“Mi uniforme no es muy corto, tu educación sí” dice uno de los carteles que cargan unas quince mujeres que protestan ante la Secretaría de Educación de Soledad, Atlántico. Unos días después, el 16 de febrero, se confirmó la segunda suspensión de un profesor denunciado por abuso sexual a una estudiante en ese municipio mientras avanza la investigación en su contra. Es la primera vez que, tras la primera medida, una Secretaría responde a la presión de las movilizaciones y deja por fuera de su cargo dos veces a un docente de colegio en espera de un fallo.
La mayoría de las que protestan son menores de edad, están en once o se graduaron de la institución educativa Politécnico de Soledad el año pasado. Ese 13 de febrero, mientras levantan sus carteles, cantan Canción sin miedo, un himno feminista que se popularizó en México en 2020 tras el aumento de casos de feminicidio.
Cuando se acaban las arengas y todos los carteles están pegados en la entrada de la Secretaría, las estudiantes evalúan sus pasos a seguir: “Vamos a apoyar a la Secretaría que acaba de anunciar la suspensión de tres meses de un profesor por abuso sexual. Ayudemoslos con las investigaciones”, dice una de las que protestan.
Una de ellas tiene 16 años y el pelo crespo en un afro. Le diremos Sara para proteger su identidad por ser menor de edad. Aparece en varios de los videos de esa protesta que después se publicaron en cuentas de Instagram y Facebook creadas para promover esas denuncias en los colegios y que ya tienen más de 1.500 seguidores.
La que acaban de hacer es la segunda protesta de estudiantes y egresadas del Politécnico en el mismo mes, luego de que una cuenta anónima de Facebook publicara información sobre una denuncia contra un profesor de ese colegio por abuso sexual contra una estudiante. Las menciones del caso llevaban circulando meses, entre chisme y chisme, en los pasillos del colegio, pero esa publicación fue la confirmación de que la relación entre el profesor y la estudiante no fue consentida.
Sara fue quien convocó a las movilizaciones desde sus cuentas personales de redes sociales, como lo hicieron varias de las que estuvieron ese día. Ella estuvo en la planeación, redactó los comunicados que se publicaron después de manera anónima y mantuvo la conversación con las autoridades. Para ella, protestar fue una forma de reivindicarse tras casi un año de emprender la denuncia penal que tenía contra las cuerdas al profesor y que había tenido efectos graves en su salud mental y su imagen dentro del colegio.
Gracias a las movilizaciones se conocieron dos casos más de acoso sexual por parte del mismo profesor, quien daba clase de dibujo lineal y sociales a estudiantes desde séptimo hasta once del Politécnico. Hoy, según una psicóloga de ese colegio que recibe y acompaña ese tipo de casos, y que pidió no ser citada para hablar con libertad, el colegio ha tenido que atender varios casos de estudiantes que reportaron algún tipo de violencia sexual por parte del mismo docente, padres de familia o conocidos fuera del entorno escolar. Y que también ha hecho que cerca de 200 estudiantes se salgan del colegio en lo que va del proceso.
Lo que detonó la denuncia
Sara tenía quince años y cursaba once en el Politécnico de Soledad el año pasado. Una de las psicólogas de su colegio recuerda que ella tenía todo que ver con los profesores y las estudiantes: se quedaba hasta tarde en actividades extracurriculares, se salía de las clases para ayudarles a los profesores a planear actividades y la reconocían todas las niñas desde preescolar hasta once.
Pero a meses de salir a las vacaciones de mitad de año,desde mayo, no volvió a ser la misma.
Según su psicóloga del colegio, empezó a quedarse dormida en todas las clases. Luego dejó de asistir a ellas. Pero todos los días se quedaba hasta tarde en el colegio con la excusa de participar en alguna actividad extracurricular en la que realmente no participaba por falta de interés. “En realidad me quedaba para ver qué pasaba con las demás niñas”, dice.
Tres meses antes, en febrero, Soledad y Barranquilla estaban en función del Carnaval, una fiesta en la que los colegios también preparan desfiles, eventos cívicos y disfraces. Sara estuvo en toda la preparación de su colegio y por las tardes se regresaba a casa con una amiga en el carro del profesor de dibujo lineal que iba en la misma dirección.
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El profesor, de 40 años, era cordial con todas las estudiantes y en varias ocasiones se ofreció a llevar a Sara y sus amigas a sus casa. “Nos hizo cuatro chances, pero siempre estábamos mi amiga y yo”, cuenta ella.
A veces se encontraban en el colegio y se saludaban. Él le daba clases. Y una vez, según Sara, hablaron por whatsapp. En esa conversación, en mayo, el profesor le dijo a Sara que le gustaba alguien, pero no le dijo quién. Y una semana después le pidió que se vieran porque tenía que decirle algo muy importante. Ahí se desvió de su ruta y la llevó a un motel sin que ella supiera.
Sara recuerda que cuando llegaron al sitio, ella primero no entendió de qué se trataba porque nunca había estado en un motel antes. Quedaba detrás de una estación de gasolina y no tuvieron contacto con nadie hasta entrar directamente a un parqueadero que queda dentro de la habitación.
El profesor intentó besarla aún dentro del carro y ella opuso resistencia. Le dijo que ella era la que le gustaba. “Luego me quedé quieta y no sabía cómo reaccionar”, cuenta. De ahí en adelante lo que pasó es difuso y a Sara le cuesta recordar los detalles. Sí sabe que le dijo que no quería tener sexo con él, pero que luego se sintió en una situación sin salida y optó por evitar la confrontación para que ese momento acabara lo más rápido posible. “Después me llevó a mi casa, yo me bañé y no le conté a nadie, pero me afectó mucho”, dice Sara.
Tras lo que pasó en el motel ella no volvió a hablar con el profesor. Dejó de asistir a sus clases, y aún así no perdía las calificaciones. Lo eliminó de su celular y empezó a tener unos episodios de ansiedad que más tarde reconoció su psicóloga del colegio y que terminaron en un intento de suicidio y dos internamientos en hospitales psiquiátricos en agosto y en septiembre del año pasado. También en una denuncia pública que movilizó el #MeToo en Soledad y que tiene contra las cuerdas al colegio, al profesor y al resto de docentes que han entendido que es una protesta imparable dentro del colegio.
De víctima a ícono
“El jueves 11 de agosto escuché a algunas amigas contando que el profesor de dibujo lineal las llevaba a su casa. Y ahí supe que no me podía quedar callada”, dice Sara.
La posibilidad de que otras estudiantes pasaran por lo mismo que ella pasó fue el detonante de su denuncia, y más tarde de su movilización pública. Esto, a pesar de que durante el año pasado el caso de su relación con el profesor fue un secreto a voces con el que se ganó el señalamiento de varias compañeras y algunos profesores por supuestamente haberla consentido.
Empezó contándole a una amiga lo que le había pasado. Ella le insistió en denunciar ante una de las cinco psicólogas del colegio que atienden a 3.200 niñas que estudian en el Politécnico de Soledad. Y tras varias sesiones en las que se reunieron sin éxito porque Sara no era capaz de hablar, les contó lo que había pasado. “Se rasgaba las piernas y me decía que el profesor le había tocado las piernas”, cuenta la psicóloga.
En adelante tuvo que acompañarla en una ruta de atención ante la Fiscalía, el Instituto de Bienestar Familiar y su propia familia, que aún continúa. Un proceso que puede ser más corto si se tratara de mujeres mayores de edad, porque en su caso necesitó del consentimiento de sus padres, su acompañamiento constante y diagnósticos de parte de médicos, psicólogos y trabajadores sociales.
Tras esa denuncia, en agosto de 2022, la Secretaría de Educación suspendió al profesor por tres meses mientras la justicia emitía un fallo que aún no ha salido. Mientras tanto, Sara visitó hospitales psiquiátricos, se graduó y empezó una movilización que hizo que el #MeToo penetrara en todas las esferas de su colegio, aumentara el número de denuncias y disminuyera la tolerancia hacia ese tipo de casos.
“Realizar las protestas ha sido mi forma de entender que puedo proteger a otras niñas que siguen en el colegio. No quiero que le pase a nadie más, aún cuando hace unos meses me era imposible contar lo que había pasado”, dice Sara.
El proceso de denuncia que hizo parte de una ruta que desde el año pasado está tratando de fortalecer el Ministerio de Educación Nacional (MEN) de la mano de las autoridades locales a raíz de las movilizaciones de estudiantes en Medellín, Ibagué y Bogotá. Aunque en esas ciudades no han tenido tanto éxito las medidas legales.
Los casos de abuso y acoso sexual denunciados desde los colegios se multiplicaron con creces en la pospandemia. Solo el año pasado el MEN reportó 784 casos de menores de edad acosados y abusados, mientras en 2021 fueron 70.
“Tenemos la percepción de que las denuncias han aumentado gracias a las movilizaciones y a que los estudiantes son más conscientes de sus derechos”, explica Olga Zárate, directora del área encargada de acompañar la creación de protocolos de atención de violencias sexuales en el MEN.
Son movilizaciones que tomaron una fuerza enorme tras los casos mediáticos de actrices que denunciaron al productor Harvey Weinstein en Estados Unidos. Sara no conoce ese referente pero sí el de las universidades en Colombia donde muchas mujeres han denunciado públicamente con plantones y publicaciones anónimas en redes sociales a sus agresores.
“Al principio no quería hacerlo porque pensaba que había un conflicto de interés pero luego pensé que eso me vale madres”, dice.
Un caso que muestra que el #MeToo ha penetrado todas las esferas de la sociedad colombiana y en cada una ha tomado una fuerza distinta. “El escrache en los colegios deja en evidencia que a veces no hay nada distinto por hacer. Y nos alerta a todos para que hagamos algo”, cierra Andrés Vélez, un abogado experto en casos de acoso y abuso sexual en menores que trabaja con RedPapaz haciendo pedagogía de este tema en los colegios.