Hace 10 años, Jhenifer Mojica trató de convencer a un presidente de hacer la reforma agraria. Era 2013, en el gobierno de Juan Manuel Santos. Mojica era subgerente de tierras del Incoder, encargada de recuperar los predios baldíos del Estado y había emprendido varias demandas contra empresas a las que señalaba de acumular tierras ilegalmente.
Pero el presidente Santos no estaba contento. “¿Quién ha ordenado que se haga eso?”, preguntó.
Mojica argumentó. Citó leyes, títulos de propiedad, sentencias judiciales: la reconstrucción del pasado de la tierra al que se había dedicado esos años para probar la acumulación de los terratenientes, con el apoyo de la directora del Incoder, Miriam Villegas. Bajo su gestión, la entidad había definido a favor de campesinos disputas históricas, como las de las haciendas Las Pavas y Bellacruz, en contra de poderosos como Germán Efromovich y Ernesto Macías.
Pero en esa reunión estaban ante un no presidencial.
Villegas recuerda que Santos les dejó claro que no iba apoyar las demandas. “A la salida Jhenifer se me acercó y me dijo: ‘Hasta aquí llegué’. Y unos días después renunció”.
Pasó una década hasta que Mojica volvió a hablar de tierras con un presidente. El 26 de abril de este año Gustavo Petro la nombró ministra de Agricultura. Mojica llegó en un momento en el que el presidente rompió la coalición con los partidos, sacó a los ministros más alejados ideológicamente, y los reemplazó con un gabinete alineado con sus reformas.
Y el detonante de esa ruptura fue justamente la reforma agraria. El día anterior al cambio del gabinete, Petro interpeló en público a la anterior ministra de Agricultura, Cecilia López, por las diferencias internas que tenían sobre cómo hacer la reforma. La principal era la urgencia de Petro por encontrar un mecanismo de compra de tierras rápido para cumplir la promesa de repartir 3 millones de hectáreas a campesinos.
La noche en que designó a los nuevos ministros, Petro los reunió en la Casa de Nariño y les dio la línea que quería que siguieran. Mojica dice que ese fue el verdadero empalme.
“Había una teoría de que el presidente no era claro. Y él es demasiado claro. Lo que pasa es que la gente le mama gallo. Nos reunió a todos, nos dijo las razones por las cuales se habían ido nuestros antecesores. Con todo lo que él contó, yo pensaba: antes tuvo paciencia”, recuerda Mojica.
Esa noche, a diferencia de diez años antes con Santos, Mojica recibió del presidente una orden que está dispuesta a cumplir: hacer una reforma agraria para darles tierra a los campesinos. Y supo desde ese día que tenía el tiempo en contra, que se había acabado la época de la paciencia.
La ministra con prisa
Mojica llega antes que la mayoría al primer almuerzo con su equipo, el 13 de junio, y exclama con una carcajada: “¡Ja, les gané!”. Ocupa un lugar en la mesa larga del restaurante del Club de Banqueros y espera a los que van llegando. Luego mira al mesero: “¿Qué es lo más rápido que tiene?”.
Esa mañana posesionó a sus dos viceministras, Martha Carvajalino y Aura Duarte y a varias de sus funcionarias más importantes. Todas mujeres. A cada una le puso una pañoleta morada en el cuello con el mensaje ‘Arrieras por el cambio’. Con algunas, al momento de investirlas, reforzó la consigna: “Para que no se te olvide para quién trabajas”.
En la mesa del Club de Banqueros hay sobre todo egresados de derecho de la Universidad Nacional, entre ellos Mojica. “Esto parece una asamblea del movimiento estudiantil de hace 15 años”, comenta uno de los asistentes en un momento. Todos ríen. La risa de la ministra se eleva por encima de las del resto.
“Fue un gol. Un gol del presidente. Un gol a toda esa clase política que ha mandado”, dice la ministra.
“Y justo el ministerio de Agricultura”, dice uno de los funcionarios.
Su nombramiento, en efecto, rompió una tradición en el ministerio, vinculado siempre en algún grado con partidos políticos, en especial el Conservador. Mojica, en cambio, viene de una corriente de abogados enfocados en temas de tierra y causas campesinas que han estado tanto en el Estado como en organizaciones sociales.
Comenzó como encargada del primer piloto de restitución de tierras, en Urabá, en 2009; pasó por el Ministerio de Agricultura y el Incoder en el gobierno de Santos; y se ha vuelto un referente de restitución de tierras desde organizaciones como la Comisión Colombiana de Juristas.
Su experiencia la llevó a asesorar al equipo de campaña de Petro, coordinado por Daniel Rojas, hoy presidente de la Sociedad de Activos Especiales (SAE). Y tras la victoria, Rojas se volvió un embajador suyo en el gobierno y frente al presidente. “Yo siempre sugerí que Jhenifer debía ser la ministra”, dice Rojas.
Mojica llegó al cargo en un momento en el que, cerca de su primer año, Petro está urgido por resultados en varios frentes en los que ha hecho promesas, como el acceso al agua en zonas como La Guajira.
De eso habla con su equipo en su primera reunión: “La verdad, con lo que vi ayer en el consejo de ministros, los únicos que tenemos posibilidad de hacer algo en el tema del agua somos nosotros. Tal vez la Unidad de Gestión del Riesgo podría tener recursos y capacidad”.
“El tema es que cumplan, ministra”, interviene una funcionaria.
Mojica responde con tono jovial: “Pero ayer en el consejo de ministros quedaron amenazados por talento. Aquí el que no se mueva se va. Eso ha dicho el presidente”.
Su voz apenas cambia cuando pasa de los comentarios triviales a las órdenes. Salta de unos a otras con gracia. Habla de la ropa que ha debido conseguir en el último mes, tras llegar al cargo: “Todo empieza a ser objeto de la elaboración del personaje”. Y luego transmite las preocupaciones de Petro en el consejo de ministros.
“Ayer toqué el tema del hambre. Pedí que la gerencia de hambre cero nos diera luces y me dijeron que no hay nada. Y el presidente se preocupó. Que cómo así, que si no estamos haciendo compras de alimentos a los productores para distribuirlos. Y no, mi antecesora solo hizo una consultoría con la FAO”. Hace una pausa y cambia a una expresión grave: “La cara de ese hombre, jm. Quedó como: ¿entonces en qué estamos?”.
La agenda del día apresura el final del almuerzo. Esa tarde se votan en el Congreso los dos proyectos más importantes del Ministerio de Agricultura: la jurisdicción agraria y la ley que reconoce a los campesinos como sujetos de derechos.
Mojica debe grabar un video invitando a votar positivamente. Le sugiere a su equipo de comunicaciones hacerlo en la fachada del Ministerio de Agricultura, el edificio centenario sobre la Avenida Jiménez. “Para que en 100 años que vean el video no se sepa cuándo lo grabaron”, dice.
Esa mañana, en la posesión de sus viceministras, Mojica mencionó la cantidad exacta de días que pasaron desde que llegó al cargo hasta que pudo completar su equipo. La ministra lleva, en cada momento, la cuenta del tiempo: el que le corre en contra para presentar resultados de su gestión, y aquel en el que quiere quedar fijada si logra hacer la reforma rural.
Cuando termina de grabar el video, la ministra hace una pausa en su itinerario para una llamada: “Hola, es que ayer me quité las pulseras que tengo. La de madera, la roja y la de pepitas de mi mamá. ¿Me las ayudas a buscar porfa y me las mandas al Congreso? Gracias”.
Luego recupera su expresión de confianza. Sube a la camioneta y dice: “Ahora sí, al Congreso a dar besos y abrazos”. Se hace reír a sí misma.
Las raíces de la tierra
La historia de Jhenifer Mojica comienza con una huida: la de su padre, Matías Mojica, que siendo adolescente se fue de Soatá, Boyacá, y llegó a Bogotá sin más plan que el de alejarse del campo. “Él siempre nos decía que no quería ser campesino. Tuvo una infancia difícil allá, con muchas privaciones. Quería salir, estudiar”, cuenta Diana Mojica, hermana de Jhenifer.
Su búsqueda lo llevó al Ejército. Se volvió sargento, vivió en Boyacá, en Caquetá, en Santander. Los hermanos mayores de Jhenifer nacieron en ese recorrido por Colombia, cada uno en una ciudad distinta. Le llevan 15 y 13 años a Jhenifer, que nació en Bucaramanga en un lapso de estabilidad familiar, cuando su padre fue asignado a la contabilidad del Ejército por varios años.
“Jhenifer fue la hija buscada, buscada por todos”, cuenta Diana. Fueron ella y su hermano los que convencieron a su madre, Dilia Rosa Flórez, de tener una tercera hija después de tanto tiempo.
Jhenifer creció en una casa llena de celebraciones en su nombre. Le gustaban especialmente las fiestas por su cumpleaños. Tanto que sus hermanos mayores comenzaron a celebrarlo cualquier día, sin que coincidiera con la fecha. Iban a una panadería en la esquina, compraban una torta pequeña, una vela, y entraban a la casa cantando “Happy birthday”.
Jhenifer los escuchaba, dichosa y sin sonreír. Soplaba la vela con solemnidad y luego partían la torta. A la semana siguiente podía repetirse la fiesta. Jugaba a crecer y a contener dentro de ella más tiempo del que tenía. “Entre los 4 y los 6 pudo cumplir 100 años”, recuerda Diana.
Desde muy pequeña Jhenifer definió su firma. La ponía en los poemas que le escribía a su madre, en los cheques imaginarios que hacía para sus hermanos y en los papeles sellados que su padre tenía en la casa por su trabajo de contador.
Aprendió, desde muy temprano, el poder de un nombre fijado sobre un papel. Y también el hábito de ganar: “Toda mi vida he sido la primera en todo. No sé lo que es perder una evaluación. No se me dificulta. Siempre tuve cincos y fui brillante y excelente en todo”, dice la ministra.
Sus notas superaron a las de sus hermanos mayores. Sus entregas de calificaciones se volvieron eventos en su casa, a los que su mamá asistía con trajes de gala comprados para la ocasión. Después, cuando empezó a aparecer en medios por su trabajo como abogada, Dilia sustituyó los cuadros de la casa por recortes enmarcados de los periódicos en los que salía su hija.
Cuando Jhenifer tenía nueve años su familia volvió a ser nómada. Su padre, ya retirado, trabajó en varios lugares en negocios relacionados con el Ejército. Vivieron en Duitama, en Puerto Boyacá, en Cali, en Arauca y de nuevo en Duitama. Jhenifer se acostumbró a hacer la maleta con facilidad y a cambiar de colegio cada año.
Para cuando llegó a la universidad estaba en la misma condición de sus hermanos: le costaba identificar de dónde era. Diana recuerda que, cuando nombraron a su hermana en el ministerio, se burlaron de ella porque en los medios la nombraron como boyacense, caleña y paisa.
“Crecer así tiene dos caras. Te adaptas fácil, pero la contraparte es que no tienes raíces”, dice. Cada uno de los hermanos se dedicó a buscarlas en distintos lugares. Jhenifer las encontró en la causa de la tierra.
La firma sobre el papel sellado
Que Jhenifer Mojica sea abogada y no médica es puro azar. Se presentó a las dos carreras en universidades distintas: derecho en la Nacional y medicina en la Universidad Industrial de Santander. “Dije: a la de Dios, la primera que salga. Y salió derecho. Yo sé que si hubiera estudiado medicina me hubiera quedado allá”, recuerda.
Su vocación apareció después de graduarse. Estaba estudiando una maestría en teoría del derecho, enfocada en temas de derechos humanos, cuando llegó a una conclusión: “Me cansé de la academia. Todo el mundo enfrascado en formular una pregunta que nadie responde”, dice.
Dejó la maestría y se fue a buscar la respuesta. Como le pasó a otros de su generación, el interés por los derechos humanos la condujo a la pregunta por la tierra. Es el caso de Martha Carvajalino, excompañera de la universidad de Jhenifer y hoy viceministra de desarrollo rural. “Cuando uno escucha las historias del campesinado entiende que además de proteger la vida hay que empezar a proteger la tierra”, dice.
Esa era la discusión en Urabá, Antioquia, cuando Jhenifer Mojica llegó a trabajar en el primer piloto de restitución de tierras del país. Martha Peña, directora del Instituto Popular de Capacitación en esa época, considera que Urabá concentraba los temas centrales del país en ese momento: la violencia de los paramilitares, el despojo de tierras, y el intento por reparar ese daño.
En Urabá Mojica conoció a Gerardo Vega, exguerrillero desmovilizado del EPL y que también trabajaba en temas de restitución de tierras: Vega y Mojica trabajaron juntos en el piloto de restitución. Por varios años buscaron las pruebas de los títulos fraudulentos de los paramilitares, visitaron las fincas, se reunieron con los reclamantes, enterraron a las decenas que mataron, y con los que quedaban dibujaron sobre un mapa los límites de la tierra.
“Lo hacíamos en una biblioteca, me acuerdo. Cada uno tomaba un lápiz y decía: ese sí es mi predio, ese no es mi predio, y lo corregía”, recuerda Vega. Hoy es el director de la Agencia Nacional de Tierras (ANT), la entidad encargada de la política de propiedad rural, bajo el mando del Ministerio de Agricultura.
Vega cree que, en esos primeros intentos, la restitución era más sencilla. “Se hacía con la declaración del fiscal, si un desmovilizado decía que la tierra no era suya. Se buscaba a quién sacó y ya. Era muy rápida. No como ahora que dura 6 años por vanidades de los técnicos”.
El director de la ANT trató de recuperar ese espíritu ágil en este gobierno. A principios de este año Vega elaboró un artículo que el gobierno buscaba incluir en el Plan de Desarrollo y que permitía al gobierno comprar predios rápidamente incluso si el propietario se negaba, sin tener en cuenta las regulaciones de la ley 160 de 1994 a la expropiación legal. En concepto de Carlos Duarte, investigador de la Universidad Javeriana y experto en tierras, era un artículo “antitécnico” y que “confundía la venta directa con la expropiación”.
El artículo fue frenado por la antecesora de Mojica en el ministerio, Cecilia López. Pero Jhenifer Mojica y Vega trataron de revivirlo con el cambio de gabinete. Según Katherine Miranda, ponente del Plan de Desarrollo, fue el 27 de abril, un día después de la designación de Mojica.
Recibió una llamada para ir al Ministerio de Agricultura a reunirse con la nueva ministra. La congresista pidió que mejor se vieran en una panadería cerca de su casa. Allí llegaron Vega y Mojica. “La ministra me dijo: hay que meter este artículo, es del corazón del presidente, necesitamos que lo firmes”, dice Miranda.
El director de la ANT confirma que se dio la reunión y hablaron del artículo. “El presidente necesitaba un mecanismo rápido. Lo hablamos con varios congresistas. La nueva ministra también estuvo. Lo hablamos con Katherine Miranda”.
Pero la representante se negó a incluir el artículo en el Plan de Desarrollo y salió a medios a criticar al gobierno. Mojica, que aún no se posesionaba como ministra, negó que el artículo estuviera en los planes del gobierno. Y evadió el costo político porque Miranda no la mencionó directamente en sus entrevistas a los medios.
Los límites de la diplomacia
La ministra Mojica entra a la oficina del senador verde, Inti Asprilla, y encuentra una comitiva de arroceros que la mira con desconfianza. Vienen del Meta, varios de ellos apoyaron en campaña a Petro y ahora piden recursos del ministerio para almacenar su cosecha. Tienen el arroz, pero no los molinos, y deben pagarle a los privados que los controlan.
Uno de los líderes toma la palabra: “La prioridad nuestra es el incentivo, ministra. Ya están empezando a armarse en Villavicencio los campesinos para ocupar la Plaza de Bolívar. Pero nosotros no somos amigos de protestas. Les dijimos: esperen, demos el último pataleo”.
Mojica se pasa los primeros diez minutos haciendo preguntas, sin dar señales de su respuesta. Luego, sin cambiar el tono de voz, dice casi con una sonrisa: “La verdad, yo no voy a dar ningún incentivo”.
“Doctora…”, balbucea un arrocero, pero ella lo interrumpe. “Ese incentivo solo beneficia el oligopolio del dueño del molino”, dice. La solución del gobierno, explica, es que los productores tengan dónde almacenar su cosecha y distritos de riego para que el arroz no se acumule en julio y agosto.
Uno de los arroceros se recupera del shock, y dice en un tono más grave: “Entiendo la filosofía de lo que dice, pero la cosecha llega en diez días. Si esto no se soluciona va a haber una crisis para el gobierno”.
Por primera vez Mojica cambia de tono: “No me gusta el tema de la amenaza con la movilización. A este gobierno le gusta la movilización. ¿Se van a movilizar? Buenísimo”.
Es la primera de varias disputas que la ministra ha abierto con los productores. Su intención, dice, es pasar de los subsidios del gobierno a un cambio para que productos como el arroz, la panela y la leche sean sostenibles por sí mismos.
Ser ministra es también aprender a decir no con gracia, lo ha descubierto en estos meses. En su caso tiene una dificultad. “Nunca me ha caracterizado la diplomacia. Todo el mundo me dice: oiga, tenga cuidado con lo que va a decir, por qué no busca otra manera. Pero no puedo decir una cosa en la que no creo”.
Hace unas semanas, en un congreso de Asobancaria, les dijo “usureros” a los banqueros del auditorio. Estaba hablando sobre las tasas de interés para los préstamos legales y sobre el gota a gota, el préstamo ilegal: “Los gota a gota son más caros que incluso el más usurero de los usureros aquí presentes”, dijo.
El cargo también la ha enfrentado con campesinos sin tierra del Cauca. Y la ha puesto frente al dilema de qué hacer con las invasiones de predios en esa zona, mientras están estancadas las mesas diseñadas para la reforma agraria.
La ministra se lo mencionó al director de Restitución de Tierras, Giovani Yule: “No puede ser que nos mamen gallo en las mesas que están diseñadas para la reforma y por otro lado aumenten las invasiones. Yo la verdad me estoy yendo al lado más policivo. No quisiera. Sería el colmo que me tocara a mí”.
La fe en la tierra
Entregar tierra es siempre una promesa: que el espacio que recibe un campesino, sin muros ni barrotes, es realmente suyo. En Urabá, en las primeras restituciones de tierras, Mojica estuvo en un evento en el que se le tituló la tierra a un campesino, Hernando Pérez, que fue asesinado esa misma noche.
“He perdido a mucha gente en el camino”, dice Jhenifer. “Hay muchos muertos en el tema de tierras. Va a seguir habiéndolos. Pero tenemos que avanzar lo suficiente en las políticas sociales para que reclamar tierra no genere morir. Que se vuelva algo natural”.
Está en la camioneta de regreso a su casa. Esa tarde se aprobaron sin contratiempos en el Congreso la jurisdicción agraria y la ley que reconoce a los campesinos como sujetos de derechos. Luego tuvo la discusión con los arroceros. “Fue un día sencillo”, dice Mojica. “No hubo ninguna crisis fitosanitaria. Es que, si vieras, el que escribió la Biblia se quedó corto con las siete plagas frente a lo que nos pasa acá todos los días con los virus, las bacterias y los bichos en los cultivos. En el trópico todo se propaga, todo se da, y todo se daña”.
En algún punto del día un asesor le entregó a la ministra las pulseras que pidió antes de ir al Congreso. La de madera, la roja y la de pepitas de su mamá. “Son mis amuletos. Una la llevo con mis hermanos. Esta, la de pepitas, la tenía mi mamá cuando murió, en 2020. Le dio covid. La llevaba cuando entró al hospital”, recuerda Mojica.
El fin de semana que empezaron los síntomas de su mamá, Mojica tenía planeado llevarla a conocer el predio de 2,5 hectáreas que compró con su esposo en el Valle de Tenza. “Hicimos dos cabañas, comenzamos a sembrar. Porque es que uno trabajando en tierras y sin tierra en las uñas”, cuenta.
Escogieron ese lugar por ser un punto intermedio entre Bogotá y Villavicencio, donde vivían sus padres en sus últimos años. Ambos murieron sin llegar a conocer la tierra. Matías en junio de 2020, de una enfermedad crónica, y Dilia en noviembre.
La tercera manilla que carga se la dieron a Jhenifer hace unos días en un evento. “Todo el mundo me regala cosas y yo las cargo. Me dicen: para que no se olvide de los pescadores, para que no se olvide de los arroceros, para que no se olvide de las mujeres wayuu. Y nunca se me olvidan”.
Esa ha sido su forma de arraigo: llevar la reforma agraria colgada en el cuerpo, los talismanes de cada lugar en el que piensa cumplir la promesa de entregar la tierra.