sus aliados.
En su ensayo “Una habitación propia”, Virginia Woolf habla sobre el imperativo de las mujeres de ocupar espacios, espacios para ellas, de acceder a lugares donde puedan ser y gobernarse.
Al hablar de esto, la autora muestra un asunto que es fundamental en nuestros días, tanto para el feminismo como para otros movimientos sociales: el reconocimiento.
Al respecto, Nancy Fraser, una de las grandes filósofas de la actualidad, expone que las demandas sociales de nuestra era son orientadas cada vez menos hacia la redistribución de los medios materiales de vida, y más hacia al reconocimiento de las diferencias (raciales, de género, de clase, entre otras) como parámetro de distribución.
En ese sentido, Fraser muestra que los diversos grupos sociales le exigen hoy al Estado una necesaria inclusión en las políticas públicas de las cuestiones y problemáticas padecidas por ellos, asuntos que han sido sistemáticamente excluidos de la agenda pública.
Dichos movimientos o grupos sociales se han valido de diversas estrategias para lograr lo que se denomina “tener incidencia”, que no es otra cosa que lograr conquistar el Estado, el derecho y sus políticas para que atiendan y respondan a sus necesidades e intereses.
Desde el Observatorio para la Equidad de las Mujeres (OEM), hemos reflexionado sobre las posibilidades y apuestas de movimientos sociales, en particular feministas y de mujeres, para lograr la incidencia.
La experiencia sobre la incidencia política y pública nos muestra que es importante incorporar una serie de estrategias diversas que permitan el logro, en conjunto, de los fines propuestos por los movimientos sociales.
Dicha conjugación de estrategias generalmente le apuestan a una transformación en dos sentidos: Primero, en la forma en la que el Estado concibe a sus asociadas y asociados (les ciudadanes). Y segundo, en las percepciones sobre el Estado y la participación que las y los ciudadanos tienen.
Una de las maneras de lograr la incidencia en el Estado es participando de manera endógena, desde adentro, en él.
Bajo esta estrategia, quienes defienden y lideran procesos sociales y políticos se incorporan al Estado a través de cargos de elección popular, en los que procuran llevar a cabo las agendas de transformación social asociada a sus luchas.
Ahora bien, la conquista política de espacios por parte de las mujeres ha sido, y sigue siendo, una odisea. Llegar a espacios de poder, públicos o de elección popular se convierte en una tarea titánica para ellas, quienes, en la arena política, sufren de una violencia particular: la denominada violencia política, una violencia que también está basada en el género.
Este asunto imposibilita los sueños y aspiraciones de muchas mujeres que desean transformar el Estado y la política.
Pero lo cierto es que, aun con todo eso, muchas mujeres siguen aspirando a dichos espacios para generar reconocimiento, para apostarle a nuevas formas de entender el Estado, de generar justicia.
Y en tiempos donde no se habla sino de elecciones, quisiera recordar las sabias palabras de Maria Emma Wills sobre la representación e inclusión de las mujeres en el terreno político: “pensar que basta con la mera participación, con la sola presencia de mujeres en espacios de poder para gestar una agenda feminista e inclusiva es un error. Sin embargo, un error aún más grande es no apostarle siquiera a que los cuerpos sexualizados como femeninos ocupen dichas dignidades”.
Por ello, señalo que la apuesta por transformar la política y el Estado a través de la participación en contiendas electorales debe existir, pero no sin mujeres. Sin ellas nada.
Sin embargo, hoy, días después del cierre oficial de las inscripciones de las contiendas territoriales, quedan muchas preguntas sobre la representación de las mujeres en las elecciones venideras.
Preguntas sobre la cantidad de mujeres aspirantes, preguntas sobre los retos para su participación, interrogantes sobre las formalidades y trabas procedimentales que sufren para acceder a avales y sobre los cuestionamientos del poder transformador de sus apuestas cuando forman parte de partidos tradicionales.
En fin, quedan muchas preguntas por responder, muchos análisis por hacer, pero lo único cierto es que existen preguntas. Y mientras nos estemos preguntando por ello, por la forma en la que participan, por la participación, hay ahí una mirada.
Estamos, como sociedad, volteando a ver y reconocemos que están ahí. Y no solo están, deben estar.
Hoy estamos en la recta final de las elecciones territoriales y las mujeres son protagonistas de lo que sucede en el país, se han hecho una habitación propia, están accediendo a espacios, rompiendo con los viejos acuerdos patriarcales sobre las posiciones de poder. Una apuesta de incidencia, no solo valiosa y valiente, sino necesaria para Colombia.